Por Marta Lamas
El viernes 18 un sol esplendoroso en Madrid recibió a Elena Poniatowska, quien se veía igualmente radiante. Sin ánimo de ofender a quienes le concedieron el Premio Cervantes, creo que su felicidad se debía más al hecho de estar rodeada de siete de sus nueve nietos que a la honrosísima distinción que iba a recibir. Cuando le preguntan cuántos nietos tiene, Elena siempre dice 10. Las cuentas no salen cuando sumamos los tres hijos de Emmanuel, los tres de Felipe y los tres de Paula, porque Elena siempre incluye a Rodrigo, que falleció al nacer. Los hijos de Felipe viven en Puebla, los de Paula en Mérida y el de Mane estudia en Montpellier, así que ella se dispuso a disfrutar el placer de tenerlos juntos, aunque lamentó que no pudieran llegar los otros dos que se quedaron en México. En la plaza que se encuentra entre el Instituto Cervantes y el hotel, en la calle del Barquillo, cuelgan unos pendones con la foto de Elena Poniatowska sonriendo y abajo la leyenda “Ojalá y todos se vayan pronto para poder leer”. Para ser verdaderamente cierta, esa declaración requiere una precisión: que se vayan todos, excepto mis nietas y mis nietos.
La tarde lluviosa del lunes 21 nuestra escritora fue a cumplir el ritual del legado en el Instituto Cervantes. Resulta que el edificio en que hoy se aloja dicha institución fue anteriormente un banco, y en 2006 el edificio pasó a ser patrimonio del Estado y se le adjudicó al Cervantes. Como no se puede modificar la estructura, se decidió convertir la antigua bóveda que aloja lo que fueron las cajas de seguridad, donde la gente guardaba sus joyas y valores, en un espacio simbólico de la cultura, que se llama Caja de las Letras. Así, desde 2006 los distintos premios Cervantes y otras personalidades de la cultura iberoamericana, no sólo escritores sino también artistas y músicos, han dejado un legado. No son muchos todavía, pero la idea es que se vayan llenando las cajas, y a medida que se vayan cumpliendo las fechas que los propios escritores fijan para ser abiertas, hacer un pequeño museo con los objetos que los legatarios deseen dejar. Básicamente se trata de libros y manuscritos, pero también hay otros objetos, por ejemplo, la bailarina Alicia Alonso dejó unas zapatillas de ballet. La apertura de las cajas se lleva a cabo cuando cada legatario lo decide. Hay quien, como Carmen Balcells, fijó su apertura para un año y vino puntualmente a llevarse lo que había depositado. En cambio, hay quienes han establecido lapsos mayores, de 50 o 100 años. Elena decidió que su caja se abra dentro de 10 años, el 21 de abril de 2024.
Durante la ceremonia la bóveda del antiguo banco estuvo repleta de gente que vino a acompañarla, además de su familia: escritores, admiradores, funcionarios, periodistas y amigos, algunos de ellos mexicanos, como Alicia Mayer y Pablo Raphael. Víctor García de la Concha, el director del Instituto Cervantes y expresidente de la Real Academia Española, tomó la palabra e hizo una intervención elogiando el estilo cervantino de la escritura de Poniatowska. También comentó que ese lugar se ha convertido en un recinto mágico y que los guardias de seguridad le han dicho que por la noche escuchan sonidos raros, como el teclear de una máquina de escribir. García de la Concha señaló que tal vez podría ser la máquina de Nicanor Parra, que la depositó junto con un poema. Otras noches lo que se escucha son palabras o música. Por eso concluyó que ahora probablemente se escucharán las voces de la gente de México, “voces que pueblan la obra de Poniatowska, voces mexicanas pero en definitiva también voces universales”. Y así concluyó que la obra de Elena es un “regalo magnífico” y dio gracias infinitas”.
Elena, agradecida y apenada, explicó que su legado consistía en uno de sus objetos más preciados: la pulsera de identificación de guerra de su padre, un héroe de la Segunda Guerra Mundial, que “también fue un pianista, un buen hombre y un buen padre de sus tres hijos” (su hermana Kitzia, su hermano Jan, que murió a los 21 años y ella). El sencillo pedazo de metal que portaban los soldados para ser identificados en caso de fallecer tiene grabado el nombre del oficial Jean E. Poniatowski. Además, Elena dejó una primera edición de La noche de Tlatelolco y relató un poco lo que significó la masacre del 2 de octubre de 1968. Contó que el gobierno recogió la primera edición del libro de las librerías, lo que resultó un gran aliciente pues la gente salió a pedirlo antes de que fuera incautado. Asimismo trajo la edición de lujo, con fotografías, del mismo libro. Ella había pensado entregar también uno de sus antiguos escritos, mecanografiado en ese papel amarillento llamado “revolución”, pero aunque trajo el documento desde México, lo olvidó en el hotel. Luego depositó la pulsera de su padre y sus libros en la caja que lleva su nombre grabado por fuera. Fue un momento conmovedor y Elena finalizó diciendo: “Les agradezco su presencia y, sobre todo, le agradezco a Cervantes que hizo el Quijote y que nos ha convertido a todos un poquito en Quijotitos”. Los aplausos retumbaron en la Caja de las Letras, y yo pienso que el “quijotismo” de Elena es su verdadero legado a muchos de nosotros.
Fuente: Proceso