Por Jenny Ybarnegaray Ortiz
Cada año, inexorablemente, llega el 8 de marzo, día internacional de las mujeres, y es un día que suele dedicarse a mirar qué es lo que viene sucediendo en el mundo con relación a los derechos humanos de las mujeres. Hay quienes también lo banalizan hasta la hipocresía, ¡feliz día! suelen exclamar sin mucha idea del origen de esta fecha que, de no existir tan profundas inequidades en el mundo entre la condición de “ser varón” y “ser mujer”, ya ni siquiera sería necesario marcar en el calendario.
En 20, 30, 50 o 100 años (depende de cuándo empecemos a contar), para unas mujeres más que para otras, se han producido cambios importantes, efectivamente hay cambios a nivel de los “síntomas” –las brechas de inequidad en razón de género, por ejemplo–; pero, no hay cambios a nivel de las causas que los originan y que casi nadie quiere mirar ni tocar, no han cambiado las raíces de esta situación. Lo que no cambia es la estructura patriarcal, ese sistema milenario de dominación sobre el que se asientan tantas otras formas de opresión de los seres humanos que habitamos este mundo. Cada una de nosotras, cada uno de vosotros tiene incorporado un pequeño patriarca en el subconsciente, uno que celebra, refuerza, reanima, reinventa y naturaliza la dominación, de tan variadas formas que no alcanza la imaginación para identificarlas a todas.
Lo que yo celebro en esta fecha es la lucha incansable de las mujeres por esos cambios y me parece muy importante destacar eso sobre todas las cosas, mujeres que en todas partes del mundo y desde situaciones tan disímiles como parecidas, levantamos la voz, no un día al año sino todos los días del año para señalar lo que no es más admisible en este mundo, como por ejemplo –sólo para anotar uno como miles pudiera hacerlo– el de la pequeña Malala que con tanta fuerza reclamó su derecho a la educación y el de todas las niñas paquistaníes, y que por tal atrevimiento fue objeto de un criminal atentado terrorista.
La declaración del día internacional de las mujeres proviene de la Organización de las Naciones Unidas, un organismo creado con fines loables después de la segunda guerra mundial y que hoy se encuentra tan venido a menos por su imposibilidad fáctica para hacer respetar los acuerdos internacionales en materia de derechos humanos. Este organismo cuenta con una sección que se ocupa de los derechos humanos de las mujeres, ONU-Mujeres, reforzado hace unos pocos años con gran algarabía y cuyo impacto sobre las vidas de las mujeres mismas, todavía se puede percibir.
Muchas veces me pregunto cuál es la utilidad de este organismo internacional y termino pensando que ni siquiera existiría si no fuese por la acción y lucha de tantas mujeres en tantas partes del mundo; sin embargo, su existencia misma se pone en cuestión toda vez que su labor, más allá de los programas que promueve, del financiamiento que destina a acciones aquí y acullá, se restringe a emitir recomendaciones sin ningún efecto vinculante sobre las políticas públicas de ningún país del mundo. Su posicionamiento frente al patriarcado es francamente tibio, cuando no cómplice, por no denunciarlo en su verdadera magnitud.
En el último año hemos podido observar cómo las fuerzas de la reacción se han puesto al unísono para frenar los avances obtenidos en varias décadas y, al mismo tiempo, hemos visto cómo las mujeres han salido a las calles a defender sus logros. Como ejemplo más conocido está la propuesta del ministro de justicia de España, quien ha presentado un proyecto de ley –conocida como la “ley Gallardón”– de reforma de la ley de derechos sexuales y reproductivos que, tras las sotanas de los curas del Opus Dei, pretende cercenar lo esforzadamente obtenido hasta el presente y procura reducir a nada el derecho de las mujeres españolas a un aborto seguro y gratuito. Esa intención, aplaudida por el parlamento español, se ha visto enfrentada a una maravillosa “marea violeta” de las propias españolas que no están dispuestas a ceder un milímetro en lo ganado hasta el presente.
El 8 de marzo no es un día “feliz”, no lo será mientras una sola mujer sea víctima de feminicidio, lapidación, ablación o cualquier otra forma de violencia de las miles que conocemos. Es un buen día para darnos ánimos entre todas, para abrazarnos y para volver a comprometernos, siempre con más fuerza, por todo lo que venimos luchando en la última centuria al menos. Que el 8 de marzo nos pille alertas y combativas, ninguna concesión, ninguna contemplación, que ninguna declaración “políticamente correcta” nos adormezca. ¡Saludos a todas las compañeras que se levantan cada día con el ánimo de seguir en esta lucha sin pausa!
Fuente: Alainet.org