Por Rubén Navarrette Jr/ The Washington Post
El presidente Obama probablemente de a su esposa e hijas lindos regalos para la Navidad. Pero su mejor regalo lo guardó para Marco Rubio.
Se llama resurrección. La semana pasada, este senador de 43 años de Florida –que ha reconocido estar pensando en la candidatura a la presidencia en 2016– parecía haber sido desplazado de la contienda por su correligionario de Florida, Jeb Bush. No parecía haber mucho espacio para Rubio en el campo del Partido Republicano ni en el circuito de recaudación de fondos republicano una vez que Bush –gobernador popular de la Florida durante dos períodos y favorito del Establishment del Partido Republicano–anunciara que estaba considerando candidatearse para la Casa Blanca.
Pero justo 24 horas más tarde, gracias a la decisión de Obama de iniciar la normalización de relaciones con Cuba, todo el mundo cambió. Ese desarrollo histórico complicó el camino futuro de Bush, mientras impulsó a Rubio a un gran lugar desde el que luchar por la nominación.
No sólo porque, en este momento, Rubio es centro de la atención en el mundo político, tras haber concedido más de una docena de entrevistas y aparecido en varios programas políticos del domingo por la mañana en los últimos días.
Sino porque –como Obama en las relaciones raciales– Rubio parece singularmente calificado para encarar el tema de las relaciones con Cuba. Por ser hijo de refugiados que vinieron a Estados Unidos antes de que Fidel Castro tomara el poder en 1959, está interesado personalmente en el asunto. Los electores gustan de candidatos con pasión, propósito y principios. Y en este asunto, Rubio cuenta con las tres cosas.
Cuando Obama hizo su anuncio, Rubio salió a pelear. Además de decir que la nueva política era parte del “largo historial de amistad con dictadores y tiranos” del Gobierno de Obama, el senador dijo que era “como mínimo ingenua, y quizás verdaderamente contraproducente para el futuro de la democracia en la región”.
Este tipo de retórica enérgica es exactamente lo que el lobby cubanoamericano –que es fervientemente anti-Castro– quería escuchar, y establece una vara alta para los demás posibles candidatos del Partido Republicano que esperaban cortejar ese electorado.
Para Obama, se trata de hacer travesuras políticas. Que no pueda presentarse a la presidencia otra vez no significa que no pueda divertirse un poco utilizando el poder del Ejecutivo para inmiscuirse en la contienda de 2016.
Obama ya ha dividido a la oposición en el tema de la inmigración, en que la facción del Partido Republicano que favorece la reforma migratoria porque las empresas la quieren, se pelea con el Tea Party y otros elementos nativistas que temen que el cambio en nuestras leyes migratorias sólo acelere la latinización de Estados Unidos.
De la misma manera, en cuanto a Cuba, el Partido Republicano hace mucho que está dividido entre los intereses empresariales, a los que les gustaría invertir en la isla, y el lobby cubanoamericano, que desea preservar el embargo y que castigará a todo funcionario electo que trate de suavizar las relaciones con el régimen de Castro. La nueva política de Obama –que incluye expandir el comercio, facilitar los viajes a Cuba, establecer una embajada en la Habana, etc.– profundiza la división.
Con la excepción del senador Rand Paul, de Kentucky, que favorece el enfoque de Obama y que se ha batido en una aguda rencilla con Rubio en Twitter, la mayoría del campo republicano probablemente se alinee con los cubanoamericanos, que piensan que el curso del presidente es necio, peligroso y perjudicial para los disidentes cubanos en la isla, quienes combaten al mismo régimen con el que Obama desea normalizar relaciones.
Bush denominó ese cambio de política como “una movida errada”. Pero esa respuesta moderada y débil está muy lejos de la encendida indignación de Rubio, y los cubanoamericanos probablemente lo notaron. Si eso continúa, las contribuciones del sur de la Florida que podrían haber ido a Bush hallarán su camino a Rubio.
He aquí el dilema de Bush en cuanto a Cuba: Por ser el contendiente principal del Establishmentdel Partido Republicano, Bush obtendría su fuerza en el campo presidencial de su capacidad de recaudar decenas de millones de dólares de Wall Street y de los intereses corporativos de todo el país. De los mismos que administran empresas que un día querrán establecer hoteles, restaurantes, firmas de construcción y otros negocios en Cuba. Como mínimo, tienen la esperanza de hacer considerables negocios en la isla.
No es de extrañar que la respuesta de Bush al cambio de política hacia Cuba de Obama fuera tan débil. No puede ir tan lejos como les gustaría a sus defensores cubanoamericanos sin alienar a los donantes de las corporaciones. Qué dilema.
Por otro lado, Rubio puede ir hasta el final y gracias a la nueva dirección establecida por Obama, quizás lo haga.
Fuente: The Washington Post