Por Enrique Calderón Alzati
En un acto académico reciente sobre políticas de Estado en torno a la educación, me impresionó gratamente saber que en un estudio comparativo de la Unesco en cerca de 20 países europeos, americanos y asiáticos, en los primeros años del presente siglo, México aparecía en primer lugar en cuanto a la producción de libros de texto, (la mayor parte de los cuales son gratuitos para los escolares de primaria de todo el país), por arriba incluso de los que se producían en Japón, o los que editaban los gobiernos de los países del ex bloque comunista, como Checoslovaquia y Hungría.
No en balde, el programa de libros de texto gratuito del gobierno mexicano con cinco décadas de vida, ha sido uno de los motivos de orgullo nacional; una tarea noble e imaginativa, apoyada por un mecanismo logístico, en cuya tecnificación yo participé cuatro décadas atrás, haciendo posible, que más de 100 millones de libros fuesen entregados a los estudiantes de primaria, en la primera semana de clases de cada ciclo escolar. (Hoy día la cantidad se ha elevado a 250 millones.)
Sin embargo, durante la conferencia que estaba escuchando vino a mi mente la gran contradicción que ese hecho significaba: ¿cómo era posible que, si durante los seis años de primaria, cada niño mexicano recibe más de 30 libros de texto sobre todas las áreas de conocimiento que se enseñan en ese ciclo, los cuales pasan a formar parte del patrimonio familiar, los adultos mexicanos leamos tan poco y poseamos tan pocos conocimientos e interés sobre cualquier tema cultural o científico? La pregunta me llevó a recordar entonces, comentarios y estudios que indican que los adultos mexicanos leemos en promedio un libro al año y esto, mayoritariamente con contenidos intrascendentes.
En realidad no puedo hoy citar un estudio estadístico o encuesta nacional que permitiese saber cuáles son realmente los hábitos de lectura de la población del país, pero me atrevo a pensar que los índices de lectura son verdaderamente raquíticos, lo cual explica por qué la manipulación política y mediática ha sido tan exitosa, así como algunos comportamientos sociales que me parecen aberrantes y que incluso han puesto en riesgo la seguridad de la nación.
Si agregamos los pésimos resultados obtenidos en las pruebas estandarizadas de comprensión lectora, nos encontramos en realidad con un misterio no resuelto, que ciertamente la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito de la Secretaría de Educación y el Instituto Nacional de Evaluación Educativa debieran estudiar, no sólo por las gigantescas erogaciones que el gobierno ha realizado y deberá gastar en esta materia, sino por la pobreza de los resultados logrados, lo cual incide negativamente en diversos aspectos de la vida nacional.
¿Cómo podemos hablar de la necesidad de impulsar el pensamiento crítico entre los estudiantes, si aspectos de tanta relevancia como el mencionado (de los cuales hay muchísimos más ejemplos) no son objeto de un análisis crítico serio, que permita superar problemas tan obvios y tan importantes como el que estamos señalando.
En este caso de los libros de texto gratuitos, que sin duda constituyeron la columna vertebral del sistema educativo nacional durante varias décadas, hoy deben ser objeto de una investigación que nos permita evaluar y conocer las razones de su fracaso, a partir del análisis de las posibilidades siguientes:
A) Los libros han dejado de conformar el medio de comunicación idóneo para la transmisión del conocimiento y la formación de los estudiantes, en virtud de la aparición de nuevos medios de comunicación.
B) El contenido de los libros no es el adecuado para cumplir con los objetivos y los requerimientos del sistema educativo.
C) El sistema de distribución de los libros de texto empleado hasta ahora ha impedido la formación de una cultura de valoración e interés por los libros.
Sobre la primera posibilidad, no resulta descabellado pensar que su estructura lineal y su naturaleza estática, resulten poco atractivas para los estudiantes, al comparar sus contenidos con otros medios de comunicación que permiten observar imágenes en movimiento y estructuras más atractivas, aunque en muchos casos carentes de contenido, como los observados en la televisión comercial, que finalmente es la que impone los estándares de cultura y minimiza el interés por la construcción del conocimiento relevante. ¿Qué no sería necesario que la SEP encargara a alguna institución educativa como UNAM, UAM o El Colegio de México un estudio serio y de amplia cobertura al respecto?
De ser esta la razón del problema sería hora de iniciar un proyecto para definir e instrumentar los nuevos esquemas de comunicación educativa para el futuro.
Considero que el desarrollo de nuevos tipos de materiales multimedia y software educativo constituye una necesidad imperiosa; sin embargo, considero que ello de ninguna manera hace de los libros un medio obsoleto, sino sólo incompleto a partir de las oportunidades que la tecnología está abriendo. La segunda posibilidad, de que el problema esté en los contenidos de los libros, me parece más lógica –de hecho mi impresión es que los contenidos de la educación primaria se podrían cubrir en dos años, reduciendo la cobertura a los aspectos verdaderamente relevantes y útiles–, lo que permitiría a los niños dedicar los primeros cuatro años de la primaria a desarrollar su capacidades básicas de socialización, comunicación y experimentación mediante el juego y las manualidades. Desde luego esta es sólo una hipótesis, que requiere de estudio, lo que no es aceptable es seguir haciendo las cosas igual, por la única razón de que así es como se han venido haciendo, pues los resultados nos están diciendo: ¡así no es!
Por otra parte, la concepción misma de los libros resulta anacrónica y en varios aspectos con afirmaciones evidentemente falsas. Basta leer la narración que hacen de la elección que llevó a Salinas al poder, para constatar la falta de compromiso ético en sus contenidos, los cuales los hacen parecer como libros preparados por un régimen antidemocrático y dogmático.
Sobre el tercer tema a investigar, es sobre el que tengo menos dudas; la distribución de los libros de texto gratuito, ha constituido en estas cinco décadas un mecanismo arcaico que pareciera estar diseñado para terminar con la industria editorial mexicana. En un artículo posterior hablaré de este tema que constituye un anacronismo y una vergüenza para el sistema educativo nacional.
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Fuente: La Jornada