Por Gustavo Esteva
Estamos hirviendo. Cunden la indignación y el descontento, cuando no la frustración y hasta la desesperación, lo mismo que las iniciativas y las movilizaciones. Estamos en ebullición, pero desconcertados: confundidos y sin acuerdo, sin concertación.
No somos sólo nosotros. En medio de una de las peores crisis de la historia, al fin de un ciclo y quizás de una era, el desencanto con instituciones, gobiernos y políticas dominantes es cada vez más general. Sus respuestas insensatas ante la movilización popular que se extiende siguen agravando la crisis y ampliando la brecha entre los de arriba y los de abajo.
En este contexto, las iniciativas que los zapatistas están tomando podrían resultar aún más importantes que la del 1º de enero de 1994. Fue entonces un despertar nacional y mundial. Ellos fueron los primeros en decir ¡basta! a la marejada mortal del neoliberalismo, como lo reconocen todos los movimientos antisistémicos surgidos tras ese llamado. En México cambiaron la correlación política de fuerzas y echaron a perder los planes autoritarios de Salinas.
Al decirles que no estaban solos, empero, la señora sociedad civil les dijo entonces que no quería más violencia y les exigió probar una vaga vía institucional. Los zapatistas obedecieron. No sólo se convirtieron en campeones de la no violencia activa e hicieron de la palabra y la organización sus principales herramientas de lucha. También se comprometieron seriamente con el diálogo y el trato con las instituciones.
Pasó lo que pasó. Tanto el gobierno federal, en sucesivas administraciones, como los poderes Legislativo y Judicial, los gobiernos locales y todos los partidos políticos traicionaron palabra y compromiso y aislaron, descalificaron y atacaron continuamente a los zapatistas y al zapatismo.
Contra viento y marea, negados por los medios y las clases políticas, sistemáticamente agredidos por grupos paramilitares o políticos lo mismo que por las policías, los zapatistas consolidaron y profundizaron su construcción autónoma. Demuestran hoy que la alternativa no institucional de izquierda que impulsaron es ya una realidad, un camino viable y eficaz para la acción política. Como resistencia organizada, pone límites a la ofensiva de arriba. Como empeño radical, socava las bases de existencia del sistema opresor y avanza en la reorganización de la sociedad desde abajo.
Millones de personas, en México y en el mundo, cruzarán los puentes que empiezan a tender los zapatistas para concertar la acción. Han aprendido, con ellos, que para resistir el horror que ha caído sobre nosotros no basta decir no, rechazando radicalmente políticas y acciones de arriba que nos lastiman y despojan. Necesitamos además la construcción autónoma que da sentido al empeño, toma la forma de la nueva sociedad y en la propia lucha prefigura el resultado. Y necesitamos hacer todo esto juntos, en concierto. Debemos escucharnos y hacernos oír, componer entre todos una sinfonía concertante.
Los zapatistas muestran conciencia clara de las dificultades que enfrentarán y los riesgos que correrán. No se arredran por ello. Conocen bien la pobre condición humana de quienes encabezan las instituciones. Saben que el famoso pacto de los partidos o los compromisos de Peña con los indígenas que mencionó el secretario de Gobernación no son sino nuevas amenazas: retroceden al indigenismo de incorporación y empacan como desarrollo los despojos que planean. Saben también que quienes no pueden pensar ni actuar fuera del marco convencional y se niegan a reconocer que el problema está en los propios aparatos de la opresión, no sólo en sus operadores, seguirán concentrando la energía en nuevas fantasías sobre 2018. Pero no tratan a éstos como enemigos ni ignoran a aquéllos.
Se realizan ya intentos tramposos de reducir las iniciativas zapatistas a la cuestión indígena. Es sin duda necesario reactivar el Congreso Nacional Indígena y mantener el dedo en la llaga del incumplimiento de los acuerdos de San Andrés, pero no al precio de negar el alcance de las actuales iniciativas zapatistas, que desafían el estado de cosas dominante y plantean, desde la sabiduría indígena, un camino de transformación que incluye por igual a indígenas y no indígenas.
Por todo esto, cientos de participantes en el tercer Seminario Internacional de Reflexión y Análisis, organizado del 30 de diciembre al 2 de enero por el Cideci y la Universidad de la Tierra en Chiapas, junto a miles que lo siguieron en línea, celebraron con ánimo renovado un aniversario más del levantamiento del EZLN. La presencia entusiasta y lúcida de colectivos, organizaciones y movimientos de una docena de países sirvió para mostrar la relevancia de las iniciativas zapatistas más allá de nuestras fronteras y para empezar la paciente y serena labor de concertación de nuestras dignas rabias.
Fuente: La Jornada