Por Chris Hedges/ Truthdig
En la obra Réquiem por una especie: ¿Por qué nos resistimos a la verdad sobre el cambio climático? Clive Hamilton describe el lúgubre consuelo derivado de aceptar que “el catastrófico cambio climático es algo virtualmente seguro”. Dice que para eliminar cualquier “esperanza falsa” hace falta un conocimiento intelectual y un conocimiento emocional. El primero es algo posible de lograr. El segundo es mucho más difícil de adquirir porque los seres querido, incluyendo nuestros hijos, están condenados a la inseguridad, la miseria y el sufrimiento en el transcurso de pocas décadas -si no en pocos años. Asumir emocionalmente el desastre que nos aguarda, lograr comprender a un nivel visceral que la élite en el poder no responderá racionalmente ante la devastación del ecosistema, es tan difícil como la aceptación de nuestra propia muerte. La lucha existencial más abrumadora de nuestro tiempo es asimilar -intelectual y emocionalmente- esta horrible verdad y continuar resistiendo contra las fuerzas destructivas.
La especie humana, encabezada por europeos y euro-americanos blancos, ha lanzado, desde hace 500 años, una estampida violenta de conquista, saqueo, depredación, explotación y contaminación de la Tierra -matando al mismo tiempo a las comunidades indígenas que hallan en su camino. Pero el juego ha llegado a su fin. Las fuerzas técnicas y científicas que permitieron crear una vida de lujos sin paralelo son las mismas fuerzas que nos condenan. La manía de la expansión económica y explotación sin límites se ha convertido en una maldición, en una sentencia de muerte. Pero incluso mientras se desintegra nuestro sistema económico y del medio ambiente, después del año más caliente en los 48 estados contiguos de EE.UU. desde que se lleva el registro iniciado hace 107 años, carecemos de la creatividad emocional e intelectual para apagar el motor del capitalismo global. Nos hemos atado a una máquina de la muerte, como lo explica el borrador del reporte del Comité Asesor de Evaluación y Desarrollo Climatológico Nacional.
Las civilizaciones complejas tienen el mal hábito de la auto-destrucción. Antropólogos, entre los que se incluye Joseph Tainter en El colapso de sociedades complejas, Charles L. Redman en El impacto humano en los medio ambientes de la antigüedad y Ronald Wright en Breve historia del progreso han expuesto los patrones comunes que conducen a la desintegración de los sistemas. La diferencia es que, en esta época, nuestra destrucción arrastrará a todo el planeta. Con este colapso final no habrá nuevas tierras para explotar, ni nuevas civilizaciones para conquistar, ni nuevos pueblos para sojuzgar. La conclusión de la larga lucha entre la especie humana y la Tierra será que los seres humanos sobrevivientes aprenderán una dolorosa lección sobre la ambición desenfrenada y el egocentrismo.
“Hay un patrón que se repite en las diferentes civilizaciones del pasado de desgaste de los recursos naturales, sobreexplotación del medio ambiente, expansión desmedida y sobrepoblación”, sostiene Wright en una conversación telefónica desde su hogar en British Columbia, Canadá. Agrega: “Según el patrón, las sociedades tienden al colapso poco después de alcanzar el periodo de mayor magnificencia y prosperidad. Ese patrón se repite en numerosas sociedades, los antiguos romanos, mayas y sumerios del actual sur de Irak. Hay muchos otros ejemplos, incluyendo sociedades a menor escala como la Isla de Pascua. Las mismas causas de la prosperidad de las sociedades en el corto plazo, especialmente nuevas formas de explotar el medio ambiente como la invención de la irrigación, conducen al desastre en el largo plazo debido a complicaciones que no se pudieron prever.
A esto lo llamo “la trampa del progreso” en el libro Breve historia del progreso. Hemos puesto en movimiento una maquinaria industrial de tal nivel de complejidad y dependencia en la expansión que no sabemos cómo arreglarnos con menos ni cómo lograr estabilidad en relación a nuestra demanda de recursos naturales. Hemos fracasado en el control de la población humana. Se ha triplicado en el curso de mi vida. Y el problema se agudiza por la brecha creciente entre ricos y pobres, la concentración de la riqueza, que asegura que nunca habrá suficiente para repartir. La cantidad de gente en extrema pobreza en la actualidad -cerca de dos mil millones- es mayor de lo que era la población total del mundo a principios del siglo XX. Eso no es progreso.”
“Si continuamos negándonos a enfrentar la situación de una manera racional y ordenada marcharemos, tarde o temprano, hacia una suerte de gran catástrofe.”, sostiene Wright. “Si tenemos suerte, será lo suficientemente grande como para despertarnos a nivel mundial pero no tanto como para eliminarnos. Ese sería el mejor de los casos. Debemos trascender nuestra historia evolucionista. Somos cazadores de la Era Glacial afeitados y vestidos de traje. No somos buenos pensadores a largo plazo. Preferimos atiborrarnos con carne de mamut sacrificando a todo el rebaño en el precipicio antes que ingeniarnos para conservar el rebaño y tener alimento diario para nosotros y nuestros hijos. Esa es una transición que nuestra civilización debe hacer. Y no la estamos haciendo.”
Wright, que en su novela distópica Un romance científico, pinta un mundo futuro devastado por la estupidez humana, menciona “los intereses políticos y económicos afianzados” y la incapacidad imaginativa de la inteligencia humana como dos de los mayores impedimentos para un cambio radical. Y dice que estamos en falta todos los que usamos combustibles fósiles y todos los que participamos de la economía formal.
Las sociedades capitalistas modernas, sostiene Wright en su libro “¿Qué es América: Una breve historia del Nuevo Mundo”, derivan del saqueo perpetrado por los invasores europeos contra las culturas indígenas del continente americano desde el siglo XVI al siglo XIX, combinado con el empleo de esclavos africanos como fuerza de trabajo sustituta de los nativos. La población de indígenas americanos decreció en un 90% a causa del sarampión y otras plagas nuevas. Los españoles no lograron conquistar ninguna de las grandes civilizaciones hasta que el sarampión empezara a hacer estragos; en efecto, los aztecas derrotaron a los españoles al principio.
Si Europa no hubiera saqueado el oro de las civilizaciones azteca e inca, si no hubiera ocupado la tierra y se hubiera apropiado de los altamente productivos cultivos del Nuevo Mundo para explotarlos en sus granjas europeas, el crecimiento de la sociedad industrial en Europa habría sido mucho más lento. Karl Marx y Adam Smith señalaron que el influjo de riqueza desde las Américas hizo posible la Revolución Industrial y el inicio del capitalismo moderno. Fue la violación de las Américas, señala Wright, lo que desencadenó la orgía de la expansión europea. La Revolución Industrial también equipó a los europeos con sistemas avanzados de armamento, lo que hizo posible una mayor subyugación, saqueo y expansión.
“La experiencia de 500 años de expansión y colonización relativamente fáciles, de la constante toma de nuevas tierras, condujo al mito del capitalismo moderno de que es posible expandirse indefinidamente”, dice Wright. “Es un mito absurdo. Vivimos en este planeta. No podemos dejarlo e irnos a otra parte. Tenemos que hacer ajustes a nuestras economías y demandas de la naturaleza dentro de los límites naturales, pero hemos tenido 500 años durante los cuales los europeos y los europeos- americanos, al igual que otros colonialistas han dominado el mundo. Este periodo de 500 años ha sido visto no solo como algo fácil sino también normal.
Creemos que las cosas siempre serán más grandes y mejores. Tenemos que entender que ese largo periodo de expansión y prosperidad fue una anomalía. Algo así ha sucedido muy raramente en la historia y nunca volverá a suceder. Tenemos que hacer reajustes en la civilización a nivel integral para vivir en un mundo finito. Sin embargo, no lo estamos haciendo porque llevamos mucho bagaje, demasiadas versiones míticas de una historia deliberadamente distorsionada y un sentimiento profundamente enraizado de que ser moderno se reduce a tener más. Esto es lo que los antropólogos llaman una “patología ideológica”, una creencia auto-destructiva que provoca el colapso y la destrucción de las sociedades. Estas sociedades continúan haciendo cosas realmente estúpidas porque no pueden cambiar la manera de pensar. Y en este punto nos encontramos nosotros ahora.”
Y a medida que el colapso se hace palpable, si la historia de la humanidad puede servir de guía, nosotros como las sociedades en proceso de desintegración del pasado, nos refugiaremos en lo que los antropólogos llaman “cultos de crisis”. La impotencia que sentimos frente al caos ecológico y económico desatará engaños colectivos más agudos, como la creencia fundamentalista en un dios o en dioses que vendrán a la tierra para salvarnos.
“Las sociedades a punto de colapso, a menudo, son víctimas de la creencia de que si realizan ciertos rituales todo lo malo desaparecerá”, dice Wright. “Hay muchos ejemplos de ello a través de la historia. En el pasado esos cultos de crisis se impusieron entre los pueblos que habían sido colonizados, atacados y masacrados por extranjeros, de los pueblos que habían perdido control de sus vidas. Esos rituales representan la capacidad de recuperar el mundo del pasado, al que visualizan como una especie de paraíso. Buscan regresar a cómo eran las cosas. Los cultos de crisis se propagaron rápidamente entre las sociedades de indígenas americanos en el siglo XIX, cuando los indígenas y los búfalos eran masacrados con rifles de repetición y luego con metralletas. La gente llegó a creer que, como sucede en la ‘danza de los fantasmas’, si ellos hacían lo correcto desaparecería el mundo moderno que les era intolerable: el alambre de púa, las vías ferroviarias, el hombre blanco, las armas de fuego.
“Todos tenemos el mismo tipo básico de mecanismos psicológicos: somos muy malos para planear a largo plazo y nos aferramos a engaños irracionales frente a una amenaza seria”, dice Wright. “Veamos, por ejemplo, la creencia de la extrema derecha de que si desapareciera el gobierno, recuperaríamos el paraíso de la década del 50. Veamos de qué manera permitimos que avance la exploración de petróleo y gas cuando sabemos que una económica basada en el carbón representa un suicidio para nuestros hijos y nietos. Ya se pueden sentir los resultados. Cuando se llegue al punto en el que grandes partes de la Tierra experimenten malas cosechas al mismo tiempo, tendremos hambrunas masivas y una ruptura del orden establecido. Eso nos depara el futuro si no tomamos medidas frente al cambio climático.”
Dice Wright: “Si fracasamos en este gran experimento, el experimento de los simios que desarrollaron la inteligencia suficiente como para hacerse cargo de su propio destino, la naturaleza se encogerá de hombros y dirá que fue divertido dejar que los simios se hicieran cargo del laboratorio por un rato pero que después resultó una mala idea”.
Fuente: http://www.truthdig.com/report/page2/the_myth_of_human_progress_20130113/
Traducción: Silvia Arana