Ningún hombre tiene tanta información como el director del NSA, Keith Alexander. ¿Es entonces, Keith Alexander, como cree Jacob Appelbaum, el hombre más poderoso del mundo?
Por Alejandro de Pourtales
Muchas personas especulan que el verdadero poder está oculto o dispuesto estratégicamente para que pueda perdurar más allá de los presidentes en turno, haciendo del Estado una fachada impenetrable, en tanto descentralizada. Este poder, se dice, yace más allá de la filias partidistas, de los colores y la dicotomía política –que sólo polariza para crear la ilusión de la democracia, acaso como una película de Hollywood se sirve de un villano. Un poder en la sombra que al parecer se agazapa entre cámaras, supercomputadoras capaces de analizar datos masivamente, y demás tecnología de supervigilancia.
Hace un par de semanas The Guardian y The Washington Post filtraron información revelada por Edward Snowden, ex empleado de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA por sus siglas en inglés), que confirma la existencia de un estado de espionaje, un Big Brother ya operando –acaso limitado sólo por la capacidad de procesamiento de la información recabada– que se ha conocido como PRISM. Este poderoso aparato de vigilancia y espionaje, que incluye en su panóptico a las grandes compañías de tecnología (como Facebook, Google, Microsoft, Yahoo, Apple, Verizon etc.), en gran medida ha sido propulsado por el General Keith Alexander, director de la Agencia de Seguridad Nacional, recibiendo un apoyo inusitado, secreto y posiblemente ilegal de numerosas dependencias gubernamentales. Si la tan usada frase “información es poder” tiene una alta dosis de realidad, entonces podemos tal vez coincidir con el hacker y activista Jacob Appelbaum, responsable del Internet anónimo TOR y pieza clave de WikiLeaks, quien considera que Alexander es “el hombre más poderoso del mundo”. Según los datos filtrados por Edward Snowden, el sistema Boundless Informant del NSA estaría recolectando más de 3 mil millones de transacciones al mes; según William Binney, quien fuera alto ejecutivo de la agencia y diera a conocer información sobre el espionaje del NSA años antes que Snowden, se han minado hasta 20 billones de comunicaciones de ciudadanos estadounidenses –en claro desafío del testimonio de Alexander, quien negó ante miembros del Congreso que se estuvieran almacenando datos de ciudadanos estadounidenses y que se utilizara a las compañías de tecnología para espiarlos, a todas luces mintiendo (pero aparentemente gozando de inmunidad). Nadie tiene tanta información como Alexander.
Con la revelación del “leak más importante de la historia de Estados Unidos” (en palabras del analista militar Daniel Ellsberg), naturalmente surgió la interrogante de cómo se implementó un estado de vigilancia de un alcance casi total y quién está cargo del mismo. El periodista James Bamford, uno de los grandes especialistas en el tema de inteligencia militar, escribió para Wired hace unos días un importante perfil del General Keith Alexander, quien pese a detentar el cargo de director del NSA desde hace 8 años, herencia de Bush a Obama, seguía siendo una figura relativamente oscura en comparación con otros de los altos mandos de la inteligencia estadounidense, como David Petraeus y Leon Panetta (quienes entre escándalos habían acaparado reflectores). Antes de este reporte, las labores de Alexander habían pasado un tanto de largo, aunque una mirada atenta hubiera detectado que poco a poco había reunido su propio ejército secreto con la capacidad de detonar una ciberguerra mundial.
En Fort Meade, Maryland, cerca de 50 mil personas del sector de inteligencia trabajan apilados en una pequeña ciudad de poco más de 50 edificios rodeados por un bosque, bardas electrificadas, guardias con armas de alto calibre, barricadas anti-tanque y, por supuesto, el sistema de vigilancia y monitoreo más sofisticado del mundo. Una especie de moderno y militar Castillo, completamente impenetrable, que al igual que el imaginado por Kafka, guarda celosamente una divisa por sobre las demás: información. Este lugar es el dominio de Keith Alexander, general de 4 estrellas que funge como director del NSA (la agencia de inteligencia más grande del mundo); director del Central Security Service; y comandante del US Cyber Command. Por lo cual tiene su propio ejército secreto, presidiendo sobre la décima flota de la Armada, la 24va de la Fuerza Aérea y el Segundo Ejército. Alexander estudió en West Point pero no participó en combate; se destacó por su capacidad de análisis y conocimiento tecnológico; fue nombrado director del NSA en el 2005 por Donald Rumsfeld, entonces Secretario de Defensa y sin duda uno de los políticos más poderosos en las últimas décadas en Estados Unidos.
Bamford considera que Alexander ha podido construir su imperio en la sombra haciendo énfasis en la vulnerabilidad inherente a ataques digitales de Estados Unidos (la política del terror en su versión digital). Una amenaza que ha llegado, según su visión, al punto de requerir examinar cada una de las comunicaciones que se generan en Estados Unidos y buena parte del mundo. Estos esfuerzos por informar o inflamar estratégicamente al público en torno a un posible ataque cibernético como una cuestión de seguridad nacional han hecho que en el último año, el ex director de la CIA, Leon Panetta advirtiera sobre la posibilidad de un “cíber Pearl Harbor” (esto después del contraataque iraní en respuesta a la ofensiva de Stuxnet, el primer malware capaz de destruir equipo físico, desarrollado por Alexander). Esto mismo hizo que, por primera vez en varios años, el director de inteligencia James Clapper, declarara que los ciberataques son el máximo peligro que enfrenta Estados Unidos, por sobre el terrorismo. Este año Alexander descubrió que algún grupo o país había hackeado la base de datos del National Inventory of Dams, el organismo encargado de administrar las presas de Estados Unidos. Una investigación mostró que existen 13,339 presas clasificadas como de alto riesgo (esto significa que una falla podría causar vidas humanas). La vulnerabilidad de estas presas indica que un ataque digital podría tener grandes consecuencias materiales, incluyendo la muerte de numerosas personas. En el 2011, apunta Bamford, Alexander declaró: “Esta es nuestra preocupación con respecto a lo que viene en el ciberespacio –un elemento destructivo. Es cuestión de tiempo”. Estimó que un ataque ciberkinético tendría efectos destructivos, cruzando la barrera del ciberespacio, dentro de 2 a 5 años.
Para impedir este ataque ya anticipado, Alexander ha logrado conseguir más de 4.7 mil millones de dólares para “operaciones en el ciberespacio”, al tiempo que presupuestos de agencias como la CIA registran una caída. Este año se estrenará el centro de espionaje más grande del mundo en Utah, con un costo de 2 mil millones de dólares, capaz de procesar trillones de gigabytes de datos. Este centro estará encargado de analizar la metadata recabada del programa PRISM. A este megacentro se le unirá el High Performance Computing Center en el mismo campus de Fort Meade, con un costo de 860 millones de dólares y otro más en Oak Ridge National Laboratory, en Tennessee.
Según un oficial de alto rango de la CIA, que comentó anónimamente para el artículo de Bamford: “Nos referimos a él como el Emperador Alexander –ya que lo que Keith pide, Kieth obtiene… Nos quedábamos viendo asombrados de lo que era capaz de obtener del Congreso, la Casa Blanca y a expensas de todos los demás […]. Dentro del gobierno, al general se le percibe con una mezcla de respeto y miedo, no tan distinto de como ocurría con J. Edgar Hoover”. Algunas personas creen que Alexander podría haber apilado su poder justamente de la misma forma que Hoover: recopilando información comprometedora de gente poderosa. En teoría, a través de PRISM, Alexander podría tener acceso a los emails personales, llamadas telefónicas, transferencias de banco y demás comunicaciones de cualquier persona que utilice servicios como Google, Facebook, Yahoo y algunos otros. Esto además de contar con un ejército cibernético con capacidades de hackear casi cualquier comunicación. Políticos de primer orden, ejecutivos de Wall Street y grandes capos del crimen organizado podrían estar sometidos por información incriminante, títeres de facto de Alexander o de la élite que, si acaso, tiene control sobre el general.
Existen indicios de que Alexander podría estar ejecutando un programa de espionaje ilegal que raya en el abuso de poder. Como director del NSA supervisó el programa secreto de escuchas telefónicas que luego fue denunciado por el congresista Rush Holt, acusando a Alexander de engañar a los miembros del Comité de Inteligencia de la Casa de Representantes. Cuando el ex empleado del NSA, Thomas Drake, informó al Baltimore Sun en el 2005 que el programa Trailblazer había sobrepasado su presupuesto, había incumplido su contrato, y era un serio riesgo a la privacidad, se le inició un proceso legal que buscaba encarcelarlo por 35 años –pese a que la información que había revelado no estaba clasificada. Drake pasó 4 años en la corte, en lo que según Bamford y el mismo juez Richard D. Bennet fue un proceso violatorio de los derechos humanos.
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Decir quién es el hombre más poderoso del mundo es una tarea altamente especulativa, a lo menos relativa para toda persona que no sea un insider. La respuesta más común es el Presidente de Estados Unidos (quien sea que esté en el cargo en el momento). Pero, por otro lado, cierto análisis no del todo desligado a las teorías de conspiración sugiere la existencia de un poder supraestatal controlado por grandes corporaciones, generalmente dentro del ámbito bancario, petrolero o militar, con una enorme injerencia en los mercados y en los gabinetes de la mayor partes de los países del mundo. Este poder supranacional estaría distribuido de diversas formas, algunas secretas, y organizado fundamentalmente a través de organismos como la Comisión Trilateral o el Grupo Bilderberg –sus miembros más longevos supuestamente con la facultad de nombrar e impulsar presidencias en estricto cuidado de sus intereses globales. De aquí surgen las más repetidas teorías de conspiración que acusan a familias como la Rockefeller o la Rothschild de ejercer un poder inconmensurable en la sombra, permaneciendo al mando mientras presidentes vienen y van. Es evidente que personas como David Rockefeller, con una larga carrera política y una enorme fortuna, son actores insoslayables en el mapa de realidad geopolítica de este mundo, pero aseverar que conforman una especie de imperio piramidal sin un contrapeso significativo sigue siendo una teoría de conspiración que –más allá de que suene desaforada o completamente plausible– no ha sido comprobada en ninguna medida. Por otro lado, cuando nos referimos al lado oculto del poder visible, es claro que Keith Alexander –quien asistió, por lo menos, desde el 2009 al 2012 a las reuniones del Grupo Bilderberg– surge como un candidato. Ya sea que este general geek haya logrado comprometer a la élite en el poder (misma que obliga a las grandes corporaciones de tecnología a minar datos personales de sus usuarios) o que sea solamente el instrumento de un siniestro grupo de personas, no hay duda de que en el aparato de espionaje global que el NSA construye yace una de las claves del poder oculto –existan o no conspiraciones y personas que controlan nuestro destino, la maquinaria es ya en sí misma un eje de poder pocas veces visto en la historia de nuestro planeta.
Twitter del autor: @alepholo
Fuente: Pijamasurf