Por José Luis Rozalén Medina
El consumo de drogas y sus consecuencias representan un grave problema social y sanitario que afecta especialmente a los jóvenes. Las estadísticas que publican los organismos especializados de las Naciones Unidas y de la Unión Europea corroboran que un número importante de la población de jóvenes-adolescentes consume sustancias como el alcohol, el tabaco, el cannabis y, en menor medida, la cocaína, la heroína y otras drogas de síntesis (pastillas) con efectos demoledores.
Seguramente, muchos padres se mostraron sobreprotectores, permisivos, miedosos, alarmistas, “encogidos”, sin fuelle y sin arrestos para educar, quitándoles, de esta forma, la capacidad para afrontar los problemas con valentía y libertad, sin tener que agarrarse a las drogas y a la destrucción para seguir viviendo. Inestables, inmaduros, cambiantes, culpabilizadores, chantajistas, rígidos, severos, seguramente han generado en sus hijos sentimientos reprimidos de rabia y rencor, sin capacidad de obrar por sí mismos: les han castrado su libertad y autonomía y los han arrojado en manos de cualquier esclavitud, de cualquier cadena, de cualquier sucedáneo de felicidad.
Si hubiesen tenido unos padres equitativos y democráticos, firmes, pero abiertos y dialogantes, los chicos hubiesen crecido con otros hábitos de conducta, con otras metas más nobles, con unos ideales dignos y excelentes. Estos padres, según la psico-pedagoga Marisa Magaña, “son poco proteccionistas, y animan siempre a sus hijos a afrontar las dificultades de la vida con fortaleza, a cumplir las normas y leyes de forma autónoma y libre, quedándose siempre cerca de sus hijos, por si los necesitan, pero sin imponer irracionalmente nada”.
La educación, en muchas ocasiones, no está a la altura de los tiempos. Decía Mario Capechi, Premio Nobel de Medicina: “Todo lo que me fue adverso y duro me sirvió para crecer; existe ahora una sensación, sobre todo entre la gente joven, de que la gratificación tiene que ser inmediata, y esto no es así. La gratificación es algo que lleva mucho tiempo, mucho esfuerzo, mucha renuncia, mucha dedicación y paciencia”.
La carencia de vínculos afectivos puede influir decisivamente en la adicción a las drogas. Algunos estudios afirman que los hijos de padres alcohólicos y drogadictos tienen mayor probabilidad de desarrollar esas dependencias que quienes no tienen esos antecedentes familiares.
También se producen en la escuela, cuando se repiten los fracasos escolares, cuando el alumno carece de motivación o estímulo y se convierte en un radical “objetor escolar” que no quiere saber nada de estudio ni de esfuerzo; cuando se dan amistades con otros chicos que tienen comportamientos al borde de la ley y las normas, cuando se minimiza el riesgo de consumir las llamadas “drogas blandas”, o se aplaude el “uso responsable de drogas” sin conocer los riesgos, cuando aumenta el consumo de alcohol y tabaco.
Algunos investigadores hacen hincapié en que las drogodependencias, la delincuencia, el seguimiento de sectas, las actitudes patológicas, en general, son producto del sistema social en que estamos estructurados, efecto indeseable de las relaciones traumáticas del individuo con su entorno.
Algunos jóvenes se “vienen abajo” y se refugian en el “paraíso artificial de la droga”, renunciando de esa forma a la búsqueda de su propia integridad psicológica y personal, a la valiente construcción de sí mismos. Influye la “despersonalización” de la existencia humana, la trivialidad, la frialdad y el vacío que encuentran los jóvenes a su alrededor, el querer hacer “lo que hacen los demás”, el “estar en la onda”, el aburrimiento y la curiosidad (“a ver qué se siente”), la cultura consumista del “use y tire”, la no identificación con el papel que les ha tocado en suerte, la muerte del espíritu y el materialismo envolvente, su falta de identificación con el medio y la cultura de su tiempo, la desigualdad e injusticias reinantes, el tedio del presente, la oscuridad del futuro, la carencia de una voluntad fuerte y creadora.
Los padres pueden prevenir en la pre-adolescencia posibles situaciones que después pueden desembocar en graves e irreversibles problemas a través de un diálogo franco con sus hijos sobre los peligros de las drogas. Se trata de hablar, escuchar, conocer a los amigos de sus hijos, poner en práctica un amor y una paciencia sin límites; formular en casa normas de conducta razonables y razonadas, predicar con el ejemplo, alentar alternativas de ocio saludables desde que los hijos son muy pequeños, potenciar la autoestima, la responsabilidad, la autonomía de sus hijos.
* José Luis Rozalén Medina. Catedrático de Filosofía