Por José Blanco
No hay ni ha habido un sistema capitalista. Lo que no ha sido historiado con suficiencia es la emergencia y características de los muchos capitalismos que en el mundo hay y ha habido.
El capitalismo de la revolución industrial en Inglaterra sólo puede ser visto como igual al capitalismo continental en el plano abstracto de las relaciones básicas capital-trabajo asalariado. Pero los capitalismos nacionales europeos que pasaron por la reforma calvinista, habrían de tener una historia concreta distinta de lo que ocurrió con los capitalismos nacionales mediterráneos y católicos.
Las relaciones capitalistas fueron trasladadas a lo que sería Estados Unidos, mediante la conformación de una colonia de poblamiento que gozaba del inmenso privilegio histórico de no traer a las espaldas la historia del medievo y de la aristocracia europea. Nacionalmente el capitalismo se desarrolló aquí sin el lastre que arrastraron por los siglos las economías europeas.
El liberalismo europeo fue una gran lucha histórica para reducir el lastre de la aristocracia, pero Estados Unidos podía darse el lujo de construir el mito del american dream y de la tierra de la libertad, justo porque no tenía detrás esa historia medieval. Estados Unidos inventó en parte su historia de libertad en la guerra de secesión por la cual fueron manumitidos los esclavos del sur, no por ningún valor libertario, sino porque el norte industrial necesitaba mano de obra libre en el mercado, para convertirla en trabajo asalariado y desarrollo capitalista industrial.
El pensamiento eurocentrista nos contó el cuento de una historia necesaria, que pasaba por la esclavitud, el largo túnel de la servidumbre y el desarrollo capitalista, pero no nos contaron que Asia se desenvolvía en una historia en nada similar a la de Occidente. Salvo contados observadores.
Los capitalismos desarrollados pudieron serlo merced a la creación del mercado mundial, vale decir, mediante la brutal tarea de erigir el sistema colonial con retazos de sistemas esclavistas, serviles y mercados primitivos de asalariados.
China siguió hasta hoy un camino propio que hoy, sólo estirando rudamente los conceptos que nacieron de la experiencia histórica de Occidente, puede ser llamada capitalista o socialista. Pero no tenemos otros conceptos y nos vemos impulsados a encorsetarla en un pensamiento incapaz de abarcar la diversidad mundial.
Los capitalismos siguieron caminos variados que hoy, en el marco de la crisis de nuestros días, aparecen como lo que han sido: bichos muy distintos. Parece más claro cada vez que durante el periodo de la Colonia, como en el periodo independiente, en América Latina las clases dominantes siempre han sido parte del centro desarrollado. El resto de la población es una reserva que ha sido explotable por todos los siglos. Reserva de población para ser convertida en asalariada, si los tiempos dan para ello, si no, quedan o vuelven a lo que en los años sesenta llamamos marginalidad. Para estos millones de latinoamericanos no hay proyecto seguro, rieles firmes por donde transitar hacia una vida más humana.
Es claro que el capitalismo central está impedido de incorporar a esta inmensa masa humana que ha vivido una existencia inhumana.
Y las cosas van para peor, porque el capitalismo central, después de su gran desarrollo entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y el inicio del neoliberalismo a partir de 1973, cuyo banderazo de salida fue la crisis del petróleo, ha ido, a la par de un desarrollo tecnológico deslumbrante, de mal en peor como modo de existencia humana. La crisis del neoliberalismo en nuestros días no tiene un grupo humano con un proyecto alternativo de vida. La crisis del neoliberalismo está destrozando la economía, la sociedad, el medio ambiente, la democracia liberal, y los signos de civilización humana que en distintos momentos de su existencia forjó en la ciencia, en el arte, en la convivencia con los semejantes.
Queda China haciendo una paciente labor de topo, cavando en Occidente mismo su propio plan de expansión mundial; queda el poderío armamentista de Estados Unidos, y queda en Occidente un capitalismo neoliberal que se pudre con los días.
Queda también, por dar a luz, a los pueblos excluidos de América Latina, de África negra y musulmana, y de grandes áreas de Asia oriental, un proyecto de historia futura que no puede ser el de los capitalismos centrales, ni un camino como el de China, construido en milenios. Unos caminos para los excluidos de la Tierra, que son millones y millones.
Tal vez una oportunidad histórica se acerca: si fuera real lo que ve el egipcio Samir Amín, vivimos la última etapa posible de expansión del capitalismo monopolista. El monopolio hoy por hoy controla todo: todo. Desde la pequeña explotación agrícola, a través de los fertilizantes, el crédito, los canales de comercialización, hasta los monopolios de las gigantes producciones. El monopolio ha destruido las bases de la reproducción del sistema y sólo puede vivir empobreciendo a las masas del mundo.
Fuente: www.jornada.unam.mx