El maltrato a los perros

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(O del antropocentrismo decadente)

Julio Muñoz Rubio*

En marzo de 1967 apareció publicado en la revista Science un interesante artículo del historiador estadunidense Lynn White, que llevaba por título Las raíces históricas de nuestra crisis ecológica. Aunque muy lejos estaba entonces la humanidad de enfrentar la catastrófica situación ambiental que actualmente se vive, comenzaban a encenderse ya los focos rojos sobre ese lamentable proceso. Según White, la responsabilidad de fondo de la crisis ecológica recae en el judeo-cristianismo, religión monoteísta que presenta a un dios omnipotente y omnipresente, y que el ser humano al haber sido creado, según las sagradas escrituras, a imagen y semejanza de aquel, es igualmente omnipotente, lo cual le permite mandar impunemente sobre el mundo natural, dominarlo, controlarlo, explotarlo inmisericordemente. El ser humano ha sido educado a lo largo de los siglos de hegemonía judeo-cristiana en la falta de respeto y de consideración a las plantas, animales y todos los entes no humanos de la naturaleza. Esa ha sido, según White, la nota dominante de esta hegemonía, y es allí donde deben concentrarse las reflexiones sobre los destrozos de la naturaleza.

La aparición del capitalismo y de las concepciones positivistas, complementan la actitud descrita por White. Para el capitalismo, carece de importancia todo aquello que no sea fuente de valor monetario y de ganancias, desprecia todo aquello de lo cual no pueda extraerse plusvalor, como es el caso de muchos de los entes naturales. La filosofía positivista, con su cientificismo, según el cual la objetividad y la verdad son incompatibles con sentimientos y pasiones y con la afirmación de que la ciencia es el único conocimiento verdadero y legítimo, reforzaron esa insensiblidad de grandes sectores de la humanidad hacia todo lo que no sea propiamente humano, despreciándolo.

Una de las consecuencias de esta actitud prepotente es la del maltrato a los animales, la del desprecio profundo que se les tiene. Aplicando estas nociones religioso-mercantiles-cientificistas a la vida cotidiana se ha elaborado una confusa y desordenada amalgama de ideas y concepciones de lo que los animales son, con tal de justificar todo tipo de malos tratos y abusos sobre ellos: no piensan, no sienten, no sufren, no sirven para nada, y desde luego, dado todo esto, ciertos humanos se arrogan a sí mismos el derecho de hacer lo que quieran con ellos con la prepotente convicción de que los humanos somos primero.

Pero, ¿qué tipo de seres humanos son los que se comportan de esta manera frente a los animales? Bien decía Marx en sus manuscritos de 1844 que en el capitalismo, entre más se valora el mundo de las cosas, más se desvaloriza el mundo humano. Pues bien, a fuerza de pensar que los seres humanos tienen derechos irrestrictos sobre la naturaleza, a fuerza de concebir a los animales como seres insensibles e inconscientes, y a fuerza de sólo valorar lo expresable en unidades de dinero y ganancias, lo que se ha desarrollado es un ser inhumano, marcado por la insensibilidad hacia el dolor y el sufrimiento de los animales y la falta de conciencia y responsabilidad sobre las acciones de maltrato hacia ellos. Se trata de un ser humano mutilado en sus sentimientos, en sus principios; un ser humano incapaz de observar el mundo animal con ojos éticos y con principios estéticos.

Esto es lo que se expresa claramente en el reciente conflicto generado en la delegación Iztapalapa con la muerte de varias personas supuestamente a manos (¿o a mandíbulas?) de una pandilla de salvajes perros. Resulta fácil para la sociedad mexicana actual, inmersa en una incontenible espiral de violencia y acostumbrada a maltratar impunemente a los animales, culpar a seres como los perros de la muerte de unas personas, sin parar ni por un momento a pensar en las condiciones insostenibles en las que tanto humanos como perros y otros animales sobrevivimos en una ciudad como la de México, ni considerar quién o quiénes son los responsables por toda esta situación urbana. Las voces que claman por la continuación a la cacería de los cánidos y aun por su muerte están reivindicando la generalización de la violencia como forma de solucionar los problemas sociales. Una actitud despectiva de la violencia contra los animales, pronto deviene en desprecio hacia los propios seres humanos y un aval al uso de la violencia de Estado contra las personas. De hecho, lo más probable es que en muchos casos sea ya una forma enmascarada e consciente de aval a la violencia que padecemos.

Una sociedad justa es una sociedad en la que no haya cabida para el maltrato ni hacia seres humanos ni hacia animales ni plantas.

* Julio Muñoz Rubio. Integrante del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, autor del libro Contra el oscurantismo: defensa de la laicidad, educación sexual y evolucionismo.

Fuente: La Jornada

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