immy Carter, que salió de las tierras de cultivo del estado de Georgia para convertirse en el 39º presidente de Estados Unidos con la promesa de sanar a la nación tras las heridas de Watergate y Vietnam, y que luego perdió la Casa Blanca en un hervidero de agitación económica en el país y la crisis en Irán, murió el domingo en su casa en Plains, Georgia. Tenía 100 años.
El Centro Carter de Atlanta anunció su muerte, que se produjo casi tres meses después de que Carter, que ya era el presidente más longevo de la historia de Estados Unidos, se convirtiera en el primer ex comandante en jefe que alcanzaba el siglo de vida. Carter empezó a recibir cuidados paliativos hace 22 meses, pero vivió más de lo que esperaba incluso su familia.
Se sucedieron homenajes por parte de presidentes, líderes mundiales y muchas personas de todo el mundo, quienes admiraban no solo el servicio prestado por Carter durante cuatro años en la Casa Blanca, sino sus cuatro décadas de esfuerzos desde que dejó el cargo para luchar contra las enfermedades, negociar la paz y ayudar a los pobres. El presidente Joe Biden ordenó que se celebrara un funeral de Estado y se esperaba que pronunciara un panegírico.
“A todos los jóvenes de esta nación y a cualquiera que busque lo que significa vivir una vida con propósito y significado —la buena vida—, estudien a Jimmy Carter, un hombre de principios, fe y humildad”, dijo en un comunicado Biden, el primer senador demócrata que apoyó la candidatura de Carter a la presidencia en 1976. “Demostró que somos una gran nación porque somos un buen pueblo”.
El presidente electo, Donald Trump, quien a menudo denigró a Carter y hace unos días habló de deshacer uno de los logros emblemáticos del expresidente, el traspaso del control Canal de Panamá a Panamá, emitió una amable declaración. “Los retos a los que se enfrentó Jimmy como presidente llegaron en un momento crucial para nuestro país, e hizo todo lo que estuvo en su poder para mejorar la vida de todos los estadounidenses”, dijo Trump. “Por esto, le debemos una deuda de gratitud”.
Carter no era admirador de Trump y miembros de su familia dijeron que se conservaba en parte para votar por la vicepresidenta Kamala Harris. El expresidente votó por ella en ausencia a mediados de octubre, después de hacer su última aparición pública el día de su cumpleaños, cuando lo sacaron a su patio en silla de ruedas para ver un sobrevuelo de aviones militares en su honor.
Aparte de los interludios en la Casa Blanca y en la mansión del gobernador de Georgia, él y su esposa, la ex primera dama Rosalynn Carter, vivieron en la misma sencilla casa de Plains durante la mayor parte de su vida adulta y cada uno de ellos falleció allí, Rosalynn Carter en noviembre del año pasado.
Carter, agricultor de por vida que seguía trabajando con sus manos en la construcción de casas para los pobres hasta bien entrados los 90 años, desafió a la muerte durante mucho tiempo y sobrevivió no solo a su esposa, sino también a su vicepresidente, a la mayor parte de su gabinete, a ayudantes y aliados clave, así como al presidente republicano al que derrotó y al aspirante republicano que le derrotó más tarde. A lo largo de los años, superó una serie de crisis de salud, incluida una batalla contra el melanoma, un cáncer de piel que se extendió a su hígado y su cerebro, y a repetidas caídas, una de las cuales le provocó una fractura de cadera.
El Centro Carter anunció en febrero del año pasado que Carter, “tras una serie de breves estancias en el hospital”, había decidido renunciar a seguir recibiendo tratamiento médico para prolongar su vida y recibiría cuidados paliativos en su domicilio.
La noticia de que parecía estar en sus últimos días provocó una oleada de homenajes y recuerdos de su larga y agitada vida, pero incluso en aquel entonces desafío las expectativas al resistir casi dos años. Vivió lo suficiente para despedirse de su esposa, quien murió a los 96 años, culminando un matrimonio de 77 años.
Su muerte prepara el escenario para el primer funeral presidencial desde el de George H. W. Bush en 2018, que terminará con un servicio en la Catedral Nacional de Washington. Tradicionalmente, estas ocasiones provocan un alto al fuego en las díscolas guerras políticas de Estados Unidos, ya que los líderes del país hacen una pausa para recordar y despedirse de uno de los suyos. No estaba inmediatamente claro si Trump asistiría.
Con sus jeans de granjero con los que cultivaba maní, su amplia sonrisa y su promesa de no mentir nunca, Carter se consideraba un forastero que pretendía reformar a un Washington roto en una época en la que se había perdido la fe en el gobierno. Se convirtió en uno de los grandes pacificadores de su generación con los acuerdos de Camp David, que reunieron a Israel y Egipto, pero no pudo enderezar una economía en declive ni liberar a los rehenes estadounidenses secuestrados en Irán a tiempo para ganar un segundo mandato.