El affair de Ciro y Carmen Aristegui

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Por Darío Ramírez

Al parecer estamos muy ocupados para prestar atención a lo que hacen nuestros medios: cómo generan información, qué tipo de información publican y cuál es su contribución (en positivo o negativo) para el fortalecimiento de nuestra democracia. Somos una sociedad nacional que toma a los medios por sentado. Es decir, los vemos como ellos a nosotros: como si fuéramos extraños. Es sintomático que en un país como México no tengamos un observatorio (o varios) en donde se revise a los medios de comunicación. Un ejercicio mínimo para observar a los observadores.

En teoría la calidad del periodismo debe de ser de urgente atención y preocupación para una sociedad democrática. ¿A caso no es esencial la independencia e integridad del periodismo para los miembros de una sociedad que ejerce su poder a través del voto? La respuesta parece obvia, pero dista de serlo. O más bien, si es obvia, ¿por qué podemos afirmar que tenemos una democracia sin medios de comunicación masiva que jueguen su papel? Es decir, ponemos atención en el desarrollo institucional de nuestra democracia formal. Mejoramos el INE, leyes y demás, pero nula atención y poco estudio le dedicamos a estudiar cómo hacen periodismo los periodistas. Es cierto que la gran mayoría de los medios de comunicación  y periodistas no tienen interés en ser revisados y en que la sociedad les pida cuentas de porqué hacen los que hacen. Y por el otro lado, ese cuestionamiento social hacia los medios es esporádico y prácticamente inexistente.

Aceptamos el status quo sin chistar. Los medios hacen lo que quieren, como quieren, porque quieren y no le rinden cuentas a nadie. La lejanía de los medios con la sociedad es el resultado de la cooptación gubernamental y la falta de un sistema político, económico y social que promueva y premie un periodismo independiente, oportuno y veraz que ayude a la sociedad en la toma de decisiones.

Las noticias y cómo se reportan están en plena convulsión en todo el mundo. Llevamos ya años viendo la crisis del modelo económico de comunicación, pero también sobre cómo se hace periodismo. Si ahora cualquiera puede proveer y mover información de manera gratuita, veloz y fácil, entonces tenemos que regresar al punto de partida y definir qué es un periodista y cómo definimos lo que hace. Si podemos definir qué significa ser un periodista y concluir cuál es su valor en una sociedad que intercambia información en niveles inimaginables hace dos décadas, tal vez así podemos comenzar a ser más críticos con nuestros periodistas y demandar explicación sobre lo que hacen. Tal vez muchos se sientan amenazados para revisar su papel y trabajo, pero me parece que es lo mínimo que podemos demandar de un periodismo cuyo sustento no está basado en el principio de libertad de prensa.

Sírvanse los párrafos que anteceden para darle un marco teórico al caso Carmen Aristegui y Ciro Gómez Leyva. Podría quedar como una anécdota más en nuestros medios de comunicación, pero si no lo analizamos un poco más, perderíamos un caso empírico dónde florecen muchos de los obstáculos de “nuestro periodismo”.

La audiencia radial ha ganado con dos programas de noticias matutinos que compiten entre si. La trama se desarrolla desde la presentación de una investigación periodística realizada por Aristegui y su equipo de noticias. En ella se develaba la red de prostitución que había al interior del PRI-DF bajo el liderazgo de Cuauhtémoc Gutiérrez. Muchos son cautelosos al decir “presunta red de prostitución”, yo no lo haré. La verdad periodística del reportaje es innegable. Después de estudiar la investigación no encuentro fallas serias sobre cómo fue elaborado y planteado. No soy nadie para juzgar si es buena o mala, correcta o incorrecta, simplemente aporto mi punto de vista como audiencia y persona interesada en el papel del periodismo en la sociedad (válgase la salvaguarda). Ahora bien, la investigación periodística es una cosa y la investigación ministerial es otra.

El affair Ciro y Carmen debe de ser analizado, no como un partido de fútbol a ver quién gana. Sino el papel de dos programas de información y su abordaje de una noticia.

Gómez Leyva lanzó tres preguntas a Carmen Aristegui: 1) ¿El medio (MVS) pagó a alguien para fabricar esta historia? Aristegui respondió con un rotundo no. Me parece que la simple pregunta lleva dolo. Es decir, no busca conocer la verdad, sino más bien dejar en el imaginario que la información “pudo” haber sido pagada y fabricada. 2) ¿Alguien realizó el trabajo para Aristegui-MVS y se lo vendió al medio? La respuesta fue No. Aristegui, desde que presentó el reportaje afirmó quién lo había hecho. Por lo que la misma pregunta carece de sentido. 3) ¿Alguien con fines políticos hizo el reportaje y lo filtró al medio de comunicación? La respuesta de Aristegui volvió a ser la misma: no. Una fácil descalificación de práctica común es la de presentar que la información tiene un fin político y no periodístico.

Al final, al parecer, lo que menos le preocupó a Ciro fue la noticia sobre la red de prostitución y sí hacer un escrutinio del trabajo periodístico de Aristegui. No sugiero que hacer una revisión del trabajo de MVS no sea válido, pero parecería que los señalamientos tienen la intención de desacreditar el reportaje más que llegar a la verdad.

Vale la pena subrayar los principales argumentos propuestos por el periodista en contra de la investigación de MVS. La principal, desde mi punto de vista, fue que afirmaba que después de 20 días de haber salido el reportaje no hubo una avalancha de mujeres víctimas de Gutiérrez presentando las denuncias penales en la Procuraduría del DF. Es peligrosa dicha afirmación, no solo por insensible, sino porque denota un desconocimiento sobre lo que cuesta denunciar en este país violencia sexual. Si las víctimas no juntan el valor para poner una denuncia es otro problema, pero es irresponsable trasladar el peso de la verdad del reportaje a la valentía de las mujeres víctimas. Es ampliamente conocido la incapacidad del gobierno para proteger a víctimas que denuncian. Otro argumento es que un punto central del reportaje de MVS se basa en el testimonio de una tal Priscila Martínez, quien se identificó, ante la reportera de MVS, como la “enganchadora” en la red del PRI-DF. Posteriormente, ante el MP Priscila dijo que le habían pagado 30 mil pesos para dañar a su jefe el líder del PRI. La razón para cambiar su testimonio rebasa el ámbito periodístico, pero cabe subrayar que aunque haya sido cambiado ante el ministerio publico no lo hace verdadero. Será tarea del MP en buscar la verdad del testimonio de Priscila. Otra crítica de Gómez fue que MVS no reveló quién el nombre de su reportera. En un país dónde hay 78 periodistas asesinados y ningún culpable en la cárcel, me parece poco acertado demandar que se haga público el nombre de la reportera. Vaya, Günter Wallraf le daría un ataque. Las razones esgrimidas por Aristegui para mantener el anonimato de su reportera caen dentro de las recomendaciones del New York Times sobre el uso de fuentes anónimas.

Por último, es una peculiar coincidencia que días después del reportaje, la única entrevista del exlíder priísta se la otorgó a Ciro Gómez Leyva. La entrevista abona poco, únicamente el hecho de darle al exlíder un micrófono abierto (en un programa de alto rating) para afirmar que era inocente.

Tenemos un periodismo que provoca filias y fobias. ¿A quién le vas a Ciro o Aristegui? Con ese planteamiento perdemos todos. Tenemos un periodismo dónde podemos criticar Aristegui por su reportaje, pero también deberíamos criticar la ausencia de más reportajes cuya trascendencia en lo social y político sea innegable. Estamos ávidos de tener un periodismo que vaya más allá de la declaración o lectura del boletín oficial. De un periodismo que replanté su papel y su manera de hacer las cosas. Un periodismo que confíe en que su aportación a la sociedad es la credibilidad e independencia. No se necesita ser médico para afirmar que el periodismo en México está enfermo. Que hay periodistas que hacen correctamente su trabajo los hay, pero el paciente está enfermo.

Fuente: Sin Embargo

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