Por José Agustín Ortiz Pinchetti
En la época de oro del PRI a los extranjeros les costaba trabajo entender lo que era el régimen. Hasta 1982 estaban de acuerdo en que el régimen priista funcionaba y que probablemente sería eterno (Gabriel Zaid fue uno de los pocos herejes que dudó). Podría decirse que el sistema estaba montado en tres piezas: la Presidencia imperial, un partido prácticamente invencible y el control de la ciudad de México. Esto, a partir de 1982, se ha venido resquebrajando. Con exasperante lentitud se inició en 1996 la transición a la democracia, interrumpida por la traición de Vicente Fox, pero no se agotó su posibilidad. A los políticos les cuesta mucho trabajo cambiar, pero la sociedad ha despertado y va ganando espacios, a pesar que el núcleo central mantiene el control. ¿Cómo describir lo que es hoy el régimen político?
Los optimistas dicen creer que vivimos en democracia y que existe estado de derecho, aunque tiene fallas; que los poderes republicanos son independientes y que si existe inseguridad el nuevo régimen está generando acciones para corregir las cosas. Según ellos, disfrutamos de un presidencialismo cada vez más acotado. Una regresión autoritaria será cada vez menos factible (Héctor Villareal, Este país, abril/2013).
Para los escépticos las cosas son distintas. Edgardo Buscaglia escribe (The New York Times; mayo/30/2013) que a pesar de que está de moda en EU hablar de que México está llegando a un nivel más alto tanto económico como político con el regreso del PRI, en últimas recientes las elites políticas, empresariales y sindicales han adquirido gran riqueza, explicable e inexplicable, mientras la mayoría de los mexicanos lucha para sobrevivir bajo un gobierno ausente o corrupto, y a padecer la falta de oportunidades y empleo formal, además de altos niveles de inseguridad.
Por otra parte, es difícil creer que vivimos en un estado de derecho. El golpe a Elba Esther y otras acciones espectaculares que puede realizar el gobierno no constituyen un freno a la corrupción que en 10 años aumentó de modo alarmante (Transparencia Internacional, 2001-2011). ¿Y las instituciones? En los últimos 20 años se han producido tres fraudes en la elección presidencial: impunes. La mayoría de mexicanos no confía ni en los comicios ni en el IFE, el Trife y el Ifai, ni en la Suprema Corte de Justicia. Y cómo pensar en democracia cuando la información política está controlada por un oligopolio aliado al grupo en el poder.
Me temo que los críticos tienen razón. A pesar de la resistencia de la oligarquía y de la mediocre clase política, la sociedad sigue empujando y la democracia avanza, aunque aún no arriba a buen puerto. El régimen está lejos de ser una democracia, pero la monocracia priísta no podrá restaurarse.
Twitter: @ortizpinchetti
Fuente: La Jornada