El relevo sexenal

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Miguel Marín Bosch

En la época dorada del PRI el último año de un sexenio solía provocar mucha inquietud entre los burócratas y la clase política del partido en el poder. Durante el año y pico que mediaba entre el destape y la toma de posesión del nuevo presidente surgía una tensión entre los integrantes de la administración saliente y quienes se perfilaban para sustituirlos. De ahí que se intensificara la especulación acerca de la composición del futuro gabinete.

En aquel entonces el presidente anunciaba el nombre de su sucesor y éste se apresuraba a nombrar a quienes lo acompañarían durante la campaña. Los comicios presidenciales eran una mera formalidad. Lo importante era el destape, y quienes buscaban un cargo en la siguiente administración se apresuraban a acercarse al candidato o, cuando menos, a sus colaboradores más allegados.

El mes pasado, tras ser declarado presidente electo por el TEPJF, Enrique Peña Nieto anunció su equipo de transición y aclaró que los integrantes del mismo no necesariamente figurarán en su gabinete a partir del próximo primero de diciembre. Bastó esa aclaración para que se desatara una tormenta de especulaciones.

El equipo de transición lo encabeza Luis Videgaray, quien se perfila como el brazo derecho del presidente entrante. Quizás tendríamos que remontarnos al sexenio de Carlos Salinas para encontrar un caso parecido, el de José Córdoba Montoya. Dado que Córdoba es mexicano por naturalización no podía ser miembro del gabinete. Le inventaron el cargo de coordinador del mismo.

A diferencia de Córdoba, Videgaray no aparece en escena como una especie de eminencia gris. Lleva tiempo en cargos públicos, incluyendo el Congreso federal y el gobierno mexiquense. Está al frente de un equipo de más de una 50 personas con una experiencia muy variada y que procede de distintos partidos políticos. Hay apellidos conocidos y otros no tanto.

Desde Lázaro Cárdenas, la edad promedio de los presidentes entrantes ha sido de casi 48 años. Peña Nieto y su equipo de transición se inscriben en esa tendencia. En términos generales, sus colaboradores tienen entre 35 y 55 años de edad. Esa ha sido la norma desde hace décadas.

Hubo, desde luego, las llamadas generaciones Gerber, los muy jóvenes funcionarios que han rodeado a algunos presidentes. Hubo también el violento cambio generacional que representó la designación de Salinas. Fue un golpe para un sector importante de la familia política del PRI. Los mayores de 50 años, a quienes posteriormente la prensa calificaría de dinosaurios, no daban crédito y no pudieron digerir el trauma.

El gabinete le sirve al presidente entrante para colocar a sus colaboradores más cercanos. Sirve también para tener gestos conciliatorios con los partidos de oposición o para pagar deudas con algunos políticos. En los casos de Gobernación y Hacienda los nombramientos mandan mensajes claros a las fuerzas políticas y mercados financieros, respectivamente. El gabinete sirve también para buscar acercarse a esa anhelada equidad de género.

En esa era dorada para el PRI el relevo sexenal constituía un momento de esperanza. Cual sucesión monárquica, los súbditos abrigaban la esperanza de que con el nuevo las cosas mejorarían. Piensen en la campaña de renovación moral de Miguel de la Madrid.

Quizás lo más significativo de estos meses de transición haya ocurrido en estas últimas semanas. Al acercarse el fin de su sexenio, hay presidentes que no han podido resistir un último intento por asegurar su lugar en la historia del país. En algunos casos fueron aún más lejos. Piensen en los intentos de Luis Echeverría primero por buscar la relección y luego por tratar de convertirse en el secretario general de la ONU.

El presidente Calderón también está enfrentando dificultades en la etapa final de su administración. Así lo demuestra la incesante propaganda en los medios de comunicación. En su discurso en la Asamblea General de la ONU, la semana pasada, repasó lo que considera los mayores logros de su administración.

Pero el Presidente hizo un planteamiento que sorprendió a algunos. Pidió que la ONU examinar a fondo el tema de la demanda de drogas que, insistió, constituye la principal causa del enriquecimiento de los narcotraficantes y de las decenas de miles de muertes en Latinoamérica y el Caribe. Y exigió que la ONU se abocara al tema de los alcances y límites del actual enfoque prohibicionista en materia de drogas.

Al parecer, el Presidente saliente se está inclinando por las posiciones que ahora defienden, ya como ex presidentes, Fernando Henrique Cardoso, de Brasil; César Gaviria, de Colombia, y Ernesto Zedillo, de México. ¿Por qué se les prende el foquito cuando ya han dejado el poder?

En el caso del presidente Calderón hay también otro ejemplo. Se trata de la reforma laboral que envió al Congreso con un sello de urgente. Pues bien, al cuarto para las 12 propone una reforma que fue muy anhelada por su partido. Sin embargo, su propio partido en el Congreso acepta los ajustes propuestos por la mayoría relativa del PRI para salvaguardar los mismos privilegios de los líderes sindicalistas que pretendía abolir.

Lo que está ocurriendo en el Congreso quizás también sea un indicio de la forma en que el presidente entrante piensa gobernar.

Hace 60 años Daniel Cosío Villegas vaticinó que si el PAN llegaba un día a Los Pinos tendría dificultades en gobernar porque no tenía los cuadros experimentados para hacerlo. Agregó que el PAN no contaba ni con principios ni con hombres y, en consecuencia, no podría improvisar ni los unos ni los otros. Señaló que el mayor sustento de Acción Nacional era el desprestigio de los regímenes revolucionarios. Los últimos dos sexenio parecen haber confirmado la certeza de la observación de don Daniel.

El regreso del PRI a Los Pinos ya no despierta el optimismo del cambio sexenal de antaño. Llega en gran medida como consecuencia del triste papel de los últimos dos inquilinos.

Fuente: www.Jornada.Unam.mx

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