Por Raymundo Riva Palacio
Las elecciones intermedias tuvieron un preámbulo de molestia ciudadana, revelada en las encuestas: la corrupción. La percepción de corrupción es lo que acentuó la caída de la imagen del presidente Enrique Peña Nieto en el otoño de 2014, y obligó a que lo escondieran en las campañas priistas para evitar que los afectara. La victoria del PRI en el Congreso no esconde la molestia existente. Miles de votos –hay que cuantificar todavía cuántos– de los tres millones que perdió el partido en esta elección, podrán acreditarse a la corrupción, así como la impactante derrota por la gubernatura en Nuevo León, donde las acusaciones de enriquecimiento y abuso del gobernador Rodrigo Medina y su familia, los llevaron colectivamente al infierno.
La percepción de corrupción persigue al presidente Peña Nieto, y no se borra con la victoria del PRI en el Congreso federal. Mucho tiene que ver con la percepción de conflicto de interés en el que quedó atrapado desde finales del año pasado, cuando se reveló una operación inmobiliaria a través de una empresa proveedora del gobierno federal y del estado de México cuando fue gobernador, donde su esposa adquirió una propiedad conocida hoy como la casa blanca. El presidente no ha podido darle la vuelta al tema de la casa blanca, ni ha disminuido la percepción de que las relaciones personales llevan a privilegios y prebendas con dinero del erario.
La última encuesta publicada de aprobación presidencial, elaborada por Buendía y Laredo para El Universal, mantiene a Peña Nieto con un rechazo de seis de cada 10 mexicanos a su gestión gubernamental, casi idéntico a noviembre, cuando se reveló la propiedad presidencial. Sin embargo, su discurso no logra resolver el dilema. Ataca lo ilegal, pero no la ilegitimidad que provoca. La semana pasada en Bruselas, donde participó en un encuentro de jefes de Estado latinoamericanos y del Caribe con la Unión Europea, respondió la pregunta directa sobre la casa blanca que le formuló el corresponsal de la agencia Bloomberg. “Reconozco que pudo haber un error en cuanto a este asunto –dijo–, un error en términos de la percepción creada, pero nunca se cometió un acto ilegal… se trata de un tema que ha sido ampliamente explicado”.
Ha sido explicado desde su punto de vista, pero no ha podido darle vuelta a la percepción en la opinión pública. Peña Nieto necesita encontrar la salida para relanzar su Presidencia y reinventarse en el segundo trienio de su administración. No hay que olvidar que el activo que fue Peña Nieto para el PRI en las elecciones de 2012, ahora fue un lastre. Audacia y creatividad es lo que le ha faltado. Los fantasmas de corrupción siempre han perseguido a los políticos. Pero es la forma como los enfrentan, lo que los ha definido. En 1952, Richard Nixon, en ese entonces candidato a la vicepresidencia en la fórmula con Dwight Eisenhower, pronunció monólogo de cuatro mil 659 palabras para defenderse de las acusaciones de utilizar ilegalmente dinero de un fondo de su campaña.
Se le conoce como el “discurso de Checkers”, y comenzaba con la afirmación que era un hombre “cuya honestidad e integridad habían sido cuestionadas”. Para enfrentarlas, anunció una auditoría que demostraría que no había hecho nada ilícito. Hacia el final discurso televisado –compró espacio para ello–, se refirió a Checkers, un perro que le regalaron y que se negaba a regresar, porque, bromeó, no había intercambiado al animal por ningún favor o promesas a nadie. Este discurso ha sido tomado como uno de los mejores ejemplos de persuasión política en la historia de Estados Unidos, al incorporar tres de las 30 técnicas en el arte de la persuasión: humildad en la defensa de su integridad, pruebas factuales con la auditoría, y humor, reflejado en el perro.
Su defensa fue un éxito. Corinne Colbert escribió en la revista Perspectives de la Universidad de Ohio en 2013, que el discurso tocó las fibras sentimentales de los estadounidenses y provocó un torrente de cartas pidiendo al Partido Republicano que lo mantuvieran en la fórmula presidencial. Nadie reparó que nunca tocó el tema central de la acusación, la influencia del dinero en las campañas y en la política.
No existen las imitaciones o los traspasos mecánicos, pero el Discurso de Checkers es un ejemplo de cómo un político tiene que enfrentar los retos sobre aspectos tan subjetivos como su integridad, y con audacia dejarlos atrás. Nixon llegó a la vicepresidencia y años después a su Casa Blanca. Atajó la polémica y enfrentó a los críticos con sofisticación e inteligencia. Pero sobretodo, reconoció el problema, hizo el diagnóstico y redactó un discurso donde jugó un gambito que ganó.
Peña Nieto no ha llegado a esa etapa y sigue sin reconocer el dilema en el que vive. Por tanto, corre en círculos. Electoralmente Peña Nieto no tiene problema porque nunca más volverá a estar en la boleta presidencial. Pero su legado está cuestionado y lastimado. La lección de esta elección lo dejó aislado del PRI en la cima del poder y rumbo al final de su sexenio. El problema, si no se quita la mancha del conflicto de interés en la nuca, no será en 2018, sino su séptimo año de gobierno, cuando el próximo presidente podría tener a la mano el recurso de sacrificarlo para legitimarse en el poder.
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Fuente: El Financiero