El secreto para vivir 110 años

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Un nicaragüense de 110 años de edad, que conoció a Agusto C. Sandino, estuvo en las filas de Farabundo Martí, vio nacer y caer la dictadura somocista, y vive en una vieja estación del extinto ferrocarril de su país, reveló hoy su secreto para la longevidad- “saber vivir”.

Héctor Gaitán, antiguo telegrafista, minero, guerrillero, artista y empleado de ferrocarril, dijo a Efe tener claro que “saber vivir es la mejor ciencia”.

Pese a que la edad le impide caminar sin ayuda y conserva la vista en un solo ojo, Gaitán señaló que tiene lo que necesita para vivir de forma indefinida- “la buena compañía de mi señora y mis hijos, no me han dado problemas”, confesó.

Uno de sus hijos, también llamado Héctor, no sólo no le dio problemas, sino que le dio orgullo y placer, pues llegó a ser un icono de las radionovelas de mediados de los años 50 en Nicaragua.

“Disfrutaba cada capítulo de sus novelas”, dijo a Efe la esposa de Gaitán, Nora Ena Campos, de 72 años de edad.

Su hijo, fallecido en 2012 a los 78 años de edad, fue conocido como “el señor de las historias”, de modo que Gaitán es “el padre del señor de las historias”.

Tan longevo es, que presenció cuando su ciudad natal, Ocotal, a 223 kilómetros al norte de Managua, cumplió 100 años, y está vivo para la celebración de los 200 años.

Los recuerdos le superan, pero da detalles sueltos de por qué ha vivido tanto.

Hacer ejercicios, no beber alcohol, tener una sola mujer a la vez, ser honesto, no meterse en problemas y disfrutar lo que tiene, son las razones que lo tienen saludable, con todo y el peso de los años, afirmó.

La alimentación balanceada o cuidadosa no está entre sus recomendaciones. “Yo hasta mono comí”, aseguró.

Sobre los ejercicios, dijo que siempre fue aficionado a los aros y al caballo de gimnasia, su afición por la lectura lo llevó a dejar el alcohol cuando aún era joven, y de las mujeres dijo que “el que mucho abarca poco aprieta”.

Aunque tuvo seis hijos fuera de matrimonio, una vez que se unió con Campos se dedicó a ella por completo y ambos tuvieron diez retoños.

De la honestidad, dijo que le evita preocupaciones, y el no meterse a problemas lo traduce en que la envidia, los chismes y las amenazas “son papel mojado ante Dios”.

“Y nunca fui ambicioso, mientras uno más tiene, más lo molestan, siempre estuve bien con lo que tenía, mi esposa me conoció pobre con 40 años de diferencia, y para mí ella es lo principal”, comentó.

Precisamente, lamenta que tras más de un siglo de vida la gente “se deja llevar por lo superficial y no por lo que la hace feliz, como antes”, pero agradece a Dios por “dejar que yo mire esto”.

Gaitán, quien una vez fue alto y fuerte, y que conserva su piel blanca, vio cómo un hombre pequeño y sereno, al que llamó “negro”, fue rechazado por la población de Nueva Segovia cuando intentó convencerla de luchar contra la invasión de Estados Unidos, hace casi 100 años.

Era Augusto C. Sandino, “nadie le creía, pero tenía una paciencia angelical y era razonable en lo que decía”, recordó Gaitán.

Se unió a la causa de Sandino y luchó junto a un hombre que sólo recuerda como Agustín.

“¡Farabundo!”, le recuerda su esposa.

“Agustín Farabundo Martí”, responde Gaitán.

Su capacidad de lectura era un lujo en Ocotal, y lo hizo mantenerse como telegrafista y luego como empleado del ferrocarril de Nicaragua por más de 60 años, hasta que en 1993 el gobierno le avisó que ya no habría más trenes y que se podía quedar a vivir en la estación de su vida, la de Sábana Grande, un pueblo ubicado a pocos kilómetros al este de Managua.

Sus constantes viajes de juventud le hicieron perder todos los documentos, por lo que hoy no recibe jubilación completa ni tiene cómo probar que la antigua estación le pertenece.

Aún así no pierde el humor.

Recuerda que hace varias décadas solía discutir con el carpintero de Sábana Grande, sobre su muerte.

“Yo le decía a Esteban Roque que él me iba a hacer el ataúd, pero Esteban me respondía que él iba a morir primero, entonces yo le decía que mejor me dejara hecho el ataúd”, contó Gaitán, con una sonrisa amplia.

Su amigo murió hace 14 años, a los 89 años de edad y nunca le fabricó el ataúd, probablemente a sabiendas del secreto del longevo.

Fuente: EFE

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