El infierno en 2015

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Por Javier Sicialia

Según Dante, que conocía el infierno, habita en él un guardián llamado Gerión. Ese monstruo que custodia y representa el octavo y noveno círculos, donde habitan los fraudulentos y los traidores, tiene una triple característica. Posee un rostro de “hombre honesto”, el cuerpo de una serpiente multicolor (símbolos del mal y de las múltiples formas del engaño) y una cola que se bifurca entre el octavo y el noveno círculos, los más profundos del infierno.

Cuando conocí a Felipe Calderón y, más tarde, a Enrique Peña Nieto, la imagen de Gerión se me impuso. Me sucede siempre que conozco a un hombre o a una mujer de poder. No es un simple divertimento. La poesía tiene el poder de revelar la realidad profunda del ser de las cosas y este caso no es la excepción.

Semejantes a Gerión, Calderón y Peña Nieto son hijos de la hipocresía y sus mil formas del fraude. A diferencia suya, su infierno no es el de Dante, sino el que lo antecede, el que fabricaron en la Tierra y que en la visión del poeta los llevará a purgar, como el Papa Nicolás III, Tiresias o la esposa de Putifar, en el infierno eterno los crímenes que cometieron.

En este sentido, el infierno que desde 2006 a 2014 las administraciones de Calderón y de Enrique Peña Nieto han creado, tiene que ver con esa acción contraria a la verdad, a la rectitud y al uso debido de un buen gobierno. Ambas no sólo llegaron al poder de manera fraudulenta, gobernaron y gobiernan de la misma manera, al grado de haber convertido no sólo los territorios del país sino a la ciudadanía misma en mercancías rentables o prescindibles. Al arrasamiento de territorios en nombre de la inversión de los grandes capitales, han ido sumando y haciendo florecer, con su política antidrogas y de seguridad, la esclavitud de los migrantes, el asesinato, la desaparición, la trata de personas, el secuestro, la imposición, como en Michoacán, de tributos por circulación de mercancías, de personas o por posesión de tierra, el lavado de dinero y ahora, frente a la indignación de la sociedad por la masacre de los normalistas de Ayotzinapa, la represión y el desprecio. Han hecho algo más –la administración de Peña Nieto de manera más brutal–: han usado sus influencias para el llamado “enriquecimiento ilícito”.

Para esas presencias mexicanas de Gerión, cuyos intoxicados sueños pueden resumirse en el lema de campaña y de gobierno de Peña Nieto: “Mover a México” hacia la panacea de la inversión extranjera y el desarrollo –formas de la malicia en su modo fraudulento, dice Dante–, las víctimas que genera son meras externalidades que, como toda externalidad, no deben figurar en los precios del mercado y, en consecuencia hay que esconder, borrar, “superar”, nos ha dicho Peña Nieto con su rostro de hombre honesto, como se guarda y se supera el crimen en las fosas comunes del olvido.

A finales de 2014 no hay nada en México que no sea la presencia de Gerión que custodia, en un mundo lleno de fosas conectadas por acantilados rocosos y ásperos, toda suerte de fraudulentos que hacen gemir a un país entero bajo una aparente normalidad cuya violencia se vuelve día con día más espantosa e irrespirable. 2014 se cierra con un Gerión que se empeña en continuar administrando, en su rostro de “hombre honesto”, ese infierno a cualquier costo. De allí su desprecio, su apuesta por el olvido de los desaparecidos de Ayotzinapa y de los 30 mil más que guarda, junto con los 160 mil asesinados y 500 mil desplazados, las entrañas de su infierno; de allí su campaña para las elecciones de 2015 y su empecinamiento en las reformas estructurales.

Bajo esa óptica, el infierno que nos aguarda para 2015 no será ya el de los fraudulentos, sino el de los traidores. Es decir, el de aquellos que después de haber malversado la verdad, la rectitud y el buen gobierno, ahora malversarán, ya sin hipocresía alguna, sino con el cinismo con el que cierran 2014, el compromiso de lealtad que contrajeron con alguien. En este caso con la nación. El traidor es aquel que hace de la tradición (la entrega, la trasmisión de algo importante de una generación a otra), una traición (la entrega de ese algo al enemigo). 2015 será, si no encontramos un camino de salida, la instauración absoluta del narcoestado y de la necropolítica, es decir, del imperio de los traidores donde habitan Caín, el asesino de su hermano; Atenor, el troyano que entregó su ciudad al enemigo; Bruto y Casio Longino, que asesinaron en el César a Roma; y Judas Iscariote.

Afortunadamente el círculo que nos deparan no es, como dije, el eterno. Los rehenes de Gerión y de sus huestes han decidido salir de él y volver a restablecer lo que a los seres humanos corresponde, el lugar de la Tierra, el lugar de lo humano. Eso es lo que nos dice la resistencia que, al lado de muchos otros, mantienen los padres de los normalistas de Ayotzinapa y los estudiantes. Quizá 2015 no sea el del noveno círculo del infierno que nos deparan los traidores, sino el inicio, bajo el signo de una gran batalla, de una unidad ciudadana que permita empezar a restablecer lo que Gerión nos niega. Los traidores, al igual que los fraudulentos –es la enseñanza del infierno de Dante– no prevalecen en la tierra. Están destinados, como todos los grandes traidores, a la oscuridad del hielo eterno.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas, a Nestora Salgado, a Mario Luna y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales y boicotear las elecciones.

Fuente: Proceso

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