Por Gustavo Gordillo
En la Conferencia sobre Desarrollo Sustentable (Río+20), el secretario general de Naciones Unidas, Ban-Ki Moon, lanzó la iniciativa El reto del hambre cero, que implica cinco objetivos: acceso a una alimentación adecuada para todas las personas, cero retraso en el crecimiento en niños y niñas menores de dos años, sistemas alimentarios sostenibles, aumentar en 100 por ciento productividad e ingreso de pequeños productores, y cero desperdicio de alimentos y pérdidas postcosecha.
La cruzada contra el hambre lanzada por el presidente Peña Nieto el 21 de enero establece en el decreto presidencial respectivo cuatro niveles: la coordinación intersecretarial, los acuerdos de coordinación con los estados, un consejo nacional integrado por representantes de los sectores público, privado, social y académico, y comités comunitarios. Cuatro de los cinco propósitos son idénticos a los planteados en la iniciativa de Naciones Unidas y se añade además promover la participación comunitaria y la movilización popular. La población objetivo de la cruzada nacional contra el hambre y la pobreza extrema es de 7.4 millones de personas que viven en condiciones de pobreza multidimensional extrema y presentan carencia por acceso a la alimentación.
La meta es realista pero la cifra de pobres extremos es de 11.7 millones de personas y de pobreza total es de 52 millones según el Coneval 2010. Los recursos pueden ser importantes si se logra realinear presupuestalmente la enorme cantidad de programas sociales dispersos. Por ejemplo modificar las reglas de operación del programa Oportunidades para incluir a los habitantes de pequeñas localidades y modificar las reglas de Procampo para que la mayor parte de los recursos que se transfieren, se concentren en los pequeños productores y no en los grandes agricultores como ocurre, permitiría vincular acceso a alimentos con fomento productivo en el combate al hambre.
Ésta fue la mayor innovación del programa Hambre cero que impulsó el presidente Lula y coordinó José Graziano da Silva el actual director general de la FAO. Fome Zero en su primera etapa contenía tres innovaciones claves. Articulaba la demanda alimentaria generada por la transferencia de recursos a los más pobres con la oferta impulsada por los pequeños productores gracias a los apoyos necesarios a través de un programa de apoyo a la agricultura familiar y de un programa de adquisición de alimentos. Uno indujo la producción de alimentos entre los pequeños productores, otro estableció los canales de comercialización de esos alimentos hacia los beneficiarios del programa Hambre cero. Se creó una instancia nacional para incidir en los programas públicos con amplia participación ciudadana y comités de gestión electos directamente por la comunidad para supervisar los recursos públicos destinados a los beneficiarios. Y se fijó una meta ambiciosa –erradicar el hambre– que desató una amplia movilización social. Fome Zero implicaba transformaciones de políticas, instituciones y creencias. Por ello generó múltiples y variados detractores que lograron modificarlo parcialmente. Al final, Bolsa Familia, su instrumento central, es parecida a Oportunidades.
La pregunta clave es por qué si en ambos países hay programas de transferencias similares –México lo desarrolló primero–, en reducción de la pobreza y el hambre la cifras favorecen ampliamente a Brasil. La respuesta corta es: en Brasil hubo mucho mayor crecimiento económico sostenido, mayores empleos generados, un sistema muy amplio de créditos a las actividades de pequeños productores en el campo y en la ciudad y un propósito deliberado de reducción de la desigualdad.
La Cruzada contra el hambre merece ser apoyada por todos. Pero las fuerzas progresistas –dentro y fuera del gobierno– deben insistir: crecimiento económico y reducción de la desigualdad son condiciones indispensables para erradicar hambre y pobreza.
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Fuente: La Jornada