Desde el jueves de la semana pasada había militares resguardando en acceso al basurero El Papayo, en cuyas inmediaciones las autoridades reportan haber encontrados restos humanos. ¿Estaban a la espera del show que la PGR puso en marcha apenas este lunes en Cocula, Guerrero?
Por Marcela Turati/ Proceso
Fue el jueves pasado cuando unos militares le salieron el paso al camión recolector de la basura de este municipio y advirtieron al chofer y a su chalán que no se aparecieran de nuevo en el tiradero “El Papayo”.
“Dijeron ‘procuren no venir aquí porque tarde o temprano puede haber un tiroteo’… y no vaya a ser la de malas, mejor ya no subimos”, recuerda el chofer Rosí Millán Peñaloza, un migrante retornado con siete años de experiencia como recolector de basura. Sobre el sillón de su casa tiene el periódico vespertino que le compró su mamá el lunes –cuatro días después de la advertencia de los soldados—en el que se informaba de un operativo de búsqueda de restos humanos en el tiradero, antes de que conocidos comenzaron a preguntarle si había encontrado él los cadáveres.
Reconoce la zona mostrada por televisión: Es el punto donde un viejito de La Monera suele quemar plásticos. Pero, aún incrédulo, sentado en la hamaca que cruza la sala de su casa, dice: “Sinceramente nunca hemos topado nada”.
Y, por lo que parece, nadie más los ha visto. Ni siquiera los fotógrafos y camarógrafos invitados el lunes por el Procurador General de la República, Jesús Murillo Karam, para que se asomaran al trabajo de búsqueda de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa.
Para que constataran cómo “toda la Fuerzas del Estado Mexicano” buscan a los 43 que tienen en jaque al gobierno mexicano.
“No hay gran cosa”, dijo con cara de incredulidad un camarógrafo defeño al salir de la visita guiada convocada por Murillo a la víspera, en la conferencia donde anunció la detención de cuatro nuevas personas (suman 56) que apuntaban que los normalistas desaparecidos en Iguala el 26 de septiembre pasado, fueron subidos en patrullas de policías municipales de Cocula, cuya cabecera está a 20 kilómetros de distancia, quienes los entregaron a sicarios de Guerreros Unidos. Una evidencia más de la narcopolítica imperante en estos lugares por donde circula la goma de opio que baja de la sierra.
La misma sensación del no-se-ve-mucho expresaron los fotógrafos que en la plaza central de Cocula enviaban sus imágenes antes de subirse a las camionetas dispuestas por PGR para la expedición.
En las imágenes filmadas por las cámaras autorizadas se observa un cráter de 50 metros en el que se ven mechones de tierra quemada, en el sitio donde el recolector Rosí y sus compañeros tiraban la basura orgánica, porque este basurero por su acceso rugoso era poco usado. Entre la basura se ve una docena de peritos forenses con tapabocas y enfundados en trajes blancos que plantan banderines rojos en un área acordonada con la cinta amarilla con la que se marca el área del crimen. Después se les verá enterrando varillas y pasando un aparato para detectar tierra removida o fetidez en el subsuelo.
Los perros olfateadores, esos que están entrenados desde cachorros para detectar el olor a muerto, hacen su tarea sin muchos resultados. Tampoco se aprecian excavaciones.
La zona es bloqueada por marinos, soldados, policías federales, agentes de la interpol y judiciales de la procuraduría: toda la Fuerza del Estado. En el paraje de Cocula pareciera que el gobierno mexicano conspirara contra sí mismo –ahora frente a la prensa nacional e internacional—en esta búsqueda que se prolonga desde el 27 de septiembre y que parece un tanteo a ciegas.
“Apenas se va a empezar a hacer la búsqueda, en el lugar que ustedes vieron apenas están buscando indicios, pero no han sacado nada”, confía un funcionario al salir de la zona a un grupo de reporteros.
En corto, a manera de chisme, unos policías confiaron que “allá adentro” no han encontrado mucho: si acaso algunos huesos que no forman más de cuatro esqueletos, que quizás sean viejos.
Hay quienes especulan que los restos fueron sacados una noche antes de que llegara la prensa, que eran pocos, que estaban a la intemperie.
Los servicios médicos forenses de Iguala, entre ellos el de Chilpancingo, tampoco fueron advertidos de que recibieran alguno de estos restos.
Pero en la búsqueda de Aytozinapa todo puede pasar, toda información es engañosa.
“Últimamente no íbamos a tirar ahí porque el camino está bien feo, pero hay mucha gente que sube, gente que le prende al basurero aunque no se le debe prender. La última vez que fui, el miércoles de la semana pasada, nos dijeron que no subiéramos pa’rriba ahorita, nos preguntaron que si no hemos topado personas sospechosas. (Los soldados) andan todo alrededor, ya tienen días que ya llegaron ahí”, dice el señor Rosí en su casa, después de checar de salida en su turno.
Su chalán rectificará después: dirá que el jueves fue el día que los militares les cerraron el paso.
“Un día dijeron que no iba a haber paso hasta que se esclareciera esto. Yo digo que ya sabían, Yo iba a ir a vaciar y me dijeron que no”, dijo el chofer. Menciona que el hoyo que sale en la televisión como el lugar de hallazgo de unas fosas (aunque no se ven excavaciones) es un antiguo basurero en desuso que sólo a veces se utiliza para tirar basura orgánica.
Tour guiado a las fosas
El lunes Murillo Karam anunció la captura de “cuatro piezas clave del grupo criminal Guerreros Unidos, quienes revelaron haber recibido a un amplio grupo de personas y saber del destino de ellos”.
“Para que ustedes tengan una información suficiente y no interrumpamos el curso de la averiguación, voy a invitar a un grupo de ustedes el día de mañana para que pueda acceder al paraje en que se plantea sucedieron hechos relacionados con la desaparición, para que pueda ser de manera ordenada sin afectar la escena, todavía está siendo analizada por peritos y el día de mañana seguramente también, pero ordenadamente un grupo que represente a los medios lo vamos a invitar para que nos acompañe y que puedan ver el lugar”, dijo.
El viaje para la prensa se acotó a camarógrafos y fotógrafos, a quienes no hicieran preguntas.
“Lo que puedo asegurarles, es que toda la fuerza del Estado Mexicano está trabajando en este momento para corroborar la versión de los que están declarando”, anunció.
El martes por la tarde, cuando las imágenes de la visita al tiradero ya estaba en las noticias, Murillo Karam en la ciudad de México trató de matizar los hallazgos, pidió esperar para dar por cierto que los restos hallados (no aclaró cuántos o en qué estado) pudieran pertenecer a los jóvenes buscados, y basarse en hechos, no en fantasías. “(Aún) no podemos hacer nada al respecto mientras no tengamos una evidencia clara y plena de lo que sucedió ahí; en ese sentido es en el que están trabajando los peritos y en el momento en que tengamos resultados se los informaremos inmediatamente”, dijo.
Lo expresó con la cautela que no tuvo al momento de descalificar los vínculos de los restos hallados en las primeras (a veces dijo que cinco otras que seis) fosas donde fueron buscados los normalistas desaparecidos, aun antes de que el Equipo Argentino de Antropología Forense, coadyuvante en la investigación a petición de los familiares, tuviera los resultados procesados.
En El Papayo mientras tanto, horas después de que la prensa fue retirada, los peritos guardaron los perros olfateadores que no parecieron entusiasmarse con ninguno de los olores del relleno sanitario.
Un grupo de fotógrafos que intentaba abrirse camino por brechas hasta el basurero bloqueado se topó a Tomás Zerón, el director de la Agencia de Investigación Criminal y encargado de la búsqueda en la “Miscelánea Vicky” acompañado de su equipo. “Estaba tenso, gritando, manoteando, hablando por teléfono, extendía un mapa, daba instrucciones”, dijo un camarógrafo.
En las imágenes tomadas cerca del tiradero se verá después a un representante de las Fuerzas del Estado Mexicano, un hombre fornido y bien armado escoltando a un joven, un veinteañero de camiseta verde, seguramente uno de los ‘halcones’ capturados que presumió Karam en la conferencia, para que señale el destino de los estudiantes buscados.
Le coloca sobre la cabeza un saco de vestir negro cuando detecta que hay fotógrafos escondidos entre la maleza, en los alrededores, que los observan. Es uno de los ‘halconcitos’ en los que la PGR basa su inteligencia.
El joven señala la vera del río San Juan donde ya esperan buzos. Un grupo de soldados despliega un mapa, se intercambian órdenes, comienza movilización para encontrar restos. ¿Restos de qué? El laboratorio dictaminará.
Mientras tanto, en Cocula, un puñado de familias igualtecas protestan porque los policías federales en distintos operativos para obtener información sobre los normalistas se llevaron a la SEIDO a sus familiares sin orden de captura. Se quejan de que los torturaron, los acusaron de delitos que no cometieron, se los llevaron al penal de alta seguridad de Nayarit antes de que les pusieran abogados.
Se presentan otras familias. “Rompieron los candados de la casa, golpearon a mi papá y a mi hermano, les preguntaron donde estaban las armas, se asomaron a un vado y les preguntaron cuántos muertos habían tirado ahí”, se queja Guadalupe, hija del señor Galdino Beltrán.
La señora Irma Arrollo Moreno, madre el agricultor Gustavo Arrollo Moreno, detenido el martes 21, llevado a la SEIDO y transportado de inmediato al penal, dice: “Me dejaron ver a mi hijo 15 minutos. Me dijo que lo habían golpeado, torturado, le pusieron bolsas en la cabeza con agua, le golpeaban, tenía todo raspado de este lado –señala la pantorrilla—como que lo arrastraban. Le decían que era culpable, que era de los Guerreros Unidos, lo acusan de cosas que no son cierto”.
Su queja ante derechos humanos lleva los folios 112503 y 112581.
“Tenían ya muchos días de que estaban entrando, mucho, mucho, mucho, haciendo barrido en las huizacheras, en los sembradías hasta que se hicieron de unos culpables”, dijo la mujer enojada.
Fuente: Proceso