El Papa popstar en Brasil

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Por Eric Nepomuceno

Hubo, en todos estos días, lo que los brasileños llaman un baño de multitud. La visita del Papa de los católicos a Brasil reunió, en Río, a alrededor de tres millones de personas solamente ayer. Francisco se mostró dispuesto, definitivamente, a transformarse en un papa pop.

Los números no están cerrados, pero los primeros cálculos indican que la ciudad recibió poco más de dos millones de turistas, de los cuales, unos 350 mil provienen del exterior. En total, los visitantes inyectaron en el comercio local unos 600 millones de dólares.

Para semejante contingente, es poco. Pero, al fin y al cabo, más que turistas fueron peregrinos. Y los peregrinos, sabemos todos, suelen tener hábitos (y gastos) muy austeros.

Hubo problemas, claro. En la organización de las Jornadas Mundiales de la Juventud primó la desorganización. Para empezar, justo en el día de su llegada, y por una confusión entre los diversos servicios de organización e inteligencia –que no son ni una cosa ni otra– el automóvil que conducía a Su Santidad se vio atascado en un embotellamiento en pleno centro de Río. Como prueba de que Dios existe y es brasileño, no le pasó nada al Papa argentino. Pero el riesgo corrido supera los límites del absurdo.

Todo, o casi todo, funcionó mal. Los vales de alimentación no eran aceptados por los restaurantes, el transporte público entró en colapso, barrios enteros fueron aislados y el tránsito se volvió muestra clara de lo que será el infierno. Cada diez minutos, las comisarías de policía registraron una queja de robo a turistas. Nada grave, dicen la prensa local y los responsables por la seguridad. Claro: ninguno de ellos ha sido víctima. Los turistas piensan diferente.

Los violentos choques entre manifestantes y la policía pudieron ser mantenidos lejos de Su Santidad. Y el desfile de mujeres semidesnudas y parejas del mismo sexo besándose desaforadamente en defensa del matrimonio homo-afectivo, el derecho al aborto y al uso de métodos contraconceptivos que vayan más allá de la castidad impuesta por el Vaticano como único permitido, no hizo más que asombrar a los peregrinos: el Papa ni se enteró.

De parte del Vaticano, mientras tanto, lo que se vio ha sido, una vez más, la excelencia de su servicio ceremonial. Pese a los infinitos obstáculos impuestos por la desorganización local, todo lo que depende de los expertos en comunicación del Vaticano funcionó de maravillas. La escenografía fue diseñada especialmente para despertar emociones, al igual que el vestuario y la elección de las bandas sonoras. Todo volvió a equipararse a Hollywood en sus mejores momentos. Atentos a los detalles, los del Vaticano impusieron que los primeros desplazamientos de Su Santidad se dieran en automóviles diseñados por la italiana Fiat. Para marcar diferencias con sus dos antecesores, se dispensaron todos los lujos y se reforzaron las imágenes de sencillez del nuevo pontífice. Y, sin embargo, al menos para los analistas y observadores, hubo sorpresas.

Su Santidad, por ejemplo, sorprendió por el tono político y de fuerte contenido social que imprimió en sus muchos pronunciamientos. Cumplió, desde luego, una agenda cuidadosamente armada para los efectos deseados: visitó una favela miserable, donde puso en duda la muy dudosa política de ‘pacificación’, que consiste básicamente en ocupar militarmente un espacio dominado por el narcotráfico y dejar que las carencias básicas –salud, educación, alternativas– persistan. Recibió a menores de edad que han cometido delitos y están detenidos, y también a drogadictos en recuperación, previamente seleccionados. Todo muy previsible, menos el tono crítico de Su Santidad contra los políticos, en general, y los corruptos, en particular, así como sus incentivos a los jóvenes para que sigan creyendo en la posibilidad de cambiar la realidad.

Les pidió que no se resignen, que presionen, que ‘armen líos’ en las diócesis, para que la Iglesia católica salga del marasmo y vuelva a las calles. A propósito de las calles, el papa también incitó a la juventud a ocuparlas. Y en un detalle inquietante para las autoridades brasileñas, muy especialmente para el gobernador de Río, Sergio Cabral, les aconsejó armar líos callejeros. En un sutil contrapunto, defendió que los ancianos también sean oídos.

La gran cuestión surgida a raíz del estreno internacional del argentino Jorge Bergoglio, que se transformó en papa Francisco es saber hasta qué punto podrá y querrá avanzar.

Es verdad que impuso diferencias palpables con relación a sus dos antecesores, el conservador Juan Pablo II, obcecado por detonar cualquier resquicio de la Teología de Liberación en América Latina, y el igualmente conservador Benedicto XVI, con sus hábitos ostentosos y refinados y su gusto por la comodidad palaciega, quien dio por muerta y enterrada esa tendencia surgida en los años 60 y 70 del siglo pasado en este continente azotado por los abismos sociales y la injusticia.

Queda por ver si serán diferencias de forma o si llegarán al contenido.

Nadie podrá esperar que el papa Francisco, o cualquier Papa, no sea un conservador, fiel a los dogmas del Vaticano. No habrá, por supuesto, cambio alguno con relación al tema del aborto, del matrimonio entre personas del mismo sexo, del divorcio, del celibato obligatorio, del espacio destinado a las mujeres en la estructura de la Iglesia católica, de los métodos contraceptivos, y sigue un vasto y consistente etcétera. Poco importa que ahora mismo, acorde a encuestas divulgadas durante la visita de Su Santidad, quede claro que el catolicismo encoge en Brasil, el país con más católicos en el mundo, y que quienes todavía se declaran practicantes pidan flexibilizaciones radicales en esos y otros temas. Eso no se tocará.

La cuestión es otra. Es saber hasta qué punto logrará avanzar hacia atrás, o sea, retomar conceptos y doctrinas establecidas hace como medio siglo por Juan XXIII y que sirvieron de base para la teología elaborada por varios curas y teólogos latinoamericanos, a saber, el peruano Gustavo Gutiérrez y el brasileño Leonardo Boff. A propósito, Boff fue condenado personalmente al silencio por el entonces cardenal Joseph Ratzinger, responsable, en su momento, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, como fue rebautizada la antigua Santa Inquisición, antes de transformarse en papa Benedicto XVI.

La estrategia para tornarse extremamente popular está en marcha. Sobran ejemplos: desde su nombramiento, el número de niños recién nacidos bautizados como Francisco se multiplicó por tres en Argentina. Definitivamente, el Papa es pop.

Hay que ver qué hará para lograr lo que él mismo requirió, o sea, sacar a la Iglesia católica de la comodidad y el lujo de catedrales y palacios, e intentar ayudar a cambiar la realidad.

Fuente: La Jornada

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