En un paisaje bíblico de burros y olivares los israelíes construyen nuevos asentamientos y los cristianos palestinos temen por su futuro
Por Harriet Sherwood
En medio de un paisaje de bolsas de plástico enganchadas en arbustos de tojo, carrocerías de automóviles dispersas en un patio de desguace y remolques destartalados, aún se distinguen rastros de paisaje bíblico en una colina situada entre las antiguas ciudades de Jerusalén y Belén: un par de burros atados a un olivo retorcido, y a su lado ovejas y cabras que balan mientras se acurrucan para resguardarse del gélido aire de diciembre.
Sin embargo, este terreno pronto estará cubierto de cemento después de que la semana pasada se autorizara la construcción de más de 2.600 viviendas en Givat Hamatos, el primer asentamiento israelí de nueva construcción desde 1997.
El lugar está situado entre dos asentamientos existentes: Gilo, de 40.000 habitantes, situado en lo alto de una colina; y hacia el este, asentado sobre otra colina, Har Homa, cuya población es de alrededor de 20.000 personas y con perspectivas de expansionarse. Ambos asentamientos están construidos en gran parte sobre tierras pertenecientes al municipio de Belén.
Givat Hamatos formará un vínculo estratégico entre estas dos ciudades gemelas, dificultando aún más el tránsito entre Belén y la que se prevé sea la futura capital de Palestina, Jerusalén Este, situada a solo sólo seis kilómetros de distancia.
Israel considera que estos y otros asentamientos situados en el lado palestino de la Línea Verde son legítimos suburbios de Jerusalén, ciudad que revindica como la capital unificada e indivisible del Estado judío. En las últimas semanas el primer ministro Benjamín Netanyahu y varios organismos oficiales han anunciado una serie de planes de expansión.
En el lugar de nacimiento de Jesús el impacto de los asentamientos israelíes y su crecimiento ha sido devastador. En un mensaje de Navidad, el presidente palestino Mahmoud Abbas dijo que Belén estaba sufriendo una “realidad asfixiante”. Y agregó: “Por primera vez en 2.000 años de cristianismo en nuestra patria, las ciudades santas de Belén y Jerusalén han quedado completamente separadas mediante asentamientos, muros racistas y puestos de control”.
Actualmente Belén está rodeada por 22 asentamientos, incluido Nokdim, donde reside el ex ministro de asuntos exteriores israelí de línea dura Avigdor Lieberman, y Neve Daniel, hogar del ministro de la diplomacia pública Yuli Edelstein.
La ciudad se ve más acorralada aún por el vasto muro de separación de hormigón y acero, por carreteras de circunvalación que conectan los asentamientos con Jerusalén y Tel Aviv, y por las zonas militares israelíes. Con poco espacio para expandirse, al día de hoy Belén está más densamente poblada que Gaza, según un funcionario palestino.
En Beit Sahour, el emplazamiento situado en el extremo este de Belén donde según la tradición cristiana los ángeles anunciaron el nacimiento de Jesús a los pastores en un campo, William Sahouri está sintiendo la presión. Hace diez años se mudó a un proyecto de viviendas para jóvenes familias cristianas desde las que se veían campos y colinas donde antaño pastaban las ovejas.
Ahora la mayor parte de esas tierras han quedado al otro lado del muro de separación y son inaccesibles a los palestinos. Har Homa — que, al igual que todos los asentamientos de Jerusalén Este y de Cisjordania es ilegal según el punto de vista del derecho internacional — se está extendiendo rápidamente colina abajo. Las grúas trabajan en nuevos bloques de apartamentos, las excavadoras están allanando la tierra para construir nuevas carreteras y edificios.
En contraste con lo anterior, sobre el hogar de Sahouri, así como sobre los de otras personas en el barrio, pende una orden israelí de demolición. Fue emitida en 2002, poco después de que construyeran las viviendas sin permiso [israelí], Un permiso por lo demás casi imposible de conseguir en las zonas de Cisjordania que están bajo completo control militar israelí. Tras una serie de protestas, la orden de demolición se congeló, pero no anuló.
“Es como estar sentado encima de una bomba”, dice Sahouri, que estima que su familia lleva afincada en la zona desde hace más de 300 años. “No sabemos cuándo la demolirán. En cualquier momento pueden venir con excavadoras y maquinaria pesada y acabar con todo”.
“Sin embargo”, añade, señalando hacia el otro lado de Har Homa, “los israelíes pueden construir 1.000 viviendas en tres meses. En 10 años construyen una ciudad, mientras que nosotros tenemos que construir piedra a piedra”.
Los habitantes de Beit Sahour — de cuyos 15.000 habitantes el 80% son cristianos — dicen que los colonos le han echado el ojo a otro lugar cercano. Una antigua base militar israelí en Ush Ghurab está siendo visitada casi todas las semanas por colonos de la línea dura procedentes de los asentamientos construidos muy al interior de Cisjordania. Los visitantes han repintado los edificios abandonados, han plantado árboles y han izado banderas israelíes. Ahora los colonos llaman Shdema al lugar y mantienen reuniones periódicas y actividades en la cima de la colina.
Los palestinos locales temen que los visitantes comiencen a pernoctar en la antigua base para, a continuación, comenzar a expandir el sitio con más caravanas, suministrar luego los servicios básicos — electricidad, agua, carreteras — y acabar construyendo viviendas permanentes. Se trata de un patrón familiar en virtud del cual van tomando forma los asentamientos radicales, no autorizados por el Estado de Israel.
“Este área se ha convertido en objetivo prioritario”, dice el activista palestino local George Rishmawi. “La experiencia nos dice que así es como surgen los asentamientos: con acciones de los fanáticos”.
En el otro lado de Belén, otra comunidad mayoritariamente cristiana se enfrenta también a una batalla, esta vez contra el trazado previsto del muro de separación. Según las propuestas actuales el muró aislará de sus tierras a 58 familias, además de a un monasterio y a convento. Los monjes y monjas de Cremisan han unido fuerzas con los residentes para librar una batalla legal en torno al trazado, a resolver en los tribunales israelíes a principios del próximo año.
“El muro va a confiscar prácticamente toda nuestra tierra”, dice Samira Qaisieh, cuya casa en las afueras de Beit Jala fue construida por la familia de su marido hace casi un siglo. Desde su terraza recubierta de vides se divisa, al otro lado del valle de Gilo, el asentamiento israelí construido en un terreno que según ella era propiedad de su abuelo. “Israel dice que está haciendo todo esto en nombre de la seguridad. Pero lo que en realidad quieren es una tierra sin pueblo [palestino].”
Qaisieh está pensando en marcharse a menos que se modifique el trazado del muro. “Aquí no hay trabajo. Si perdemos nuestra tierra, ¿para qué quedarse? ¿Qué futuro tendrán mis hijos?”
Unas dos terceras partes de los 643 km de longitud del muro de Cisjordania están construidos. El 85% de su trazado discurre dentro de Cisjordania y se traga casi el 8,5% de la tierra palestina. En 2004, la Corte Internacional de Justicia dictaminó que era ilegal y que su construcción debe detenerse.
El muro serpentea alrededor de la mayor parte de Belén, proyectando una profunda sombra — tanto literal como metafórica — con sus bloques de hormigón de 8 metros de altura. En el restaurante El Árbol de Navidad, donde apenas hay clientes para las “comidas rápidas” del menú, el negocio ha llegado a un punto muerto ya que el muro israelí bloquea lo que era la carretera principal entre Jerusalén y Belén. Decenas de tiendas situdas lo largo de la clausurada arteria han echado el cierre.
A unos cientos de metros de distancia del restaurante vacío, un largo pasillo de acero enjaulado que conduce a través de numerosos torniquetes hasta un punto de control constituye la principal salida de la ciudad para los palestinos que desean ir a Jerusalén. En Navidad el ejército israelí concede miles de permisos extra a los palestinos cristianos para que puedan visitar los lugares sagrados de Jerusalén, pero la falta de acceso regular ha tenido un impacto terrible sobre las empresas y los índices de empleo.
Con un índice de paro del 18%, Belén presenta una de las tasas de desempleo más elevadas de todas las ciudades de Cisjordania, dice Vera Baboun, elegida en octubre alcaldesa de Belén y la primera mujer que ocupa ese cargo en la historia de la ciudad. “Somos una ciudad estrangulada, sin espacio para expandirnos a causa de los asentamientos y del muro”.
En un folleto para celebrar la Navidad de 2012, Kairos Palestina, una alianza cristiana, afirma: “La confiscación de tierras, así como la afluencia de colonos israelíes, induce a pensar que no habrá futuro para los palestinos (cristianos o musulmanes) en [este]área. En este sentido, la perspectiva de una “solución” clara es más sombría cada día”.
En las últimas décadas los cristianos se han marchado de Belén a millares y actualmente constituyen una minoría en una ciudad que antaño dominaron. En 2008 los cristianos eran el 28% de los 25.000 habitantes de Belén. El desgaste de la vida cotidiana bajo la ocupación israelí, la falta de oportunidades, la ausencia de esperanza y la violencia de la Intifada palestina de hace 10 años suelen mencionarse como las principales causas del éxodo cristiano. Sin embargo, en los últimos años el flujo de emigrantes ha disminuido. “Estamos aquí, y vamos a seguir aquí para ayudar a que nuestro nuevo Estado sea una realidad”, dice Nora Carmi, de Kairos.
En Beit Jala, el párroco Padre Ibrahim Shomali, que todos los viernes al atardecer dirige oraciones al aire libre bajo los olivos para protestar contra el proyecto de trazado del muro alrededor del monasterio Cremisan, teme que su construcción provoque un nuevo éxodo de cristianos. “La gente se está marchando”, dice fatigado. “Pero algunos de nosotros nos quedaremos para orar y resistir”.
Fuente: http://www.guardian.co.uk/world/2012/dec/23/bethlehem-christians-feel-squeeze-settlements