Por Herminio Otero Martínez*
En las últimas décadas el ruido ha crecido de forma desproporcionada, especialmente en las ciudades. Quienes viven en ellas están sometidos a altos índices de contaminación acústica y tienen en el ruido una de las principales causas de preocupación.
En España se calcula que más 9 millones de personas soportan niveles medios de 65 decibelios (dB), el límite aceptado por la Organización Mundial de la Salud, y que varios millones más residen en zonas de incomodidad acústica. Los vehículos son la principal fuente de contaminación acústica: hay más de mil millones en el mundo. La construcción de autovías o circunvalaciones cercanas a diferentes núcleos de población han multiplicado el efecto del tráfico rodado y el sonido que genera. Hay también zonas especialmente afectadas por estar construidas cerca de los aeropuertos.
La mitad de los españoles sufre molestias de ruido ambiental en sus viviendas. Más del 25% de los ciudadanos dice sufrir ansiedad, estrés, falta de concentración, irritabilidad y agresividad a causa del ruido. Y casi un 19% de la población asegura sufrir insomnio o alteraciones de sueño debido al ruido ambiental.
Las consecuencias del ruido son similares a las asociadas al miedo y a la tensión: aumentan las pulsaciones, se modifica el ritmo respiratorio, se produce tensión muscular y presión arterial, aumenta la resistencia de la piel y se pierde agudeza de visión periférica.
Por eso, cada último o penúltimo miércoles del mes de abril se celebra en todo el mundo desde hace 20 años el Día Internacional de la Conciencia sobre el Ruido. La jornada está organizada y auspiciada por la Liga para el Deficiente Auditivo, una institución con sede en Nueva York con 90 años de actividad en el tratamiento y prevención de la sordera, y fue concebida para que los habitantes de todo el mundo tomen real conciencia de los trastornos que implica el ruido excesivo que caracteriza a la sociedad moderna. Y cada año, por esas fechas, se recomienda llevar a cabo algunas acciones sencillas que nos ayuden a prevenir los ruidos y librarnos de ellos: prestar atención a los ruidos que producimos; bajar el volumen de la radio, televisión y auriculares; pedir a los responsables de los lugares públicos que bajen el volumen de la música… y hacer un minuto de silencio apagando motores, televisores y otros aparatos ruidosos.
Llegamos cansados del trabajo y nos sentamos en el sofá delante de la tele: intentamos matar el cansancio de los ruidos con más ruido. Llenamos la agenda de actividades, nos sentamos delante de una pantalla, ya sea viendo alguna serie de televisión, chateando por las redes sociales o navegando por Internet. Nos rodeamos de gente que, como nosotros, habla sin parar: verbalizamos todos los pensamientos que deambulan por nuestra mente, pero ni escuchamos ni nos sentimos escuchados.
La invasión de la información abruma a los individuos e impide cualquier reflexión duradera: información, mensajes, publicidad y reclamos; en esta sociedad de consumo hay una profusión de productos, servicios y experiencias. Vivimos en un estado permanente de hipersolicitación, estimulación de necesidades y profusión de posibilidades dentro de una lógica seductora y hedonista que privilegia el cuerpo y los sentidos, no el espíritu o la vida interior. Se cultiva el gusto por lo nuevo y diferente más que por lo verdadero y bueno.
Vivimos en la “civilización del ruido”: el ruido exterior, que contamina el espacio urbano generando estrés, tensión y nerviosismo, y el ruido interior de la persona superficial que no soporta el silencio y que aborrece el recogimiento y la soledad.
El ruido crea confusión, desorden, agitación, pérdida de armonía y equilibrio. La persona dominada por el ruido no conoce la quietud ni el sosiego. El hombre de nuestros días no encuentra el camino para conocerse a sí mismo ni para encontrarse con los demás. Si es ruidoso y superficial, no puede comunicarse con los otros desde su verdad más esencial.
En medio de esta cultura, la gente busca espacios de silencio, un encuentro nuevo con lo más hondo de la vida que les posibilite también un encuentro profundo con los demás. Necesitan “espacios de silencio”, lugares donde se pueda percibir la sabiduría del recogimiento, la armonía de lo esencial, la quietud del espíritu, el ritmo sosegado, la vida en profundidad.
* Herminio Otero Martínez. Periodista y escritor
ccs@solidarios.org.es
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias