El choque de los farsantes republicanos

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Es inevitable preguntarse por qué, exactamente, al sistema republicano le horroriza tanto Trump. Sí, es un farsante, pero todos ellos lo son. Entonces, ¿en qué se diferencia esta farsa de las demás?

Por Paul Krugman*

De modo que los republicanos van a elegir a un candidato que no dice más que estupideces cuando habla de política nacional; que cree que la política exterior puede basarse en la intimidación y la beligerancia; y que saca partido con cinismo del odio racial y étnico para obtener réditos políticos. Pero eso iba a ser así en cualquier caso, al margen de los resultados de las primarias. La única novedad es que el candidato en cuestión probablemente sea Donald Trump.

La cúpula republicana tacha a Trump de fraude, cosa que es. ¿Pero es él más fraudulento que los poderes establecidos que tratan de detenerlo? La verdad es que no.

De hecho, cuando uno se fija en la gente que lo critica, no queda más remedio que preguntarse: ¿cómo pueden tener tan poca conciencia de sí mismos?

Donald Trump es un “farsante”, dice Marco Rubio, quien ha prometido aprobar unas gigantescas rebajas fiscales, emprender un enorme rearme militar y equilibrar el presupuesto sin reducir ni un ápice las ayudas de los estadounidenses mayores de 55 años.

“No puede haber evasión ni juegos”, brama Paul Ryan, presidente de la Cámara de Representantes, cuyos promocionadísimos presupuestos dependen por completo de una “receta misteriosa”, es decir, afirma que pueden recaudarse miles de millones de dólares tapando unas lagunas fiscales no especificadas y que se pueden ahorrar miles de millones más gracias a unos recortes del gasto no especificados).

Ryan también afirma que el “partido de Lincoln” debe “rechazar a cualquier grupo o causa que se base en el fanatismo”. ¿Habrá oído hablar alguna vez de la “estrategia sureña” de Nixon, de los comentarios de Ronald Reagan sobre las reinas del bienestar y de los “fornidos jovenzuelos” que usaban los vales de alimentos de Willie Horton?

Digámoslo de este modo: hay una razón por la que alrededor del 90% de los blancos del sur profundo votan a los republicanos, y no es su adhesión filosófica a los principios libertarios.

Luego está la política exterior, un terreno en el que Trump es, si cabe, más razonable —o para ser más exacto, menos irrazonable— que sus rivales. No tiene problemas con la tortura, ¿pero quién los tiene en su bando? Es beligerante, pero, a diferencia de Rubio, no es el favorito de los neoconservadores, o sea, la gente responsable del desastre de Irak. Hasta ha llegado a decir lo que todo el mundo sabe pero nadie de la derecha debe, en teoría, admitir: que el Gobierno de Bush condujo deliberadamente a Estados Unidos a aquella guerra desastrosa.

Ah, y es Ted Cruz, no Trump, quien parece deseoso de “bombardear indiscriminadamente” a la gente, sin que parezca saber lo que eso significa.

De hecho, es inevitable preguntarse por qué, exactamente, al sistema republicano le horroriza tanto Trump. Sí, es un farsante, pero todos ellos lo son. Entonces, ¿en qué se diferencia esta farsa de las demás?

La respuesta, diría yo, es que el problema del sistema con Trump no tiene que ver con la farsa que él interpreta, sino con la que interrumpe.

En primer lugar, está la farsa que los republicanos normalmente se las apañan para representar en las elecciones nacionales (esa en la que aparentan ser un partido serio y maduro que procura sinceramente enfrentarse a los problemas de Estados Unidos). La verdad es que ese partido desapareció hace mucho tiempo, que en la actualidad no quedan más que fantasías neoconservadoras y economía vudú. Pero el sistema quiere guardar las apariencias, lo que será más difícil si el candidato elegido es alguien que se niega a interpretar su papel.

Por cierto, preveo que en el caso de que Trump resulte elegido, los expertos y otros que afirman ser conservadores reflexivos se tocarán la barbilla y declararán, tras grandes muestras de cuidadosa deliberación, que él es la mejor opción dados los defectos de carácter de Hillary, o algo así. Y los autoproclamados centristas encontrarán el modo de afirmar que los dos bandos son igual de malos. Pero ambas actuaciones resultarán especialmente forzados.

Y, lo que es igual de importante, el fenómeno de Trump pone en peligro el engaño al que el sistema republicano ha estado sometiendo a sus propias bases. Me refiero a las tácticas engañosas mediante las que se induce a los votantes blancos a odiar las grandes Administraciones recurriendo a mensajes encubiertos sobre Esa Gente, mientras que las políticas reales solo pretenden recompensar a los donantes.

Lo que ha hecho Donald Trump es decirles a las bases que no tienen que aceptar el paquete completo. Promete conseguir que Estados Unidos vuelva a ser blanco —sin duda, todo el mundo sabe que ese es el verdadero eslogan, ¿verdad?— a la vez que promete proteger la Seguridad Social y Medicare, y alude (aunque no lo proponga claramente) a una subida de impuestos a los ricos. Los republicanos del sistema, indignados, farfullan que Trump no es un conservador de verdad, pero resulta que muchos de los votantes del partido tampoco lo son.

Para que quede claro, la perspectiva de un Gobierno presidido por Trump me parece aterradora, y a ustedes se lo debería parecer también. Pero también debería aterrarles la perspectiva de un presidente Rubio, sentado en la Casa Blanca con su círculo de belicistas, o un presidente Cruz, del que uno sospecha que estaría encantado de reinstaurar la inquisición española.

De modo que, en mi opinión, la verdad es que deberíamos alegrarnos del auge de Trump. Sí, es un farsante, pero de hecho también está destapando los fraudes de otros. Esto, lo crean o no, es un avance en estos tiempos extraños y agitados.

* Paul Krugman es Premio Nobel de Economía

© THE NEW YORK TIMES COMPANY, 2016

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