Por Jorge Zepeda Patterson
“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”; reza el famoso cuento de Monterroso, que muchos hemos tomado como alegoría para describir al PRI. Lo que falta decir es que el dinosaurio podría estar allí, pero no su mundo; la realidad había cambiado.
Justo es la sensación que me trasmiten las distintas especies prehistóricas que nos gobiernan. En efecto, siguen en Los Pinos y en las Cámaras, en los ministerios y en las charlas de sobremesa de los restaurantes de postín, rodeados de guaruras y cortesanos. Leen en sus síntesis informáticas a sus columnistas de cabecera que les reiteran lo poderosos que son y festejan entre ellos el último chiste político o el siguiente rumor sobre la sucesión presidencial.
No se han dado cuenta de que su mundo está confinado a esos pequeños espacios, a esos islotes de parques jurásicos, de espaldas a un mundo que ya es otro. Creen seguir viviendo en aquella realidad en la que bastaba con no hablar sobre un tema para que este “desapareciera” como quiso hacer Enrique Peña Nieto con la inseguridad en los primeros dos años de su gobierno. O en la que una versión oficial, por absurda que pareciera, podía ser impuesta por el simple expediente de colocarla en los titulares de los periódicos oficialistas y en los noticieros complacientes de la noche, como se pretendió hacer con la “verdad histórica” del ex procurador Murillo Karam sobre la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa.
Así funcionó con la matanza de Tlatelolco, cuando Jacobo Zabludovsky, entonces conductor de Televisa, abrió su noticiero de la noche diciendo que ese 2 de octubre había sido un día soleado y más tarde describió “el incidente” como un zafarrancho de estudiantes.
Los dinos de hoy aún creen que están en ese 1968. Al Presidente le tomó 17 meses ir a Iguala, escenario de la peor tragedia de su sexenio, porque simple y llanamente no entendía la prisa. Su gobierno ya había dado una explicación apaciguadora y él la había visto publicada en los periódicos que leyó toda la vida.
Las redes sociales les explotan en la cara una y otra vez con el escándalo de la semana y ellos no se dan por enterados. Las riquezas inexplicables de gobernadores y ministros se viralizan en el ciberespacio, pero a ellos les parece que es un precio aceptable a pagar con tal de asegurar el patrimonio de sus hijos (y de las siguientes cinco generaciones). Los mirreyes y las ladys se suceden uno tras otro convertidos en trading topics pero los dinos asumen que forma parte de un entretenimiento de circo, cosa de chicos, o en el peor de los casos, una anomalía, una frivolidad. Mientras no suceda en sus síntesis informáticas no son una cosa seria, aunque esas síntesis reflejen el mundo de hace veinte años porque cualquiera que tenga menos de cuarenta no abreva en esas fuentes y sí en las que los políticos ignoran.
La prensa extranjera y los organismos internacionales cuestionan a los gobernantes mexicanos por su inexplicable desinterés ante la corrupción, la impunidad, la inseguridad y la violación de los derechos humanos, y ellos, los dinosaurios, no se explican de dónde viene tanta mala leche. Les parece una desproporción de los gringos y los europeos que solo quieren ver la paja en ojo ajeno; o de plano una ingenuidad por creer a los activistas y periodistas locales, siempre tan “propensos al escándalo y a la exageración”.
El dinosaurio ignora que la globalización acabó con sus espacios cerrados y puso fin a la posibilidad de dictaminar verdades históricas. Apenas comienza a enterarse de que esos individuos pequeños e insignificantes que carecen de las garras y colmillos del poder, pueden tumbarlo gracias a la acción orquestada. No será mediante el uso de lanzas pero sí por el efecto de las firmas multitudinarias, los tuits virales y las filtraciones sobre infamias y corruptelas. Una andanada de pequeñas flechas que han comenzado a irritar y entorpecer los ires y venires de los antes poderosos e imbatibles mastodontes.
Y un día despierta el dinosaurio, consulta las encuestas y se da cuenta que el mundo lo repudia, que no puede salir de palacio a menos que su corte le produzca un escenario, que sólo puede trasladarse a condición de llevar consigo su parque jurásico. Descubre que él está allí, pero no su mundo. Un día despertará el dinosaurio y no estará allí.
@jorgezepedap
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