Dos cerebros y un solo balón

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(Dos hemisferios cerebrales y un balón)

 

Por Alma Delia Murillo

Gritar. Sudar. Resonar la potencia de la vida de un modo casi intolerable. Sentirse capaz de reptar y de volar al mismo tiempo.

Levantarse de la silla, apretar los puños, tener ganas de abrazar a alguien. O de morderlo.

Ser avasallado por lo insoportable de la esperanza y triturado por lo insufrible de la derrota.

Formar parte de lo tribal, de lo único y a la vez universal, de lo atávico.

Sentir las ganas desbordarse de identidad, de pura identidad exultante.

No soy aficionada al fútbol pero qué falso encuentro el razonamiento: “si te gusta el fútbol, entonces eres un idiota, un zombi manipulado por el sistema y no harás nada por tu país”.

No es cierto, ¿qué tiene que ver una cosa con la otra?, ¿y desde cuándo la lógica proposicional se conforma de dos prejuicios que embonan perfectamente?

La impunidad en un país se alimenta de la indiferencia colectiva y esa la hemos mostrado siempre, con o sin Mundial; es terrible pero es cierto.

Y no lo digo con cinismo pero es mejor llamar a las cosas por su nombre que alimentar discusiones perversas, panfletarias y estériles.

Es sabido por todos que el escritor Jorge Luis Borges odiaba el fútbol, alguna vez dijo algo así como que el fútbol era tan universal como la estupidez. Pero también sabemos de muchos escritores futboleros como Vladimir Nabokov, Albert Camus, Eduardo Galeano, Javier Marías, Rafael Alberti, Alessandro Baricco y más, la lista es larguísima.

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Dicen que Camus jugaba de portero cuando era niño porque la pobreza era tal que le tenían prohibido desgastar la suela de los zapatos; que alguna vez declaró que si pudiera volver a nacer y elegir entre ser futbolista o escritor elegiría lo primero. Vaya pasión, me sorprendo pero creo que alcanzo a comprenderlo.

Que Vladimir Nabokov era portero y amaba serlo.

Y no, no nos tiene que gustar el fútbol porque le gustaba a los escritores que cito; lo que digo es que éste, como cualquier fenómeno humano es mucho más complejo que la premisa aquélla de la que hablé antes: si  futbolero, entonces intelectualmente inferior. Es que estamos comparando peras con manzanas, o prejuicios con culpas, o clichés con resentimientos personales. A saber.

Camus y Nabokov, autores de El extranjero y Lolita respectivamente; crearon dos de las novelas más hermosas y magistralmente escritas, difícilmente podríamos decir de ellos que eran intelectualmente inferiores. Eso como botón de muestra.

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Pero dejando a los escritores en paz, estoy segura de que ustedes y yo conocemos gente que ama el fútbol y que también es de una inteligencia admirable, que no permanece indiferente ante los sucesos de este caótico país.

Antes de seguir quiero aclarar algo: hablo del fútbol en su dimensión esencial, de ese espectáculo de cuerpos vivos, ágiles, inteligentes, algunos cercanos a lo artístico.

No hablo del obsceno negocio detrás del fútbol.

No hablo de la política manipuladora detrás del fútbol.

Es más, no hablo siquiera de la selección mexicana y su histórico desempeño mediocre y a la que me parece que “el piojo” le viene pintado no sólo al entrenador sino al síndrome de pequeñez que nomás no logra superar el miedo patológico a ganar y que la ha caracterizado durante todos estos años.

Hablo de la fiesta donde se hace presente tanto lo real como lo simbólico. Del ritual, de la experiencia, de lo que se siente durante un partido. Y lo que se siente es que todos están sobre expuestos, vivos.

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Que la Reforma Energética será el castigo por distraernos con el Mundial; cómo nos gustan las conclusiones fáciles, caray.

Lo que nunca debimos permitir fue que regresara el PRI y no había Mundial en ese momento. Realmente podíamos impedirlo con el voto pero somos México que es la suma de muchos Méxicos que no hallan por dónde alinearse, nunca mejor dicho.

Encuentro yermas las discusiones y regaños de ese grupo de ciudadanos que salvarán al país mientras todos los demás se entregan al espectáculo. No habrá prosperidad de su discurso con ese punto de partida.

El país es el que es y necesita lo que necesita con y sin fútbol, los mexicanos somos lo que somos con y sin fútbol.

La identidad de este pueblo es y seguirá siendo un misterio, un animal mitológico, un ser complejo, un reflejo prismático.

Y reitero, no soy aficionada pero sí tengo olfato para detectar neurosis intelectualoides porque yo misma soy una neurótica de cepa.

Esos que abominan del deporte  al que llaman opio del pueblo suelen ser los mismos que en una fiesta desprecian a los que bailan salsa o cumbia porque les parece demasiado vulgar, demasiado ordinario.

Bailar es una expresión de libertad y lo que hacen los jugadores en la cancha se parece mucho a eso, es una danza frenética que por momentos se transforma en un baile sutil.

Así que si a usted le emociona el Mundial y le gusta seguirlo, no deje que ningún salvapatrias venga con su Biblia bajo el brazo a decirle que por su culpa el país está como está. La cosa no va por ahí. Claro que se puede ser un pensante ciudadano comprometido y disfrutar los partidos, hasta me siento más tonta de lo que soy diciendo semejante obviedad pero por alguna razón hace falta repetirlo.

No sé de fútbol pero sí puedo decir que delante de esa cosa, dejando los prejuicios academicistas, no queda más que sentirse vivo ¿y quién carajos no querría contagiarse de ello?

@AlmaDeliaMC

Fuente: Sin Embargo

 

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