El ciudadano Cuarón

0

Por Denise Dresser*

Aplauso a Alfonso Cuarón por ejercer su derecho ciudadano a preguntar. A exigir. A confrontar. A explicar sus dudas y pedirle al presidente Peña Nieto que las esclarezca. Como cualquiera de los millones de mexicanos que no entienden los alcances de la reforma energética aprobada ni sus implicaciones. Como uno de tantos que han tratado de seguir un debate que en realidad nunca lo fue. Intentando entender, intentando comprender, intentando escudriñar un cambio importante pero aún ininteligible porque faltaban la legislación secundaria y las explicaciones de fondo y las posturas claras y los objetivos específicos. Un mapa de ruta necesario que el gobierno nunca ofreció. Nunca proveyó. Nunca sintió la necesidad de hacerlo sino hasta ahora.

Y Enrique Peña Nieto finalmente respondió porque Alfonso Cuarón preguntó. Porque desde el ejercicio de la ciudadanía plena el cineasta entendió que la resignación, el silencio y la pasividad de tantos explican por qué un país tan majestuoso como México ha sido tan mal gobernado y tan mal reformado. Entendió que la tarea del ciudadano –como lo apuntaba Gunter Grass– es vivir con la boca abierta, no importa el lugar que habite. Hablar bien de las reformas adecuadamente elaboradas, pero hablar mal de su cuestionable instrumentación; hablar bien de las intenciones reformistas, pero hablar mal de las instituciones torcidas que las sabotean; hablar bien del país, pero hablar mal de quienes quisieran embolsárselo vía una reforma energética aplaudida en el extranjero pero malentendida a nivel nacional.

Preguntar de manera legítima, como lo hace Cuarón desde la independencia, desde el apartidismo, desde la preocupación. Preguntas como: ¿Cuándo bajarán los precios del gas, gasolina, combustóleo y energía eléctrica? ¿Cuál es el cronograma de esos beneficios? ¿Qué afectaciones específicas habrá al medio ambiente con prácticas de explotación masiva? ¿Qué medidas se tomarán para protegerlo y quién asumirá la responsabilidad en caso de derrames o desastres? ¿Existen planes para desarrollar tecnologías e infraestructuras de energía alternativa en nuestro país? En un país con un estado de derecho tan endeble como el nuestro, ¿cómo podrán evitarse fenómenos de corrupción a gran escala? ¿Con qué herramientas regulatorias cuenta el gobierno mexicano para evitar que se impongan las prácticas de depredación que puedan cometer las empresas privadas que participarán en el sector? ¿Cómo asegurar que la reforma incremente la productividad de Pemex si no se enfrenta el problema de la corrupción dentro del sindicato? Si Pemex aportó durante 70 años más de la mitad del presupuesto federal (con el que se construyó la infraestructua nacional, se sostuvo la educación y los servicios de salud gratuitos), ahora que el aporte del petróleo no irá directamente de Pemex a las arcas, ¿cómo se cubrirá dicho presupuesto? Usted y su partido cargan con la responsabilidad histórica de estas reformas. ¿Cree realmente que el Estado mexicano tiene los instrumentos para llevarlas a cabo con eficacia, sentido social y transparencia?

Preguntas que subrayan eso que Cuarón entiende y que otros deberían entender también. El oficio de ser un buen ciudadano parte del compromiso de llamar a las cosas por su nombre. De descubrir la verdad aunque haya tantos empeñados en esconderla. De decir a los corruptos que lo han sido; de decir a los abusivos que deberían dejar de serlo; de decir a quienes han expoliado al país que no tienen derecho a seguir haciéndolo; de mirar a México con la honestidad que necesita para así instrumentar reformas que contribuyan al desarrollo nacional y no sólo al enriquecimiento de unos cuantos. Porque, como lo advertía Martin Luther King, hay pocas cosas peores que el apabullante silencio de la gente buena. Y demasiados han guardado silencio ante una reforma aprobada sin el debate que debió desatar, sin la información que debió proporcionar, sin las certezas que debió asegurar. Cuarón y quienes lo apoyan saben que la obligación intelectual mayor que tiene cualquier mexicano es rendir tributo a su país a través del cuestionamiento.

Por ello me parece que hay un gran valor en el espíritu de oposición constructiva versus el acomodamiento fácil. Hay algo intelectual y moralmente poderoso en disentir de corifeos y encabezar la búsqueda de explicaciones por parte de quienes no tienen voz en su país. Por ello se vuelve imperativo cuestionar la corrupción que podría permanecer en el sector petrolero, defender al medio ambiente de su depredación, retar a la autoridad que ofrece perogrulladas en vez de compromisos. Por ello se vuelve fundamental seguir denunciando las pésimas privatizaciones del periodo salinista, seguir resaltando la rapacidad de las compañías petroleras a nivel global, seguir subrayando la débil capacidad regulatoria del Estado mexicano y sus implicaciones ahora que se abre el petróleo a la participación de la inversión privada.

Por ello se vuelve imperativo seguir preguntando por qué la reforma se vendió con la promesa de una reducción en el precio de la gasolina, cuando eso no ocurrirá. Seguir cuestionando qué capacidad tiene el Estado mexicano para exigir que las empresas extranjeras cumplan con sus obligaciones si no logra hacerlo con las compañías nacionales. Seguir preguntando si la inversión prometida en el Instituto de Energías Renovables de la UNAM equivale realmente a un esfuerzo nacional en busca de fuentes de energía alternativas. Seguir inquiriendo si realmente será cierto que todas las rondas de licitación se volverán públicas, al igual que los contratos celebrados. Seguir interrogando si la Comisión Reguladora de Energía tendrá dientes o la defenestrarán como están intentando hacer con el Instituto Federal de Telecomunicaciones. Seguir cuestionando cómo se incrementará la productividad de los trabajadores de Pemex cuando se “van a respetar” todos los derechos laborales que les permiten ser tan improductivos hoy. Seguir interpelando qué significa, en números concretos, que los pagos que Pemex le hace al fisco sean “más moderados que anteriormente”. Seguir indagando cómo asegurará la Comisión Federal de Competencia que no ocurran licitaciones capaces de generar poder monopólico, cuando el gobierno nunca ha podido evitar eso antes. Seguir preguntando –al igual que Carlos Elizondo en un artículo reciente– cómo acabarán los contratos absurdos y caros, las pensiones injustas y el exceso de personal en Pemex. Seguir cuestionando qué hará el gobierno para tener una mejor estrategia de gasto de los recursos generados por Pemex, ya que los ha despilfarrado en el pasado.

Alfonso Cuarón está invitando a quienes han leído sus 10 preguntas a hacerlas suyas. A formular más. A formar parte de los ciudadanos que se rehúsan a aceptar respuestas vagas, imprecisas, tramposas, poco claras o insuficientes como las que han sido ofrecidas hasta el momento. A los que ejercen a cabalidad el oficio de la ciudadanía crítica. A los que alzan un espejo para que México pueda ver y cuestionar la reforma energética con las omisiones y las lagunas y los vacíos regulatorios que contiene. A los que dicen “así no”. A los que resisten el uso arbitrario de la autoridad para reformar un sector sin informar cabalmente a la población sobre lo que están haciendo. A los que en tiempos de grandes disyuntivas de política pública no permanecen neutrales. A los que se niegan a ser espectadores de la ineptitud o la estupidez o la connivencia. A los que cuestionan la reforma energética porque no quieren padecer otra vez aquello que Carlos Pellicer llamó “el esplendor ausente”. A los ciudadanos que saben serlo. Como Alfonso Cuarón.

* Este análisis está publicado en la edición 1957 de la revista Proceso, que empezó a circular el pasado sábado 3 de mayo.

 

Enhanced by Zemanta

Comments are closed.