El gran secreto de Bernie Sanders

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Una ficción basada en un episodio poco conocido de la vida del candidato demócrata a la presidencia en Estados Unidos

Por Luna Miguel/ Playground

(Aunque es un episodio poco conocido de su vida, el candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos en 2016 tiene una historia familiar desordenada y curiosa. Su página web dice que es padre de 4 hijos y abuelo de 7 nietos; sin embargo, en toda su vida él sólo tuvo un hijo biológico con una novia que no es su mujer actual. A pesar de que durante años esta historia estuviera más bien oculta, hace poco salió a la luz en la prensa amarillista, y nosotros la hemos contado en forma de ficción)

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A lo largo de la historia, todos los reyes, emperadores o políticos han sentido la necesidad de autodenominarse “grandes”, quizá para creer que lo que estaban haciendo era notable, valioso, algo que se recordaría para siempre en libros y canciones.

Magnos, césares, hombres fuertes hechos de hierro y sin apenas carne blanda que recubra sus huesos. Presidentes que deciden a qué guerra ir, a qué pueblo mentir, a cuánta intensidad enfocar sus miradas en los carteles promocionales con los que ciudadanos indecisos caerían rendidos a sus pies.

Quién le iba a decir entonces a Bernard, ese joven blanco y delgado de pelo rizado e ideas radicales en la cabeza, que algún día optaría a ser un político importante, si para todos sus conocidos él era simplemente Bernie. El revolucionario, locuaz y alocado Bernie Sanders.

¿Podría alguien que se esconde tras un cariñoso diminutivo entrar en la testosterónica lista de los que se hacen llamar los grandes hombres?

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Lo cierto es que ahora mismo a Bernard, neoyorkino de 27 años afincado desde hace no mucho tiempo entre pequeñas ciudades y pueblos del estado de Vermont, todo eso de ser un gran hombre le da un poco igual.

Es 21 de marzo de 1969 y su cuerpo delgado y nervioso espera en una sala fría del Hospital Brightlook, en St. Johnsbury, Vermont. Al otro lado de la sala, Bernard puede ver un pasillo en cuyas habitaciones gritan las mujeres que han venido a dar a luz coincidiendo con el inicio de la primavera.

Aunque afuera aún hace mucho frío, a Bernard le consuela saber que la mujer a la que ama está en uno de esos cuartos calientes, empujando al mundo al que será el primer y único hijo de la pareja: Levi Sanders.

Bernard tiembla.

No sabe si de emoción o de miedo.

Posiblemente lo haga por las dos cosas.

Tiembla como nunca tembló en su vida, como cuando de joven se peleaba con los chicos de las escuelas rivales en los campeonatos de baloncesto; como cuando entró a la Universidad y dio su primer discurso anticapitalista delante de cientos de alumnos, o como cuando se divorció de su primera mujer.

Su primera y querida mujer con quien apenas convivió un año, y de quien tuvo que separarse porque sus visiones y ambiciones con respecto al futuro eran radicalmente opuestas.

Entonces, si Bernard no deseaba una vida familiar, si no quería compromisos, si su vida estaba enfocada a la política, o lo que es más excitante, hacia la revolución, ¿qué hacía el primer día de primavera de 1969 en un hospital, esperando a ver la cara de un niño con cuya madre, Susan Mott, ni siquiera estaba casado?

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La vida, como el amor, no se puede elegir.

Si viene, ha venido y ya está.

A Bernard Sanders la vida le acaba de venir y ya está. Por eso le tiemblan las piernas y se siente extremadamente nervioso. Él no está preparado para enfrentarse a la mierda blanda de su bebé, ni a los pañales, ni a las papillas.

Y eso, piensa, es irónico.

Un hombre obsesionado con dar el golpe, con encabezar la revolución, con crear un partido capaz de poner fin a las injusticias de ese país de libertades recortadas en el que vive, ¿cómo es posible que le tenga miedo a ese ser que hace tan sólo unas horas aún dormía plácidamente en el útero hinchado de Susan?

A Bernard todo el mundo le trata con cariño, por eso le llaman Bernie incluso si durante años repitió eso de que “the revolution is life versus death,” o incluso si, entre calada y calada a un cigarro de marihuana, soñaba con una nueva clase política que se pareciera más a la gente, y menos a los protagonistas de los horrendos cuadros que cuelgan en los pasillos de la Casa Blanca.

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En la fría sala del Hospital Brigthlook, mientras espera a que las enfermeras le hagan pasar a contemplar la escena de lo que podría ser el principio del fin de esa vida libre y subversiva que siempre había imaginado para sí mismo, Bernard cae en la cuenta de que es egoísta.

Y mira al pasillo por donde al fin se abre una puerta, sabiendo que por muy justo, por muy compasivo, por muy revolucionario que quiera ser: es egoísta.

Pocos minutos después, sin embargo, una enfermera grita su nombre.

—¡Señor Sanders! ¡Señor Sanders, ya puede pasar, su mujer y su hijo le esperan!

Con las piernas temblando como nunca le habían temblado y las ideas y las miles de millones de dudas punzándole el cerebro, Bernard se asoma a la habitación del paritorio y, tras la cortina de olor a sudor y sangre, advierte en el pecho de su amante una pequeña cabeza humana que le encoge el corazón.

No sabe cómo ha pasado esto.

Pero lo cierto es que ha ocurrido.

Por primera vez en su vida, Bernie se siente un hombre grande.

Fuente: Playground

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