Por José Pérez-Espino
La biografía de Felipe Calderón Hinojosa corresponde más a la de un opositor en campaña permanente que a la de un estadista. Como activista, legislador y dirigente del PAN. Pero es un propagandista que rema contra la corriente en la era de internet y fue derrotado por la falta de una estrategia eficaz de comunicación política. Como presidente no pudo lograr una conexión entre las expectativas de los ciudadanos con sus decisiones.
Calderón es un activista natural que tiene un gusto por participar en la elaboración de estrategias de comunicación política. Cada una de las frases propagandísticas que ha pronunciado, y que utilizó como gobernante, permiten identificar las principales tácticas de mercadotecnia que se convirtieron en acciones de gobierno.
Si durante la campaña presidencial transitó de los lemas “Mano firme, pasión por México” y “Para que vivamos mejor” hasta el de “Presidente del empleo”, hasta el uso de lemas en programas oficiales, como “Vivir mejor” y “Vive México”, que se usa para atraer turismo.
Como presidente de la República, sin embargo, no logró conectar el contenido de sus mensajes con el público. Su estrategia de comunicación falló y entre la población predominó la percepción de que la llamada “guerra contra el narco” resultó nociva. Su administración no pudo colocar percepciones positivas entre los ciudadanos y electores respecto a las acciones de gobierno, lo que repercutió en el resultado adverso para el PAN en la elección presidencial el 1 de julio.
Su principal competencia, por lo tanto, no fue la oposición partidista representada en el Congreso de la Unión. A fin de cuentas la mayoría de las iniciativas de reforma y proyectos de ley que presentó fueron aprobados mediante consenso, como las de Pemex y la del ISSSTE, sin contar la iniciativa preferente en materia laboral que presentó en septiembre.
Calderón perdió la guerra de percepciones y no pudo comunicar lo que su gobierno estaba realizando. Tampoco logró superar los errores cometidos.
Felipe Calderón Hinojosa llegó a Los Pinos con apenas 35.8 por ciento del total de votos emitidos (15.2 millones de 41.8 millones de sufragios efectivos). En 2006 las encuestas decían que dos de las mayores preocupaciones de los mexicanos eran la inseguridad pública y el desempleo y, en ese contexto, fue declarado ganador de la elección presidencial bajo un fuerte cuestionamiento por parte de la oposición encabezada por Andrés Manuel López Obrador.
A esa inquietudes populares, el presidente electo debió sumar como su principal prioridad el de la construcción de una legitimidad para su administración, que inició el 1 de diciembre de 2006.
En aquel año las encuestas decían que dos de las mayores preocupaciones de los mexicanos eran la inseguridad pública y el desempleo. Por lo tanto, necesitaba establecer una agenda pública para generar los consensos necesarios y lograr el apoyo de la población y de las fuerzas políticas a sus acciones de gobierno. Pero se equivocó.
De acuerdo con el politólogo Lorenzo Meyer, “el sexenio que se inició con un conflicto postelectoral que hizo imposible la tradicional ceremonia de toma de posesión terminó con otro conflicto postelectoral, con una nueva polarización política, con el partido del gobierno en un lejano tercer lugar en las urnas y resignado a entregar el poder a un viejo partido antidemocrático”.
El investigador de El Colegio de México afirma que “a estas alturas es una tarea difícil, casi imposible, hacer un recuento del sexenio que termina que arroje un saldo positivo y que sea creíble”.
Meyer es autor de Espejismo democrático y Los grupos de presión en el México revolucionario, entre otros libros. La siguiente evaluación incluye un resumen de los ensayos del analista en Reforma, así como de sus participaciones en la mesa de análisis político de Noticias MVS.
De acuerdo con el académico, “el sexenio presidido por Vicente Fox (2000-2006) devaluó, y mucho, el conjunto de principios panistas, pero FCH terminó por hacer aún más evidente el divorcio entre lo altisonante del discurso y la mezquindad de la práctica. Finalmente, el interés nacional resultó ser el de los intereses creados, el ‘interés común’ se hizo humo al chocar con los intereses nada comunes y muy corporativos del SNTE y la ‘dignidad de la persona humana’ se topó con las violaciones a los derechos humanos y las denuncias de Javier Sicilia y su agrupación”.
Calderón “llegó al poder apoyándose poco en propuestas constructivas y mucho en el ambiente de miedo al cambio que generaron sus hábiles publicistas. Le resultó más redituable buscar el corrupto favor de Elba Esther Gordillo, el SNTE y sus operadores electorales, que el apoyo que pudieran generar sus ideas del bien común”.
El anuncio de la “guerra contra el narco” obedeció a “la necesidad de ganar la legitimidad plena que no logró en el proceso electoral”. Sin planeación adecuada que “resultó muy espectacular pero finalmente poco efectiva”.
Bajo esa premisa “liquidó a Luz y Fuerza del Centro, pero cuando intentó avanzar en la privatización de Pemex se topó con la oposición de la izquierda”.
El tema de la educación es otra de las asignaturas pendientes del gobierno emanado del PAN. Según el politólogo, “durante el calderonismo se dejó en manos del sindicato la administración de la educación pública en detrimento del interés del conjunto de la nación”.
Otro pendiente es el del combate a la corrupción, “un mal endémico en la administración pública mexicana y denunciada sistemáticamente por el PAN, desde sus inicios”. Sin embargo, “el dominio de la administración federal por los panistas no cambió mucho este problema. Meyer advierte que si bien México cuenta con la Secretaría de la Función Pública y el Instituto Federal de Acceso a la Información Pública, “lo que no tuvo fue voluntad política”.
Volver a la oposición
En 1996, cuando fue dirigente nacional del PAN, Felipe Calderón promovió el lema “Ganar el gobierno sin perder al partido”. Como presidente de la República, sin embargo, perdió al partido.
El politólogo Jesus Silva-Herzog Márquez afirma que Calderón es “un hombre que no tiene el menor impulso autocrítico y que reparte culpas para sacudirse una derrota de la que, por supuesto, fue arquitecto”.
El académico del Instituto Tecnológico Autónomo de México es autor, entre otros libros, de El antiguo régimen y la transición en México y de La idiotez de lo perfecto. El siguiente diagnóstico fue tomado de sus análisis en Reforma y del programa Primer Plano, de Once TV.
El llamado a la renovación del PAN, por parte de Calderón, permite al analista ofrecer un balance de sus actitudes como gobernante.
“Todavía después del sexenio de Vicente Fox, Acción Nacional era un partido que sabía lo que era y lo que quería. Tras la administración de Calderón el PAN no solamente perdió: se perdió”, afirma.
Silva-Herzog Márquez considera al calderonismo como una “una camarilla mediocre de la que, como se ha visto, ningún liderazgo partidista pudo emerger”.
“Las marcas de orgullo del PAN se convirtieron en vergüenzas –afirma–, los núcleos de seguridad ideológica se transformaron en territorios de confusión. Acción Nacional era el enemigo del corporativismo; se convirtió en aliado suyo y en la bolsa de oxígeno que le permitió una segunda vida. Acción Nacional fue un severo crítico del amiguismo, de la improvisación y de la cortesanía de la política priista. Calderón se rodeó de amigos, sin más mérito que la lealtad al Señorpresidente”.
“Acción Nacional era una organización con una ejemplar vida democrática; Calderón le dio trato de dependencia a la que podía enviar al más incondicional de sus anodinos colaboradores”, señala.
Además, de ser un defensor y un promotor de los derechos humanos, en su guerra contra el crimen organizado, “no solamente fue desastroso por ineptitud, sino funesto culturalmente”. Pasó de una “misión civilizatoria” a “la barbarización de México”.
De acuerdo con Silva-Herzog Márquez, un sector del PAN cree en la política “como una tarea de resistencia, como un vehículo de la discrepancia, no un órgano para gobernar”.
En tal sentido, al presentar una iniciativa preferente en materia laboral después de un sexenio de no mostrar interés en democratizar la vida interna de los sindicatos, explica, “el presidente no actúa ya como presidente, sino como un adelanto del opositor: desafía al nuevo gobierno y le exige definirse en una materia extraordinariamente delicada para el partido histórico del corporativismo”.
Por lo pronto, Calderón ya inició su retorno al sitio donde buena parte de los panistas se sienten más cómodos: en la oposición.
@perezespino