Por Rubén Navarrete Jr. / The Washington Post
Los gigantes de los fármacos como GlaxoSmithKline, Merck, Pfizer, Novartis y Sanofi Pasteur ganan miles de millones de dólares con las vacunas. Esas empresas sin duda tienen un fuerte incentivo económico para asegurarse de que todos los estadounidenses sean vacunados.
El absurdo del debate de las vacunas está más claro. Conocemos ahora la idea de “inmunidad de rebaño” –la suposición de que, si se vacuna a una cantidad suficiente de individuos contra una enfermedad contagiosa, los pocos que no estén vacunados tienen buenas probabilidades de no ser infectados–. De pronto, los padres que escogen –por razones religiosas o personales– no vacunar a sus hijos son los malos. Son los villanos, los tontos, los teóricos de las conspiraciones que ignoran la ciencia y amenazan la salud de los demás.
¿Pero a quién se está amenazando? No a los que están vacunados, a menos que el grupo pro vacunas ahora sostenga que las vacunas no funcionan y que los que han sido vacunados podrían resultar infectados. No dirán eso.
Son los niños no vacunados los que corren el mayor riesgo. ¿Por qué tememos estar expuestos a ellos?, ¿no deberían ser ellos los que temen estar expuestos a los demás?
Estoy de acuerdo con que, en algunos estados –como California, un estado sólidamente demócrata– damos demasiadas facilidades para que los padres no vacunen a los hijos. Debería ser más difícil.
Pero al centrar el debate sólo en esos padres que no vacunan, perdemos el panorama mayor. Hay un coro chillón de periodistas, médicos, científicos y políticos de ambos partidos que nos enchufan esta narrativa de que las vacunas son perfectamente seguras y que los padres que las evitan son peligrosamente irresponsables. Si uno sólo sugiere que debe haber una discusión sobre los productos químicos presentes en las vacunas y sobre quién obtiene ganancias de las vacunas, se lo etiqueta como “loco” y como amenaza para la sociedad.
Que quede claro. Mi esposa y yo vacunamos a nuestros tres hijos y nunca consideramos no hacerlo. Creo que las vacunas funcionan, y –puesto que hace sólo unas pocas generaciones, el sarampión, la viruela y la polio eran problemas de salud serios en los Estados Unidos– considero las vacunas como una bendición. Pienso que todos los niños tendrían que ser vacunados, pero no estoy preparado para decir que todos “deben” ser vacunados y que las vacunas deben ser obligatorias. Finalmente, no creo que las vacunas causen autismo y no hay pruebas plausibles y serias que muestren que lo hacen.
Los padres de hijos autistas quieren respuestas y, de ser posible, alguien o algo a quién echar la culpa –preferiblemente un factor externo, no relacionado con sus genes ni con su estilo de vida–. Las mujeres tienen hijos en edades más avanzadas, lo que ha demostrado causar un riesgo mayor de tener hijos con autismo. Pero no hablamos de eso. Sin embargo, éste no es un debate que se resuelve en dos minutos. Es sumamente complicado, porque no es sólo una batalla entre los hechos y el temor. El debate se reduce a la decisión del gobierno de tomar partido por un grupo de padres que se preocupa por la salud y seguridad de sus hijos contra otro grupo de padres que se preocupa por la salud y seguridad de sus hijos.
¿Cómo puede hacer el gobierno de rey Salomón y tomar una decisión? Dado lo que sabemos sobre el gobierno, la respuesta probablemente va a ser “de mala manera”. No podemos obligar a los padres a hacer algo que ellos creen firmemente que perjudicará a sus hijos. No en este país. Todo el que les diga que la cuestión de si los padres deben ser obligados a vacunar a sus hijos es sumamente fácil debería hacer que le examinaran su propia cabeza –junto con sus motivos–.
Por ser un periodista que cubre asuntos de política, puedo oler las tonterías a una milla de distancia. Sigan el dinero. ¿Se acuerdan de los “Grandes laboratorios farmacéuticos:?, ¿piensan que pueden ser actores, en esta obra, detrás de las bambalinas? Sospecho que lo son.
Los gigantes de los fármacos como GlaxoSmithKline, Merck, Pfizer, Novartis y Sanofi Pasteur ganan miles de millones de dólares con las vacunas. Esas empresas sin duda tienen un fuerte incentivo económico para asegurarse de que todos los estadounidenses sean vacunados.
Así pues, cuando veo a un médico o a un científico que declara inequívocamente que las vacunas son seguras, quiero saber si ese médico está ganando tarifas como consultor de esas empresas y quién paga las investigaciones científicas y el equipo de laboratorios.
Y cuando veo a posibles candidatos presidenciales para 2016 del Partido Republicano, que se echan atrás en su sugerencia de que los padres deben tener una elección en cuanto a las vacunas –como el senador Rand Paul de Kentucky y el gobernador de New Jersey, Chris Christie hicieron la semana pasada– quiero saber si sus asesores los hicieron sentar y les explicaron la dura realidad de la política. Como lo siguiente: Las empresas cuyas ganancias ellos amenacen no contribuirán a sus campañas con donaciones. En cambio, esos dólares irán a sus adversarios.
¿Piensan que el debate de las vacunas se acabó? Ni hablar. Sólo está comenzando.
Fuente: El Diario