El imperio y sus consecuencias

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Por Robert C. Koehler/ Common Dreams

Al nivel humano, la inmoralidad del asesinato es fundamental y la mayoría de la gente comprende la demencia del odio armado. Mantener ocultas esas tenebrosas fuerzas es esencial para la existencia de la sociedad humana. ¿Por qué entonces, al nivel abstracto del nacionalismo, se honoran, veneran, saludan, elogian como gloriosas, y reciben el control de un enorme presupuesto?

¿Por qué se iguala su perpetuación mediante tecnología cada vez más sofisticada con la seguridad nacional y nadie habla de las consecuencias negativas totalmente predecibles de basar la seguridad en asesinatos y odio?

¿Por qué se siente uno tan ingenuo cuando formula preguntas semejantes?

Es como si el asunto hubiera sido establecido hace cuatro o cinco milenios. Matar es malo, pero tenemos que matarnos los unos a los otros, ya sabéis, en autodefensa, a fin de sobrevivir. Y odiar a otros es malo –burlarse de ellos, deshumanizarlos– pero hay quienes lo están pidiendo. Lo hacen con nosotros, por lo tanto no tenemos otra alternativa que hacerlo nosotros. Odiad, deshumanizad, eliminad a nuestros enemigos y… voilà, estamos seguros, por lo menos por el momento. ¿Qué se consigue con eso?

La crítica contra una política semejante va generalmente expresada en términos que eliminan la supuesta ingenuidad de la crítica, pero me pregunto si no es hora de considerar directamente la maldad fundamental de la guerra. Quisiera decirlo con la mayor claridad posible: Una política de asesinato y odio es, en sí, moralmente errónea así como insostenible estratégicamente. Cualquier cosa que fluya de una política semejante, aunque parezca ser conveniente – como ser la dominación regional, el acceso al petróleo, la supresión del poder de un enemigo o simple venganza a la antigua– es inherentemente inestable y está condenada a un fracaso desastroso. Podrá ser la manera cómo actúan los imperios, pero es una política errónea. Si causa “daño colateral”, es una política errónea.

Lo digo de esta manera porque me persigue la estadística de que veteranos militares de EE.UU. se están suicidando a un ritmo de 18 por día y que el término para la condición de muchos, tal vez de la mayoría, de los veteranos y soldados después de su estadía en Afganistán es el daño moral. Sus vidas han sido seriamente dañadas no solo por heridas físicas y psicológicas sino también por otra cosa – por haber trasgredido un umbral espiritual fundamental y roto el lazo que nos une. No podemos deshumanizar a otros sin hacer lo mismo con nosotros mismos, y a veces es insoportable despertar a la realidad de un tal estado.

Y no es solo el despliegue –la participación en una ocupación inhumana y la guerra– lo que deshumaniza. El entrenamiento militar que precede al despliegue es donde comienza. El entrenamiento no es solo en la habilidad y tecnología de matar, sino en la deshumanización del propio ser y de otros. Las fuerzas armadas de EE.UU., sea lo que sea, son un culto del odio con un presupuesto virtualmente ilimitado. Lo demuestra el testimonio de numerosos veteranos con el pasar de los años, testimonio que podría llenar volúmenes, por ejemplo:

“Me uní al ejército al cumplir 18 años. Cuando me alisté me dijeron que el racismo había desaparecido de las fuerzas armadas”, dijo Mike Prysner durante las audiencias en 2008 de Winter Soldier [Investigación de los crímenes de guerra de EE.UU. en las guerras de Iraq y Afganistán]. “Después del 11-S, (comencé a oír) cabeza de toalla, jockey de camellos, negro de arena. Estos calificativos procedían de la cadena de comando. La nueva palabra era hadji. Un hadji es alguien que va en peregrinaje a La Meca. Tomamos lo mejor del Islam y lo convertimos en lo peor.” Prysner formaba parte de un panel llamado “Racismo y guerra: la deshumanización del enemigo”.

Los reclutas militares marchan a ritmos que celebran la matanza de niños en la plaza del mercado y gritan “¡mata!” antes de que puedan comenzar a comer. Se les dice que son animales, despojados de emociones “sentimentales”, entrenados para matar a la orden con fría eficiencia. En esa condición sirven la política exterior de EE.UU.

El argumento, por supuesto, es que tenemos enemigos por ahí que nos desprecian y que quieren lo que tenemos, y que nuestra única protección es una capa de asesinos implacables, bien armados, que patrullan el perímetro y protegen la seguridad de nuestras comunidades y de nuestros hijos. El argumento es que nuestra política exterior es humana en última instancia, que propaga la democracia, que solo apunta a los malos y protege a la gente decente en todas partes.

Pero este argumento se desintegra cuando se considera lo que hacemos, desde Dresde e Hiroshima a My Lai y Faluya. Se desintegra cuando se lee sobre la justificación de nuestro masivo bombardeo de Bagdad a comienzos de la guerra de Iraq, como lo describen Harlan K. Ullman y James P. Wade en la publicación del Departamento de Defensa en 1996: “Shock and Awe: Achieving Rapid Dominance” [Choque y pavor: Logrando la dominación rápida]:

“La intención en este caso es imponer un régimen de Choque y Pavor, mediante el logro de niveles instantáneos, casi incomprensibles, de destrucción masiva dirigida evidentemente a influenciar la sociedad, queriendo decir a su dirigencia y público, en lugar de atacar directamente objetivos militares o estratégicos…

“El empleo de esta capacidad contra la sociedad y sus valores, llamada ‘contra-valor’… (consiste de) ataques que destruyen masivamente la voluntad pública de resistir del adversario”.

Es la moralidad del imperio, la moralidad de la dominación. No la inventamos; solo continuamos la tradición, que se remonta a través del colonialismo y la esclavitud a la Inquisición (“matadlos a todos, dejad que Dios los clasifique”) a Roma (“crean un desierto y lo llaman paz”) y más allá, a los orígenes de la civilización.

Pienso que las consecuencias han terminado por alcanzarnos.

* Robert Koehler es un periodista y escritor galardonado, basado en Chicago, de difusión nacional. Su nuevo libro es: Courage Grows Strong at the Wound. Para contactos:koehlercw@gmail.com o en su sitio en la web commonwonders.com

Fuente: http://www.commondreams.org/view/2012/10/11/ Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

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