Por Linaloe R. Flores/ Sin Embargo
En ocho meses de gobierno, el Presidente Enrique Peña Nieto ha utilizado por lo menos tres veces un recurso: no aparecer en público en días hábiles. Es difícil hilar esas horas del primer mandatario porque se desconoce qué hace, qué siente, por qué no sale. ¿Debe un Presidente dar cuenta de todos y cada uno de sus actos? ¿Debe estar disponible, incluso cuando come o sueña? Observadores del poder en México responden a ese par de preguntas con un rotundo sí. Pero eso no es lo que más los inquieta. Todos se cuestionan: ¿Hasta cuándo los ciudadanos se conformarán con la carencia de información? El lunes 22 de abril fue uno de esos días. Esta es la crónica de una ausencia, de una jornada invisible.
El lunes 22 de abril, el Presidente de México, Enrique Peña Nieto, no trabajó. No lo hizo en público y si lo hizo detrás de las paredes de Los Pinos, es un dato desconocido.
Las cosas pasaron así. O mejor dicho: no pasaron.
La noche de la víspera, el equipo de la Presidencia de la República no envió –como suele hacerlo– el aviso correspondiente de que Peña Nieto no aparecería ante ninguna audiencia.
El día transcurrió completo y la Residencia oficial de Los Pinos permaneció con la guardia del Estado Mayor Presidencial al frente. Sobre la banqueta, frente a las vallas verdes –casi negras– que hacen curva en la casona de Constituyentes, estaba una mujer. Llevaba una cartulina. Con letras a plumón pedía ingresar a la residencia, ser atendida, pero –como tantos otros días– nadie la atendió. Y, como tantos otros días, repitió su rutina: se fue al caer la tarde.
El Palacio Nacional, el otro recinto del poder presidencial, mantuvo los portones cerrados y estuvo desprovisto del dispositivo que se despliega cuando el Presidente acude a eventos públicos. Desde diciembre, desde la asunción de Enrique Peña Nieto, ese dispositivo es un tópico en el paisaje de los mediodías en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Esa noche, el Presidente, con su presencia característica de cabello alzado a crepé y gel, no estuvo en los noticiarios nocturnos de las televisoras TV Azteca y Televisa.
Durante 24 horas, nada se supo de la persona elegida y juramentada ante la Constitución Mexicana para gobernar la Nación.
¿Qué hizo el Presidente de México el lunes 22 de abril?
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Ernesto Villanueva, emblemático estudioso de la Transparencia y la Rendición de Cuentas, del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), piensa en esas 24 horas y hace dos enunciados: “Lo que no se admite es el silencio. Si hay silencio podemos suponer, muchas, muchas cosas…”
Y María Marván Laborde, elegida en 2002 comisionada del Instituto Federal de Acceso a la Información y Protección de Datos (IFAI), instancia que llegó a presidir, y hoy también comisionada en el Instituto Federal Electoral, pone así una suposición sobre esa jornada invisible: “Este fue un solo día, y es poco probable pensarlo de vacaciones…”
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Que el Presidente no salga de la Residencia oficial de Los Pinos donde todos, desde Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940), han habitado; cada uno a su manera (con esparcimiento, cultura, ajedrez, caballos, perros, motocicletas, bicicletas, ocio, sueños o sin nada de esto) no es un acto ilegal.
Nada obliga al Presidente de la República a informar a los mexicanos en qué reparte su tiempo. Si así lo decidiera, podría permanecer en las paredes de su despacho, entre las cortinas de la biblioteca, bajo las cobijas de su cama, tras la ventana de su alcoba o en los jardines de pasto fresco de Los Pinos, sin rendirle cuentas a nadie de sus horas.
El artículo 89 de la Constitución faculta y obliga al Presidente a 18 acciones. Hasta 1994 eran veinte, pero dos fueron derogadas. De acuerdo con este mandato, trabajar con público o no, para un primer mandatario mexicano, no cae en el campo de la coerción.
Cuando desea tomar vacaciones, el jefe del Ejecutivo se apega a otra ley: la Federal de los Trabajadores al Servicio del Estado. “Con el Ejecutivo ocurre igual que en toda la burocracia. Él tiene como días de asueto los mismos que cualquier otro empleado. No hay ninguna disposición privativa para los cargos en el poder como la Presidencia de la República, las diputaciones, las senadurías o las gubernaturas”, explica el especialista en Derecho Laboral, Alfonso Bouzas, del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM.
Pero se trata del primer empleado del país. El Presidente de la República es el primer mandatario, el primero que recoge los mandatos, el primero obligado a cumplir con los altos intereses de la Nación. Aunque en este asunto, la obligación de informar está ausente, el jurista abunda que las 24 horas del 22 de abril debieron ser reportadas. “Las instituciones actúan en contra de su libertad como trabajador. Por ejemplo, no puede salir del país sin pedir permiso. Así también, debiera regirse por un marco ético y entonces, dar a conocer a sus empleadores, los ciudadanos, qué hace cuando no está en público”.
Rafael Loret de Mola es abogado, escritor y periodista. Las últimas tres décadas las ha invertido en escudriñar la trayectoria del poder en Los Pinos. Ahora, piensa en el Presidente como un empleado de la Nación. “Todo aquello que le suceda en la vida real, debe ser del conocimiento público porque se trata, no sólo de quien encabeza el gobierno, sino del jefe del Estado”.
Más allá de las obligaciones legales o éticas, el tiempo ha llevado a los ciudadanos mexicanos a una circunstancia diferente a la de antaño: la del deseo de conocer. México firmó hace 11 años la Ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública y con ello, abrió un espacio a las preguntas de los individuos hacia el poder.
Protagonista de esa batalla, al presidir el IFAI, María Marván Laborde, habla con firmeza: “El Presidente, en tanto es la figura política más relevante del país, tiene la obligación de hacer pública su agenda. Todas y cada una de sus actividades de trabajo y protocolarias”.
Este querer conocer no ha ido de la mano con la rendición de cuentas ni con el abatimiento a la corrupción, temas aledaños. Como en un juego de paralelismos, la última década ha arrojado casos de corrupción con tintes cada vez más escandalosos detrás de las rígidas paredes de la opacidad. Voltear a los meses recientes brinda dos ejemplos. El ex Gobernador de Aguascalientes, Luis Armando Reynoso Femat, personificó la historia insólita de cómo su administración logró comprar con 13.8 millones de pesos un tomógrafo invisible. A ello se añadió que en el tiempo transcurrido entre 2004 y 2010, el de su mandato, su hijo Luis Armando Reynoso López, fue ganando el epíteto de “Princeso”. Dos elementos ayudaron a construir tal identidad: se convirtió en personaje desparpajado de fiestas derrochadoras cuya crónica se aprecia bien en la red social Facebook; además de que a la vez, adquiría casas en Texas. Hoy, las casas, más que principado, parecen conformar un reino.
Dinero, dinero, mucho dinero. El dinero es el lugar común en varias biografías de políticos mexicanos. En la de Andrés Granier, Gobernador de Tabasco de 2007 a 2012, el dinero se apreció en efectivo en una cantidad incalculable. El gobierno actual, de Arturo Núñez, informó el hallazgo de “varios millones” de pesos en un inmueble. Reinaba la imprecisión de la cantidad porque eran cerros de billetes. Y la Procuraduría General de la República (PGR), supuso que le pertenecían al secretario de Finanzas, José Manuel Saiz Pineda. El paradero de este hombre se desconoce.
Pero Andrés Granier sí está. Y se le encuentra en el centro de un extraño relato de suspenso que se inició y continuó así: después de ser llamado a cuentas por la PGR, aterrizó en la capital del país y dijo que venía a “limpiar su nombre”. El día siguiente, se declaró enfermo. Sobre la cama de un hospital particular permaneció arraigado 30 días hasta que una juez le dictó auto de formal prisión. Fue llevado al Reclusorio Oriente en prisión preventiva. Está a punto de salir, bajo fianza.
“La suspicacia –dice Ernesto Villanueva– rodea a los gobernantes mexicanos en la medida que cada vez, los actos de corrupción son más visibles y cínicos. Y en esta realidad, los gobernantes siguen con el ropaje del misterio. Eso es lo inaceptable”.
¿Dónde estaba el Presidente el lunes 22 de abril? En efecto, esas 24 horas levantan suspicacia como polvo antes de la tormenta. “Él es un empleado que no checa tarjeta, no firma asistencia, no tiene un horario fijo para desempeñar sus funciones, por lo tanto puedes creer que estuvo en Los Pinos, que estuvo en Palacio, o puedes creer cualquier otra cosa”, expresa el jurista Alfonso Bouzas.
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Lo que pudo hacer y ocurrirle al personaje jurídico que es el Presidente de la República el 22 de abril se eleva al infinito. Los momentos de esas 24 horas se inscriben todos y cada uno en el terreno de la Rendición de Cuentas. Y por ahora, en México, no hay un órgano que rija ese ámbito. Una de las leyes en el pantano de la Cámara de Diputados es la reforma al artículo 6 constitucional. Con esa modificación se brindaría autonomía al IFAI. Otra postergación es la que concierne a la reforma presentada por el jefe del Ejecutivo hace más de siete meses de la Ley de la Administración Pública para que desaparezca la Secretaría de la Función Pública y se forme una Comisión Nacional Anticorrupción. La secretaría ya desapareció, la comisión no se ha formado. Así que la rendición de cuentas ha quedado en un páramo y a voluntad de los servidores públicos.
En ese horizonte, Enrique Peña Nieto sabe si informa o no a sus gobernados si quiere encerrarse a trabajar; si dice o no si está enfermo; si comunica o no: hoy no apareceré porque –simplemente– no quiero. Mientras no informe nada –dicen juristas y expertos en Transparencia para este texto– todo es posible.
Es posible –coinciden y añaden un “quizá”– que el Presidente Enrique Peña Nieto, el lunes 22 de abril:
-Preparó maletas para su viaje a Perú (el día siguiente inició su gira por aquel país)
-Vio la televisión
-Se tomó vacaciones de 24 horas
-Fue al cine
-Recibió amigos
-Trabajó en la reforma hacendaria
-Trabajó en la reforma petrolera
-Leyó
-Durmió un profundo sueño
-Habló seriamente con sus hijos
-Permaneció callado
-Habló sin parar
-Tuvo jaqueca
-Lo vio un médico
-Estuvo enfermo…
Las dolencias de Los Pinos
Ninguno de los Presidentes de México, cuando las han tenido, ha dado cuenta de sus enfermedades. Hasta ahora, los padecimientos de Los Pinos no son un asunto público. De modo que el ser en quien recae el Poder Ejecutivo puede vivir sus dolencias en el más profundo secreto. Pero sus dolencias –así se ve en la trayectoria del poder en México– han afectado las decisiones de gobierno. Y por eso son de todos.
A esa conclusión llegó la organización Artículo 19 cuando a finales de julio pasado pidió el estado médico del Presidente y le fue negado. Aunque está amparada ante el IFAI, la ONG de periodistas conminó al jefe del Ejecutivo a hacer público y preciso su reporte de salud: qué le duele, sobre todo. Nadie ha respondido. Nada se ha sabido.
Los opinadores en Transparencia coinciden en que los tiempos de México han cambiado tanto que el secretismo ya no cabe en esta etapa. Si antes envolvió y empaquetó las enfermedades dentro de Los Pinos, hoy es un enemigo. Conviene, entonces, ejercer a cabalidad el derecho a la información con cuestionamientos nodales: ¿Está enfermo el Presidente? Si es así, ¿por qué no lo dice? Y si no es así, ¿por qué no lo dice?
Al pensar en las 24 horas del 22 de abril, Ernesto Gómez Magaña, director ejecutivo de Participación Ciudadadana, de la asociación civil Contraloría Ciudadadana para la Rendición de Cuentas, exclama en primera instancia: “Sería muy razonable que la oficina de la Presidencia informara qué hizo el Presidente, sólo por beneficiar al ejercicio de la Transparencia y disipar la duda. Sobre todo si la duda es la enfermedad. La enfermedad debiera ser un asunto público. Es momento de hacerlo público”.
De las enfermedades en la historia del poder, la migraña de Adolfo López Mateos (1958-1964) es la más conocida. Acaso porque la lejanía del episodio ha permitido reunir más información que en cualquier otro caso. Esa jaqueca por un aneurisma (según Julio Scherer en “Calderón de cuerpo entero”, editado por Grijalbo) no fue pública mientras López Mateos tuvo la investidura presidencial. Una vez que dejó el poder, se regaron como cuentas de collar roto los datos de ese dramático cuadro: el hombre en la locura del dolor se postraría sobre su escritorio y tendría la única protección de la tiniebla. En el anecdotario se conoció que en algún momento, un amigo cercano (pudo haber sido el experiodista Mario Ezcurdia, quien era su jefe de Prensa) le dijo con intención de sacarlo del escollo: “El pueblo lo adora, Señor Presidente”. López Mateos contestaría: “Hay amores que matan”.
Otro con la práctica de la ausencia fue Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970). Vivió años enfermo y sus quebrantos, el pueblo los escuchó envueltos en rumores, muchos rumores. A mediados de marzo de 1979, le fue detectado un cáncer en el colon que se le regó hacia el hígado. Ese tumor acabó con su vida, a los 68 años de edad, en julio de ese mismo año. Cercana su partida, le entregó a su familia una serie de carpetas y cintas. El material reúne sus memorias. Por decisión de sus herederos, hasta hoy han permanecido inéditas. Este Presidente representaría otro drama, en el que el hilo conductor sería el enigma: dolores fuertes desconocidos afuera de Los Pinos y hasta hoy, bajo guarda y con llave.
A veces, los rumores se vuelven incansables. Volvieron a Los Pinos cuando Vicente Fox (2000-2006) ocupó la Presidencia. Con él, había dos posibilidades: enfermedad neurológica o cáncer. Nada fue oficial. Todo quedó oculto. El dicho más fuerte fue que en el último tramo del mandato tenía que tomar dosis de antidepresivos para enfrentarse con el trabajo diario, para entonces convertido en un gigante con cara de monstruo. La Presidencia de la República se negó a precisar el nombre de los medicamentos de Fox, pero –otra vez– el rumor instaló en la memoria colectiva la palabra “Prozac”.
Luego, en la trayectoria de enfermedades de Los Pinos, se habló del alcoholismo de Felipe Calderón Hinojosa (2006-2012). También a través de supuestos, negativas, cuentos y leyendas. Así pasó todo.
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En el mar de los rumores, Michoacán se convirtió en el microcosmos de cómo la realidad puede superar todos los dichos y todas las creencias. Un año y tres semanas después de asumir el gobierno, Fausto Vallejo Figueroa pidió licencia por enfermedad. Al Gobernador, la extirpación de una hernia, mal practicada, lo había dejado imposibilitado para ejercer su cargo. Tenía el cuerpo lleno de líquido y eso lo alejaba del poder. Primero se informó que se ausentaría sólo ocho días, pero el 7 de marzo él mismo informó al congreso local que lo haría durante un mes. El tiempo transcurrió y él se cobijó en otra licencia. Hoy no está. ¿Qué tiene? No se sabe con precisión. La Constitución de esa entidad permite que al frente del gobierno quede el Secretario de Gobierno y si éste falla, el secretario de Finanzas. Michoacán quedó en manos de José Jesús Reyna García, secretario de Gobierno.
Michoacán es el estado donde la violencia y la negociación perdieron todo contacto. Policías comunitarias, narcotraficantes y Ejército son la triada revuelta en un mapa que se desfigura cada día. Y donde los muertos se acumulan. Y las llamadas “víctimas colaterales”. Ahí es donde el ex Presidente Felipe Calderón inició su guerra contra lo que catalogó como “crimen organizado”. Ahí también, Peña Nieto reforzó la presencia del Ejército. Ahí, justo en Michoacán –a querer o no- se detonó otro debate: ¿La enfermedad de un gobernante debe ser pública?
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El 31 de julio, el Presidente Enrique Peña Nieto ingresó al quirófano envuelto en más dudas que certezas. Las dudas eran de los ciudadanos. Desde que el 24 de julio, la Presidencia de la República envió un escueto comunicado con el anuncio de que sería operado de un nódulo tiroideo, las preguntas empezaron a acumularse y a reproducirse como abejas en torno a un enjambre: ¿Qué tiene Peña Nieto? ¿Es grave? ¿Eso que tiene se parece al cáncer? ¿Están diciendo la verdad? En todo esto, ¿cuál es la verdad? ¿Por qué decide operarse hoy? ¿Por qué lo postergó? ¿Cuál es la verdad?
Por un momento, las preguntas dejaron de zumbar. Se hizo oficial lo único oficial de esta historia: al Presidente le sería retirado un nódulo tiroideo. Nada más. La mañana en que se realizaría la intervención, la página cibernética de la Presidencia de la República amaneció con una explicación médica del significado de tal nódulo. Y la antesala del hospital militar, donde Peña Nieto era intervenido, en un set de televisión con cables de cámaras enredados y personajes que parecían prepararse para salir a escena.
Convocados a una rueda de prensa, los reporteros escucharon del jefe de la oficina de la Presidencia, Aurelio Nuño, que el Presidente había salido con éxito el quirófano y se recuperaría en la residencia oficial de Los Pinos, donde mantendría reuniones de trabajo privadas.
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“Estamos hablando de una mentira monumental”.
Lo dice Rafael Loret de Mola, autor de 30 libros del poder presidencial en México. Lo dice porque piensa en el nódulo tiroideo que en los días recientes le fue extirpado al Presidente. Lo dice porque alberga una duda. “Primero, dijeron que tenía la enfermedad desde hace ocho años. Estamos hablando con la fecha que coincide con su llegada al gobierno del estado de México. No entiendo por qué si se le detectó entonces, no se operó entonces. Solamente podría concebirse como que ello no convenía a su imagen. No convenía hacerse una operación de este tipo para dar la idea de que era vulnerable en una circunstancia en la que él aspiraba a la Presidencia de la República”.
El escritor se sostiene en la duda: “Si aspiraba a la Presidencia de la República desde el momento mismo en que ocupó el gobierno del Estado de México, estamos hablando entonces de una especie de conjura de los grandes priistas para apoyar la causa de Enrique Peña Nieto a cambio de una serie de favores que todavía están por pagarse”.
“Estamos hablando de una mentira monumental” –dice el escritor.
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El ejercicio de ausentarse en días hábiles, el Presidente Enrique Peña Nieto lo ha hecho por lo menos otras tres veces; por ejemplo el miércoles 12 de junio. Esde día, la Comisión Permanente del Congreso de la Unión, dio acuse de recibo de una iniciativa de ley para modificar el artículo 123 de la Constitución. Prohíbe la utilización del trabajo de los menores de 15 años. La había enviado el Ejecutivo. Pero él no apareció. (Ocurrió lo mismo: la señora con cartulina alzada, permaneció ante las vallas afuera de Los Pinos, y cuando caía una calurosa tarde con lluvia, se retiró. La cartulina llevaba las letras chuecas, derramadas, a punto de la deformidad; acaso por el efecto de agua).
Y el viernes 19 de julio, un día previo a su cumpleaños (la señora ya no estaba).
Tampoco apareció el miércoles 7 de agosto (la señora, gobernada por Enrique Peña Nieto, ya no estaba).
El presidente es un ser humano
En esta historia de probabilidades infinitas, ronda la fantasía. En 1972, bajo la autoría de Arnaldo Córdova, empezó a circular el libro “La formación del poder político en México”. En ese ensayo se lee que el poder presidencial es “el supremo árbitro de la Nación” y “el motor de las relaciones”.
Han pasado 42 años y el investigador de la UNAM, Alfonso Bouzas, aún le otorga al Presidente –con un tono que no pierde ironía– el epíteto de “iluminado”. Y dice respecto a él: “La dinámica de la gestación del iluminado crea también mucha fantasía. El iluminado no bebe, ni come cualquier cosa”.
Es probable, ante los muros del poder –el descrito por Córdova– que la fantasía haga olvidar un hecho simple: detrás de Los Pinos habita un tipo de carne y hueso. Si se revisa la red social Youtube, se obtiene que Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940) es quien más compartió episodios de la vida privada. Por ejemplo: come tacos frente a los fotógrafos, se baña en los ríos de Michoacán, se le ve incluso con el torso desnudo. El sucesor en la silla, Manuel Ávila Camacho (1940-1946), aparece menos. El sucesor, Miguel Alemán (1946-1952), mucho menos. Luego, a Adolfo Ruiz Cortínez, casi no se le ve. La imagen de Adolfo López Mateos (1958-1964) es escueta y protocolaria… Y así, poco a poco, en la línea del tiempo que dejan las imágenes grabadas, parece olvidarse que quien habita Los Pinos es un hombre.
En la posibilidad de ese olvido es donde María Marván encuentra la importancia de informar. Si los ciudadanos supieran más, tendrían más empatía, dice. “A pregunta expresa de cualquier persona vía nuestro derecho de acceso a la información pública gubernamental deberían contestar que cierto día no hubo agenda pública y nosotros deberíamos tomarlo con la mayor naturalidad. Finalmente nos serviría tanto al Presidente como a los gobernados, incluidos los medios, como recordatorio de que el Presidente es humano, tiene limitaciones y se cansa, como usted, como yo, y como cualquier otra persona”.
–¿Y este iluminado debe trabajar incluso cuando come, duerme o sueña?
–Yo creo que sí –responde el experto en Derecho Laboral, Alfonso Bouzas. Hay ciertos niveles de trabajo en los que la disponibilidad debe ser de 48 horas. Con todo lo que eso implica. No quiere decir que no duerma, no quiere decir que no coma; se trata de estar disponible. Ser Presidente de la República es un empleo que implica eso. Incluso cuando el Presidente sueña, debe estar disponible. Sí, así es.
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De Enrique Peña Nieto se sabe muy bien que nació en Atlacomulco hace 47 años, que es abogado por la Universidad Panamericana y maestro en administración de empresas por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores, que al PRI se integró en 1984; que después de enviudar, se casó con la actriz Angélica Rivera, que tiene cuatro hijos biológicos y tres de su cónyuge; que usa gel para estilizar un copete en el que se finca su mote más conocido. Pero sus motivos para encerrarse en días hábiles nadie los sabe. Porque no es factible conocer cuándo y qué sueña un Presidente.
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Es el anochecer del lunes 22 de abril.
El Presidente de México, Enrique Peña Nieto, no reportó actividades públicas.
Puede ser que haya pasado el tiempo en afanoso trabajo. Puede ser que no.
Es probable que jamás llegue a saberse qué hizo el Presidente de México las pasadas horas.
Fuente: Sin Embargo