El futuro ha muerto

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Por Sabina Berman

Hablar es sobre todo hablar en tiempo futuro, afirma Wittgenstein. Y es verdad, hablamos más que de cualquier asunto del mañana. Hablamos sobre todo para imaginar lo que puede ser, antes de poner las manos, el corazón y las piernas en el trabajo de que suceda.

Nunca más cierto que cuando hablamos en primera persona plural: en lenguaje social: somos en la medida que somos un relato compartido por muchos del mañana, y por tanto un trabajo compartido para llegar a él.

La fortaleza de las naciones acaso resida en el tamaño de su relato del futuro. No en sus recursos naturales, que pueden permanecer inactivos e inútiles, o cuya ganancia puede ser acaparada por pocos, no distribuida a muchos. No en lo admirable de sus leyes, que pueden asfixiar la convivencia natural o al contrario, permanecer sin aplicar, letra muerta en libros cerrados.

Acaso el tamaño y la claridad del relato del futuro es lo que vuelve a China la nación que avanza sin retrocesos. Acaso el caos de su relato futuro vuelve a África el continente de las tragedias sucesivas. Acaso el relato del suicidio como vía al paraíso es lo que condena a las teocracias islámicas a la miseria material y al terror como política social.

En nuestro país, en los últimos meses, hemos visto ante nuestros ojos vaciarse el lenguaje. Vaciarse de realidad y vaciarse de futuro. ¿Cómo creer el relato que hace del México de mañana la clase que gobierna, si lo hace con un lenguaje falso, que nombra abstracciones increíbles y afirma para enmascarar?

El presidente es dueño de una casa de campo ubicada en un complejo de 400 hectáreas por la que habría pagado 372 mil dólares. Imposible creerle a continuación cuando nos narra que el petróleo seguirá siendo nuestro o cuando nos narre cualquier otro asunto, crucial o nimio.

Oír al presidente Peña después del escándalo de sus mansiones se ha vuelto oír un runrún insignificante. Sin significado. Oírlo se ha vuelto observar una ceremonia del engaño.

El jovencísimo presidente del PAN, juró que no tomaba la presidencia sólo momentáneamente, como un truco de mago, y cuando tres meses después ha realizado lo temido y ha regresado la presidencia al antiguo y viejo presidente, no sólo ha desfondado su propia credibilidad, ha desfondado la de todos los panistas del país.

Un día después de que el señor Anaya había cerrado el truco, los anuncios en donde prometía ser un nuevo ejemplar de político seguían sonando cada media hora en la radio. Otra ceremonia del vaciado del lenguaje: puro cascarón insignificante: puro cascajo sonoro.

El gobernador perredista de Guerrero, al encubrir a un alcalde narco y asesino, ha vuelto al PRD completo una mentira: El PRD es hoy la izquierda de a mentiras. Los cínicos que tendrán que acarrear escuchadores para sus discursos, como cualquier otro partido actual. Regalando al final de los discursos increíbles su único legado concreto: tortas y cubitos de jugo.

Los amigos del table dance, los señores que se van de putas y entre fornicio y fornicio, rojos y ebrios, discuten el porvenir de la nación: cuánto te robas tú, cuánto me robo yo: qué tan viles nos atreveremos a ser: Diego Rivera hubiera resumido así en un mural a la casta gobernante de hoy, y todos, incluso ellos mismos, asentiríamos con las cabezas.

Esta es la orfandad de hoy. La orfandad de futuro. El proceso inició hace tiempo, cuando los panistas ocuparon el Poder Ejecutivo merced al sufragio efectivo, que costó a una generación de la sociedad civil apalabrar y luego construir, y sentados en las oficinas ejecutivas no tuvieron la fuerza interior para siquiera formular el relato del México futuro y decente. Sin relato de ese México, ¿cómo podrían haber podido realizarlo?

Pero el momento de inflexión del vaciado del lenguaje ocupa los últimos tres meses. Toda la desconfianza acumulada se volvió certeza: los que gobiernan mienten. Desde la grave acusación “Fue el Estado” el asesino de los normalistas, hasta la afirmación de que una casa en un complejo de Ixtapan de la Sal cuesta lo que un departamento en la colonia Polanco, pasando por supuesto por el momento estelar en que el presidente en diciembre pasado propone al país “limpiarlo de la corrupción” con el líder Romero Deschamps sentado a su diestra, Alí Babá impune de mil y un robos. Ya en el podio y ante el micrófono, Alí Babá le declaró al presidente: “Estamos con usted”. “No encuentro mucho que decir, sino eso, presidente, estamos con usted”.

De cierto, todos estamos con ese presidente, así nos disguste: en la ausencia de futuro común. Solo con odios colectivos. Solo con rechazos universales. Pero el rechazo no es un futuro.

Las manifestaciones de cientos de miles que recorrieron las calles de las ciudades mexicanas en noviembre de 2014 desembocaron en plazas donde no existieron oradores que pudieran apalabrar el futuro. En la plaza central del país, el Zócalo de la Ciudad de México, sólo pudo hablar el fuego su lenguaje salvaje: se quemó la esfinge del presidente Peña Nieto, y en ese fuego y en la ausencia de oradores se cifró el único acuerdo nacional que ahora existe: nadie preside y estamos huérfanos de relato, huérfanos de futuro.

¿Cuál será el nuevo relato que pudiera atarnos a un rumbo común? De seguro tendrá que irse apalabrando en los sectores de la sociedad aún con un lenguaje creíble. ¿Y cuál será la palabra clave, la palabra donde se sintetice el futuro deseable del país? Más que aseverar, adivino. “Estado de derecho”. “Acatamiento universal de la ley.” “Justicia”. Expresiones no idénticas, pero sí que apuntan hacia otro México que el actualmente padecido. El del bla bla bla de los corruptos. El país de la palabra insignificante.

Fuente: Proceso

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