Por Mónica Maristain
Editada por Almadía, con la consabida portada del famoso diseñador Alejandro Magallanes, se dio a conocer el viernes, en una cantina de la Colonia Roma, la novela “Juárez Whiskey”, del escritor juarense afincado en Xalapa César Silva.
Aunque es la segunda obra editada en México por el autor que diera a conocer, pero en España y en Mondadori Isla sin mar, se trata de apenas un atisbo de la profusa obra que construye a diario y con una fe sin mácula, convencido de que escribir es su sino y el oficio al que habrá dedicar la mayor parte de sus energías.
Nacido en Ciudad Juárez, Chihuahua, México, en 1974, es también autor de Los cuervos (Premio Binacional de novela joven Frontera de palabras) y de los poemarios El caso de la Orquídea dorada (Mención especial en el premio Enriqueta Ochoa en 2008), La mujer en la puerta, ABCdario (Tierra Adentro, 2006 y 2000) y Si fueras en mi Sangre un baile de botellas.
En 2011 obtuvo el Premio nacional de cuento San Luis Potosí, por su libro de cuentos Hombres de nieve y en 2010 obtuvo el premio de ciencias y arte Chihuahua por su Juárez Whiskey. En tres ocasiones ha sido acreedor de la beca David Alfaro Siqueiros, otorgada por el Instituto Chihuahuense de Cultura.
La novela me gustó bastante
En palabras del escritor Eduardo Antonio Parra, quien ofició de presentador en El Portal de Cartagena, un local donde se bebe cerveza a la temperatura adecuada y se puede escuchar a todo vapor la voz de Janis Joplin saliendo desde la Jukebox, Juárez Whiskey es una buena novela.
Al fin y el cabo, él la leyó tres veces “lo que indica que me gustó bastante”, dijo en correspondencia con el tono jocoso que tuvo el acto organizado por Almadía en la persona de la siempre eficiente Ariana González, prueba del enorme afecto que despierta César, un buen narrador y mejor persona.
Para Parra, no fue poca cosa enterarse a través de la novela de Silva las diferencias que existen entre whisky y whiskey, una frontera que bien conocen los santos bebedores y que va más allá de la distinción ortográfica.
“Los que beben una u otra bebida tienen personalidades diferentes”, dijo, al tiempo que opinó que “cuando César se pone el overol de novelista escribe como no he visto que escriba casi nadie”.
“Uno siempre que lee una novela la puede contar como cuando ve una película, pero en su caso, las estructura sin tener una trama preconcebida, sus personajes comienzan a formarse con el transcurrir de las páginas y son ellos los dueños de la narración”, explicó Parra, autor de Nostalgia de la sombra, entre otros.
“Juárez Whiskey empieza con un automóvil que viene de El Paso, Texas, atraviesa Ciudad Juárez, antes de amanecer y de repente desaparece en la nada, en la carretera hacia Chihuahua. Sucede que un ingeniero que va hacia la maquiladora casi choca con ese automóvil y ahí comienza la historia, narrada por este personaje, un tipo que va todos los días a la maquiladora, luego a la cantina, después llega a su casa, se sirve un vaso de whiskey, navega por Internet y piensa en mujeres”.
“Lo interesante en la prosa de César Silva es que echa mano de un recurso infalible desde que las novelas son novelas y que tiene que ver con la elaboración de un personaje con un mundo interior tan rico que al final los lector terminan conociendo como a un amigo de toda la vida”, explicó Eduardo Antonio.
La vida cotidiana en la literatura
Lector voraz de Paul Auster, Philip Roth, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges y Sergio Pitol, entre tantos otros, Silva quiere hablar en su literatura “de lo que conozco, de la vida cotidiana, de lo difícil o fácil que la tenemos todos para levantarnos e ir al trabajo y convivir con los demás”.
Precisamente, la descripción de un Ciudad Juárez cercano y cotidiano, muy lejos del cliché de la violencia que ha logrado acuñar tras las fronteras, es lo que destaca Parra de Juárez Whiskey.
“A pesar de que la novela transcurre en los tiempos de la violencia, de la sangre, de los soldados, aquí Ciudad Juárez se vuelve entrañable en la voz de un narrador que la conoce desde que nació”, dijo el presentador, destacando al mismo tiempo “el realismo absoluto” de una prosa que sabe de lo que habla.
Fuente: Sin Embargo