Hace 30 años, ocurrió el mayor desastre en la historia de ciudad de México. Pero la mitad de sus habitantes actuales no lo vivieron.
A las 7:19 del 19 de septiembre de 1985 la capital del país se sacudió con un sismo de magnitud 8,1.
El movimiento devastó a la zona centro de la ciudad, provocó daños severos en cientos de edificios y causó la muerte de miles de personas.
No se conoce el número exacto de víctimas: el gobierno dijo que fueron 3.692. La Cruz Roja Mexicana señala que la cifra superó los 10.000.
El número de personas afectadas por el desastre, entre damnificados y quienes sufrieron secuelas psicológicas, tampoco se conoce.
Los cambios
Tres décadas después, la ciudad colapsada por la naturaleza es otra.
Tenía 4 años y (recuerdo estar) sentada en la sala (…) en las piernas de mi mamá (…) Empieza a temblar y se escucha un grito desgarrador (…) que sale de la radio: ‘ESTÁ TEMBLANDO’
Los edificios derruidos se reconstruyeron o cedieron su espacio a parques o centros culturales.
Hay nuevos reglamentos para que las construcciones resistan un movimiento telúrico de gran magnitud.
En marzo de 2012, por ejemplo, ocurrió un sismo de magnitud 7,2 que no causó daños.
Muy diferente a lo ocurrido en 1985.
De entre las miles de personas que ayudaron en el rescate de las víctimas o atendieron a damnificados, surgieron movimientos sociales que impulsaron cambios políticos en el país.
Se creó una cultura de protección civil que no se limita a los movimientos de la tierra, sino que incluye la prevención en inundaciones por huracanes o incendios.
Por lo menos una vez al año se realizan simulacros de evacuación de escuelas, edificios públicos y algunas empresas.
Legalmente las dependencias públicas y empresas del país están obligadas a contar con personas capacitadas para reaccionar en casos de desastres.
Para 4 millones de capitalinos que nacieron en 1985 o después, ésta es la única fachada que conocen de Ciudad de México.
Alerta sísmica
El sismo de 1985 ocurrió frente a las costas de Michoacán, en el océano Pacífico.
Su onda expansiva tardó dos minutos en llegar al centro del país.
Los habitantes de Ciudad de México se dieron cuenta cuando el piso empezó a moverse.
Muchos de quienes perdieron la vida en el sismo aún dormían o no tuvieron tiempo de salir de sus casas antes que se derrumbaran.
En 1991, se estableció un sistema para vigilar los movimientos telúricos que ocurren en el Pacífico frente a las costas de Guerrero.
Científicos mexicanos eligieron esta zona por la cercanía con la capital del país, la conformación del suelo de la región y porque no ha sufrido un sismo mayor a 7,5 desde 1911.
El sistema es una red de sensores que detectan las ondas sísmicas superficiales que son mayores a magnitud 5 en la escala de Richter, y que son las de mayor riesgo para las zonas urbanas.
El sistema permite alertar del movimiento 50 segundos antes que se presente en Ciudad de México.
A partir de 2003, la red se amplió para vigilar los movimientos del subsuelo desde otros estados ribereños al océano Pacífico.
La decisión de concentrar el Sistema de Alerta Sísmica, como se conoce, en la región oeste del país es por la actividad constante de las placas tectónicas que se encuentran en esa zona del planeta.
Lecciones
Algo que llamó la atención de muchos capitalinos después del sismo de 1985 es que muchas de las construcciones que colapsaron eran relativamente nuevas.
Las viejas casonas y palacios, construidos algunas desde la época de la Colonia, sufrieron daños menores.
Una de las explicaciones fue que las normas para construir en la capital no tomaron en cuenta las condiciones del suelo, que en sitios como el Centro y la colonia Roma se componen fundamentalmente de arcilla.
Pero otros argumentaron que los constructores no cumplieron con los reglamentos gracias al aval de autoridades locales.
El resultado fue que más de 800 edificios se vinieron abajo y miles de casas resultaron afectadas.
Después de la catástrofe en la capital las leyes se endurecieron. Ahora las construcciones deben realizarse con materiales más ligeros y con una estructura capaz de resistir movimientos telúricos mayores a magnitud 8.
Otra de las consecuencias fue crear instituciones para prevenir o mitigar los efectos de un desastre natural.
Así nació, por ejemplo, el Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred), que no sólo atiende el problema de los sismos sino que en las últimas decadas se concentra cada vez más en las afectaciones por huracanes e inundaciones.
Los “Topos”
En las primeras horas después del sismo, las autoridades permanecieron virtualmente paralizada.
Así, en las primeras horas la ayuda quedó a cargo de miles de voluntarios que en muchos casos con sólo las manos rescataron a las personas atrapadas bajo los escombros.
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Los árboles y las casas se ondulaban, no sabía si se iban a derrumbar las paredes, es una experiencia muy fea, había experimentado algunos pequeños temblores, nunca nada igual.
De entre estos rescatistas improvisados surgieron organizaciones que se especializaron en esta clase de desastres y que son conocidos a nivel internacional.
El más famoso es el grupo Topos, que incluso ahora suelen ayudar en los desastres sísmicos de varios países.
Pero una de las mayores enseñanzas del sismo de 1985, dicen especialistas, es que ahora existe más conciencia sobre cómo prevenir un desastre y la forma de sobrevivirlos.
Es la llamada “cultura de protección civil” que se ha convertido en un área específica de los gobiernos de cualquier nivel.
En 1985, muchos edificios se derrumbaron. Muchos se reconstruyeron o se convirtieron en otros más nuevos o lujosos.
Es parte de la cara actual de Ciudad de México, 30 años después del desastre.