El privilegio de votar en EU

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Por Alex Vidal

En EEUU no se vota en día festivo, sino en día laborable: “el primer Martes después del primer lunes de Noviembre”. Un detalle aparentemente menor, pero en sintonía con lo que podría denominarse el arte de ahuyentar la democracia real. El proceso electoral norteamericano difícilmente superaría los criterios de calidad respecto al sistema de sufragio de los países europeos. Para empezar, su censo no se toma desde un padrón municipal al uso, sino desde un listado realizado expresamente entre aquellas personas a las que se les reconoce el “derecho al voto”. En nuestro sistema continental, votar es tan sencillo como mostrar el DNI e insertar la papeleta escogida. En EEUU los ciudadanos han de “solicitar” a su oficina electoral que desean ejercer su derecho a votar. Al no existir DNI, la demostración respecto a la existencia de una persona física, debe delegarse en una “credencial valida”. Lo inaudito de semejante interpretación se traduce en terminar por conceder el derecho a votar siempre y cuando se presente por ejemplo, una nómina laboral, la cartilla sanitaria de pertenencia a una empresa vinculada a la red asistencial de salud, o un carné de conducir. Como primer filtro, todo persona carente de tal documentación, es decir, desempleados sin cobertura, empleados en activo cuyo contrato laboral no esté suscrito a la red de Salud o  sin carné de conducir, sencillamente no podrán ejercitar su derecho al voto. Recientemente Barak Obama viene de promulgar la obligación de suscripción sanitaria privada para toda nueva relación laboral entre empresa y trabajador. Está por ver aún el éxito de una medida.

En el “país de la Libertad” 110 millones de norteamericanos no han podido ejercer nunca su derecho a votar

 Para una sensible cantidad de ciudadanos anónimos norteamericanos, la aventura de votar, (más allá de sentirse o no identificados con las dos únicas opciones que logran ser avaladas) es un privilegio destinado sólo a las personas que pueden permitírselo.  Si nos encontramos en el grupo de los “acreditados”, será el momento de solicitar a la oficina electoral que nos reconozca “la facultad de votar”, trámite a superar mediante un engorroso cuestionario administrativo que termina por espantar a una parte nada irrelevante del electorado. Si finalmente la oficina correspondiente concede el derecho al voto, hacerlo efectivo en unas Primarias tampoco garantiza el DIRECTOpoder repetir en las Generales. La oficina resuelve adjudicar el derecho a votar, siempre por un tiempo sujeto a caducidad, (que suele cubrir por regla general una sola participación electoral), con lo que el proceso requerido, debe volver a realizarse con cada renovada voluntad de votación. La ley contempla además, que toda aquella persona incursa en cualquier causa penal o administrativa, deba resolver previamente su historial anómalo. Sin entrar en casos extremos, y a modo de ejemplo, una simple multa de tráfico pendiente, desactiva el derecho al voto y activa de inmediato la reclamación de todas las posibles sanciones pendientes o figuras administrativas aplicables. La realidad es que muchas personas humildes, ni se plantean siquiera solicitar su derecho al voto por temor a las desagradables consecuencias con las que puedan toparse.

Más allá de las trabas, resulta sintomático que un país supuestamente desarrollado y democrático como EEUU, habilite los colegios electorales no por barrios vecinales, como ocurre en Europa, sino por núcleos de población, al punto de llegar a formar colas kilométricas impropias de un país del Primer Mundo. En las elecciones de 2008, un jugoso reportaje de TVE detallaba el caso de sectores de población en determinados Estados federales que debían desplazarse hasta diez y veinte kms, para poder votar en su centro electoral correspondiente. Una vez debidamente acreditados, demostrada nuestra intachable situación y adquirido el derecho al voto, lejos de escoger la papeleta con el nombre de nuestro candidato, se conserva en muchos de los Estados, antiguos sistemas de perforación a máquina anteriores a la Segunda Guerra Mundial, que sólo es posible ver en algunos procesos electorales del continente africano, con las subsiguientes suspicacias que ello origina por un lado, de cara a una manipulación del sistema y por otro, a un posterior recuento con unas mínimas garantías. Aún hoy se recuerda el bochorno provocado por la imagen de un interventor en las presidenciales de 2000, ayudándose de una enorme lupa, buscando descifrar, cual de las cincuenta diminutas casillas que encerraba la jeroglífica papeleta, podía significar el respaldo, a algo tan sencillo como escoger entre “Gore” o “Bush”.

La catarsis social provocada por el fenómeno Obama en 2008 supuso el record de participación electoral en la historia de EEUU. De sus 315 millones de habitantes, unos 130 millones de personas lograron hacer efectivo su derecho a votar, sobre una población electoral potencial de 240 millones. Un 57%. Las cifras tradicionales de participación suelen oscilar en torno a los 100 millones de votos. Otros 110 millones de norteamericanos con supuesto derecho al voto, no han podido ejercer nunca tal facultad. Si cualquier país del llamado Primer Mundo, ostenta su record de participación electoral entre el 75% y el 80% de su censo, en EEUU dicho porcentaje no ha superado en su historia el 60%. El pueblo americano ocupa el puesto 138 del mundo (de un total de 172 países), respecto al índice de participación electoral.

Fuente: Nueva Tribuna

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