PorVíctor M. Toledo
¿Se puede dudar de quienes se dedican a la noble tarea de defender, restaurar o conservar a la naturaleza? En los tiempos modernos nada permanece intocado, todo sucumbe a la neoliberalización. Cooptada y perversamente utilizada por buena parte de los mayores corporativos, la ecología se convierte en una nueva ideología entre las masas cautivas de los ciudadanos modernos. El fenómeno surge precisamente en una época en que la destrucción ecológica alcanza sus máximos históricos, en razón de los impactos producidos por esos mismos agentes que hoy ofrecen compartir con nosotros, y por todos los medios, su glamoroso encanto. Un estado de gracia en el que no importa quien lo realice sino que lo realice con el mayor colorido, entrega, elegancia, glamour y espectacularidad. Los actos siempre van engalanados de una atmósfera burbujeante que evoca antiguas filantropías y que, por supuesto, casi siempre aparecen en las exclusivas secciones de sociales de televisión, prensa, revistas.
En plena era de la monopolización más brutal de que se tenga memoria, de los máximos históricos de inequidad social, la ecología permite realizar un acto mágico por el cual el carácter depredador de las corporaciones se trastoca en sublime devoción para salvar plantas, animales, bosques, ríos, lagos, naturalezas y el planeta mismo. Y las limosnas que dedican a estos menesteres, pues lo invertido de sus exorbitantes ganancias no se ve ni con lupa, se vuelven altamente redituables porque permiten ocultar garras, fauces y colmillos tras el disfraz de un cruzada por la naturaleza, de un acto heroico para salvar al planeta. El resto se deja a la propaganda, al bombardeo mediático, todo bien aderezado por la puntual bendición de científicos famosos, reconocidos, banales o frívolos.
El burbujeante atractivo de la ecología como maquillaje o cosmética no logra, sin embargo, ocultar los instintos mercantiles. Ya en un número especial dedicado al tema, la revista Expansión afirmaba en su portada que los proyectos ecológicos han dejado de ser una moda, para convertirse en un buen negocio*. La lista de empresas con campañas verdes es interminable: de Exxon a Walmart, pasando por Coca Cola, McDonald’s, Volkswagen, Ford, Kellogs, Bimbo y un largo etcétera.
En México, las campañas verdes se han incrementado inusitadamente. El fenómeno se vuelve trágico por cuatro razones: a) se vive la más feroz de las devastaciones sobre su naturaleza y su ambiente, provocada por los proyectos mineros, energéticos, hidráulicos, turísticos, habitacionales, automotrices y biotecnológicos de las corporaciones, en complicidad con los gobiernos de todos los colores y de todas las escalas; b) la resistencia a estos proyectos depredadores ha sido reprimida y de manera brutal; hoy existen decenas de verdaderos ambientalistas asesinados y líderes y activistas encarcelados de manera ilegal*; c) los corporativos han logrado cooptar a luminarias de la ciencia mexicana dedicadas a esos temas (biólogos, ecólogos, conservacionistas), además de organizaciones no gubernamentales y oficinas de gobierno, y d) estas campañas que buscan eliminar pecados y culpas esconden no sólo los impactos ambientales, sino también los escabrosos asuntos laborales y sociales, como la explotación de los trabajadores y la supresión de derechos elementales (sindicatos, prestaciones, protección a menores y a madres). Lo que sigue es un primer repaso del glamour ecológico en México, una pasarela de máscaras, de contradicciones entre lo que se proyecta o aparenta y lo que realmente se hace.
Grupo México (8 mil millones de dólares de ventas en 2010) es la compañía minera más grande del país, extractora de cobre, zinc, plata, oro, plomo y molibdeno, y la tercera productora de cobre más grande del mundo. Ferrocarril Mexicano, la división de transporte ferroviario de la empresa, opera la flota más extensa de la nación. Su portal hace un marcado énfasis en el cuidado del medio ambiente y de las comunidades aledañas, y su filosofía proclamada es el desarrollo sustentable.
Además de un programa de reforestación, el corporativo anuncia una planta eólica en Juchitán y reducciones en el uso de energía y combustibles. Expoliador por décadas de las riquezas nacionales, su inmoral respuesta durante el accidente de Pasta de Conchos, junto al reciente derrame de 40 millones de litros de sulfuro de cobre y otros siete metales pesados en dos ríos de Sonora muestran la falsedad de su imagen como empresa social y ambientalmente amigables.
Es posible que el corporativo mexicano con más antigüedad en los escenarios del glamour ecológico sea Cemex (Cementos Mexicanos), la compañía trasnacional más importante del mundo en materiales para construcción, pues ya desde hace dos décadas apoyó la edición de libros científicos sobre el tema. Con presencia en 50 países y ventas, en 2013, por 15 mil millones de dólares, Cemex también abraza el desarrollo sustentable como su eje estratégico y edita un anuario detallado. Su propaganda anuncia un sello verde (Eco-operando) y la construcción sustentable, y su informe más reciente reporta acciones contra el cambio climático, el ahorro energético y por un entorno urbano sustentable.
Frente a esta imagen, Cemex fue sancionado en México (2008) y España (2011) por sendos fraudes fiscales (ocultó ganancias multimillonarias) y soborno de autoridades. Su mayor inmoralidad es la contaminación que provocan sus actividades extractivas, denunciadas en Nicaragua, Colombia y otros países, así como en su sede central y originaria, Monterrey, que fue convertida por Cemex en la ciudad con el aire más contaminado de Latinoamérica por la acción de 64 pedreras, la mayoría de las cuales abastecen a la corporación*
Otro destacado ejemplo proviene de VW (Volkswagen de México), la cual declara que “…desde hace tiempo hemos asumido nuestro compromiso con el futuro de la Tierra”, porque “…usamos pinturas sin disolventes y materiales reciclables”*. Sus acciones van desde bioconservación en Guanajuato y un parque eólico en Zacatecas hasta viveros sustentables, reforestación y el programa Eco-chavos. Por amor al planeta se ha encargado, además, de otorgar premios anuales a investigadores mexicanos*, es decir pequeñas limosnas corporativas que le reditúan sustento científico. Su máxima hazaña fue sumergir un automóvil de cemento de cuatro toneladas de peso en los mares de Cancún a manera de escultura submarina. Si Walmart hace el ridículo con sus bolsas verdes, sus cajas ecológicas y sus proveedores sustentables, también se la toma más en serio al calcular el número de árboles al año que se salvan por la captura de carbono que significa por ejemplo “…situar más mercancía en menos espacio en las cajas de los tráileres”*.
Por su parte, Monex, el grupo financiero sospechoso de mover ilegalmente millones de dólares a la campaña de E. Peña Nieto creó el Fondo Verde, que dona una parte (¿cuánto?) de las inversiones a la conservación biológica.
En comal aparte se cuecen Bimbo y Telmex. El primero, por su desbordante campaña donde el osito níveo se pinta de verde: plantas sustentables, empaques degradables y vehículos híbridos, cuyos motores eléctricos se nutren de la energía del viento de un parque impuesto con violencia a las comunidades zapotecas del istmo oaxaqueño.
La panificadora también teoriza, y con Reforestemos México define a la sustentabilidad como sinónimo de competitividad y rentabilidad*, al fin que nadie cuestiona. En cuanto a Telmex, la alianza WWF–Fundación Carlos Slim-Semarnat, fundada en 2008, ha logrado conformar una estrategia de conservación y desarrollo sustentable de México, al apoyar proyectos de conservación junto con organizaciones de la sociedad civil, comunidades rurales e instituciones académicas como el Instituto de Ecología de la UNAM.
Todo ello, mientras las mineras del grupo arrasan montañas y comunidades, adquieren extensas propiedades (Puebla, Hidalgo y Tlaxcala) y la fundación apoya la investigación del maíz transgénico.* Finalmente, el caso emblemático de Coca Cola resulta tan descomunal que habremos de dedicarle un artículo completo.
De todo este lavado de imagen sorprende la manera en que los consumidores se dejan a sí mismos lavar el cerebro. De alguna forma ello explica porqué la elite de consumidores mexicanos (incluidos científicos renombrados) se ha convertido en una masa silenciosa y conformista, incapaz de generar ideas críticas y en consecuencia de realizar compromisos más allá de sus estrechos intereses individuales, familiares o de gremio.
El glamoroso encanto de la ecología se ha convertido en uno de los anestésicos más eficaces del mundo moderno. El futuro que viene, por desgracia y por fortuna, los hará despertarse súbitamente. Pasarán de un sueño construido a partir de una falsa conciencia, a la pesadilla inevitable de la realidad.
* Más información, referencias y archivo fotográfico en:
www.laecologiaespolitica.blogspot.mx