Por John M. Ackerman
El segundo año del sexenio de Enrique Peña Nieto será recordado como un periodo de colapso político histórico equivalente en profundidad al derrumbe económico que tuvo lugar durante el primer año del sexenio de Ernesto Zedillo. Así como los acontecimientos de 1994 develaron la gran mentira de la supuesta llegada de la modernidad económica propagada por Carlos Salinas de Gortari, las contrarreformas y la represión de 2014 hoy ratifican el carácter fantasioso de la supuesta transición democrática proclamada por Vicente Fox Quesada.
México se encuentra frente a un doble fracaso histórico. La liberalización económica ha fortalecido las cadenas de la desigualidad, la impunidad y la pérdida de soberanía. Y la democratización ha centralizado el poder en las manos de un círculo cada vez más reducido de los políticos corruptos de siempre. Estas dos fallidas transiciones mexicanas evidencian frente al mundo entero la hipocresía tanto del liberalismo político como del (neo)liberalismo económico como recetas ideológicas para lograr el desarrollo nacional.
Los priístas hoy celebran la superación de 20 años de supuesto estancamiento político. Miguel Ángel Osorio Chong ha señalado que se quedaron atrás dos décadas en que no pudieron salir estas reformas, y quedarán ahí, en la historia. Y de acuerdo con el secretario de Gobernación, la indicación más clara de que el país ahora sí avanza es que la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Christine Lagarde, hoy aplaude las contrarreformas de Peña Nieto como una inspiración para el mundo entero.
Sin embargo, lo más probable es que la respuesta económica a la crisis política de 2014 sea igual de infructuosa que la respuesta política a la crisis económica de 1994. Así como el Instituto Federal Electoral y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) hoy son apenas sombras de lo que eran hace 20 años, en dos décadas más el PRI, Pemex y la CFE igualmente serán devorados por los enormes intereses activados para sacar ganancias de las reformas estructurales correspondientes. Los traidores no podrán controlar al Frankenstein que acaban de fabricar y, tarde o temprano, serán destruidos por su propia creación.
Desde ahora habría que preparar el camino para el relevo generacional que tendrá la tarea histórica de renovar la nación frente al fracaso tanto de la derecha para modernizar a la economía como de la izquierda para democratizar al país. No podemos repetir los fracasos del PRI, el PAN y el PRD.
En 2034, los millones de jóvenes universitarios y trabajadores que hoy tienen entre 18 y 25 años serán los responsables de conducir al país. Hoy son hijos de la ignominia y la crisis. Para ellos es natural que la economía no crezca y que los políticos roben a manos llenas. No conocen otra realidad.
Pero contra viento y marea, y en claro contraste con la tristeza y el pesimismo que promueven los medios de comunicación, los y las jóvenes de hoy mantienen una clara brújula ética que todos los días les dice que México merece más y mejor. Conocen su historia y están conscientes de las grandes fortalezas económicas, sociales, culturales y políticas de su patria.
La nueva generación se niega a creer en las mentiras de Televisa, en las hipocresías de los políticos o en las lecciones de obediencia impartidas por sus maestros más conservadores. Nuestros jóvenes incuban todos los días una fértil visión de un México nuevo, más rebelde, más justo y más independiente. Es responsabilidad de la sociedad entera no solamente evitar que esta fuerte luz de esperanza no se apague, sino que se expande y contamine a cada vez más jóvenes dign@s y valientes a lo largo y ancho del país.
Twitter: @JohnMAckerman