El deseo a través de las fronteras

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Por Gabriela Rodríguez

La forma en que viven el amor y los deseos sexuales, hombres y mujeres que emigran a Estados Unidos, es expresión de las formas de exclusión social a la cual ellos y ellas siguen estando sometidos dentro y fuera del territorio mexicano.

Un interesante trabajo etnográfico, realizado a ambos lados de la frontera norte por la antropóloga Jennifer Hirsch, muestra cómo las transformaciones económicas favorecidas por el TLC, y por la política neoliberal de las décadas recientes, afectan la vida sexual y favorecen el riesgo de adquirir el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) entre migrantes.

Para la actual subdirectora del departamento de Ciencias Socio-médicas de la Universidad de Columbia, las transformaciones del deseo están vinculadas no solamente con las políticas estatales que han contribuido a las crecientes tasas de educación y las decrecientes de fertilidad, sino con el papel que paralelamente juega la Iglesia católica al pretender secuestrar las bases morales del amor y de conyugalidad, mientras la brutal y tortuosa arena política partidista, vivida desde las impugnadas elecciones presidenciales de 1988, aceleró la extensión de la red de electrificación rural como medio de legitimidad, la cual, entre múltiples implicaciones, también permitió a las parejas exponerse cómodamente a la pornografía en la intimidad de sus propias casas.

La controvertida política migratoria y las condiciones estructurales también favorecen el sexo extramarital: mercado laboral primordialmente masculino del otro lado, bajos ingresos, discriminación, viviendas empobrecidas, mínimo acceso a la recreación artística y hasta la débil infraestructura de transporte público están vinculados con el incremento de prácticas sexuales de riesgo. Nuevas formas de consumo, como el acceso a videos porno, a tangas del mercado chino, han favorecido una erotización de las parejas con un efecto que mejora la intimidad en la perspectiva de las mujeres casadas, pero que no favorece –sino por el contrario, subraya– la inequidad y las desigualdades de poder entre los géneros.

La política migratoria crea vulnerabilidad; cuando los trabajadores están lejos de sus esposas por largos periodos es más probable que tenga sexo no marital, incluyendo prácticas homosexuales y compra-venta de sexo. Esas políticas no solamente restringen los movimientos a través de la frontera, también crean miedo y alienación que inhibe la construcción del tejido social y del compromiso comunitario. La dificultades para obtener licencia de manejar y la pobre infraestructura de transporte limitan la capacidad para circular más allá del barrio y confiere mayor peso a los vecinos del medio inmediato, con lo cual hay pocas oportunidades para vincularse con los gringos, con grupos que no hablan español, así como con los espectáculos artísticos y culturales, lo que la investigadora llama escasez recreativa. Gastar parte de los dólares en comprar sexo es una de las pocas opciones de gratificación a la que tienen acceso los migrantes.

El regreso del esposo migrante coloca en alto riesgo de adquirir VIH a las mujeres rurales: la abstinencia es poco probable, la monogamia unilateral es inefectiva, y el uso de condón en el sexo marital es poco atractivo por el profundo compromiso apoyado culturalmente de la ficción de la fidelidad.

Solamente 6 por ciento de las mujeres rurales casadas reportan uso de condón, porque es una práctica social con profundos sentidos culturales, más que una conducta higiénica, como puede ser lavarse los dientes. La falta de uso del condón es un acto intencional de intimidad y no solamente un acto voluntario por descuido de la salud. Después de muchos meses de ausencia para generar ingresos para la familia, cuando el migrante regresa a casa desde las tierras tan frías del norte, la pareja vive una luna de miel. En este marco de compañerismo matrimonial y la ficción de que el marido es fiel pasan a ser críticos, prescindir del condón cobra un sentido de compromiso y de demostración de que el matrimonio es exitoso.

Por otro lado, cuando regresa el migrante buscan liberarse de las fuertes regulaciones del extranjero, de la migra, de la lengua ininteligible, del reloj. El migrante no solamente trae regalos para la familia, joyas de oro, carros lujosos y trocas”, también quieren vivir más el sexo. Mientras que allá un strip club puede costar 200 dólares, en los Altos de Jalisco se puede acceder a una trabajadora sexual por 10 o 20 dólares, y no exige el uso del condón. El despilfarro de dólares es también una cuestión ligada a la dignidad, una forma de mostrar que no sólo son mano de obra, sino que también son seres humanos: sus conductas no pueden solamente interpretarse a la lógica del mercado.

En palabras de la también egresada de la Johns Hopkins University, los recursos enmarcan el escenario posible, pero es la inserción de hombres y mujeres al mercado laboral condicionado por la división sexual lo que determina su poder adquisitivo. El abandono del campo y el debilitamiento de la política agrícola mexicana, la creciente integración de hombres y mujeres en los circuitos migratorios y la demanda que genera la riqueza de América del Norte a una cierta clase de cuerpos trabajadores, propicia que las parejas se involucren en nuevas formas de búsqueda de compañerismo, consumo y felicidad conyugal.

Fuente: La Jornada

 

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