Por John M. Ackerman
Barack Obama no es amigo o aliado de los mexicanos ni de los latinoamericanos. Su reelección como presidente de Estados Unidos (EU) asegura la continuidad de las políticas antinmigrantes, belicistas y neoliberales de los últimos cuatro años. En lugar de celebrar la victoria de Obama, los políticos mexicanos tendrían que esforzarse en construir una nueva política exterior fuerte y digna que sirva de contrapeso a los embates que vienen.
En cuatro años Obama expulsó 1.4 millones inmigrantes indocumentados, la tasa más elevada de deportaciones de presidente alguno de Estados Unidos. El mandatario estadunidense tampoco tomó nunca medidas contundentes para reducir el tráfico de armas hacia México, y su procurador de justicia, Eric Holder, estuvo directamente implicado en el fallido operativo Rápido y furioso que auspició la venta de miles de armas de alto poder a los narcotraficantes mexicanos.
La guerra de Calderón, con sus más de 60 mil muertos, también es la guerra de Obama. Como premio a la actitud dócil y sumisa encontrada en las autoridades mexicanas, el estadunidense ha apoyado de manera muy personal y directa a Felipe Calderón. El gobierno de Obama minimiza sistemáticamente las violaciones a los derechos humanos y la rampante corrupción que han corroído la administración calderonista. En agradecimiento, la reforma laboral en curso y la anunciada reforma petrolera siguen al pie de la letra el guión redactado por EU.
Obama ha mostrado también un desprecio absoluto por el pueblo mexicano en sus visitas a nuestro país. Recordemos cómo en su primera visita, en abril de 2009, ignoró por completo a los mexicanos que literalmente se colgaban de los puentes peatonales para tener la oportunidad de verlo y saludarlo. En lugar de interactuar con la sociedad o dirigir un breve mensaje al pueblo, tal como hizo con el pueblo alemán o egipcio en esas mismas fechas, Obama se hizo acompañar de sus secretarios de Energía, Steven Chu, y de Seguridad de la Patria, Janet Napolitano, y se encerró con Calderón y su gabinete para coordinar acciones. Así, la relación bilateral entre México y Estados Unidos siempre ha sido conceptualizada más como asunto de política interior que de política exterior para Obama y su equipo.
Es cierto que la victoria de Mitt Romney hubiera sido aun más desastrosa para México. El Partido Republicano busca sellar la frontera, instalar bases militares en México, así como detener y revisar a cualquier persona que parezca ilegal en Estados Unidos. El sheriff Joe Arpaio es solamente el ejemplo más visible y radical de una fuerte corriente de pensamiento racista que predomina en aquel partido político. Líderes republicanos incluso han propuesto reformas constitucionales para circunscribir la ciudadanía por nacimiento a quienes tengan padres que también sean ciudadanos. Así, los hijos de los inmigrantes ilegales también serían indocumentados, aun cuando hayan vivido cada minuto de su vida en EU.
Paradójicamente, Obama ganó su reelección en gran medida por el enorme apoyo que recibió de la población latina y de los mexicanos en particular. De acuerdo con la encuesta de salida de The New York Times, 71 por ciento de los latinos votaron por Obama en 2012, 4 por ciento más que hace cuatro años. Los latinos hoy constituyen 17 por ciento de la población de EU y 11 por ciento de los votantes; 65% de la población latina se define de origen mexicano. De acuerdo con las proyecciones del Centro de Investigación Pew, para 2050 únicamente 47 por ciento de la población será blanca y hasta 29 por ciento será hispana.
Algunos esperan que Obama devuelva el favor del apoyo electoral latino con nuevas reformas para legalizar los 11.5 millones de inmigrantes que hoy viven y trabajan sin papeles en EU. Pero Obama ya traicionó la esperanza de los indocumentados en una ocasión. Durante los últimos meses de 2010 su tibio apoyo a la Dream Act, que hubiera permitido la legalización de millones de jóvenes estudiantes que habían vivido la mayor parte de su vida en Estados Unidos, aseguró su fracaso en el Congreso. Eran los últimos meses en que el Partido Demócrata todavía controlaba la Casa de Representantes y aun así el presidente no pudo, o no quiso, apoyar a los migrantes.
Hace unos meses, Obama dictó una suspensión temporal con respecto a la deportación de estos mismos estudiantes dreamers. Pero fue una medida estrictamente electorera, con el único fin de no perder el apoyo latino en las votaciones del pasado 6 de noviembre. Y hoy, que los latinos ya no son útiles en términos electorales, Obama no puede ser reelecto en una segunda ocasión; se antoja difícil que ahora sí apoye su causa. La esperanza, en todo caso, tendrá que venir del Congreso estadunidense, no del presidente. Con la ratificación del poder latino en las urnas, los diputados y senadores de ambos partidos muy probablemente tendrán que pensar dos veces antes de detener la reforma migratoria integral demandada por la población.
Enrique Peña Nieto visitará a Obama en Washington el martes 27 de noviembre. El priísta seguramente dará continuidad a la tradición de Calderón de regocijarse con las palmadas en la espalda del mandatario estadunidense para seguir entregando el oro y el petróleo a cambio de meras cuentas de vidrio. Pero se vale soñar con una nueva política exterior basada en el verdadero respeto mutuo entre las dos naciones, donde México deje de ser el patio trasero de Washington y los mexicanos ya no sirvan de carne de cañón para las guerras estadunidenses ni trabajen en condiciones de esclavitud en sus cocinas, casas y jardines.
Fuente: www.johnackerman.blogspot.com
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