PorFareed Zakaria
Una causa principal por la cual hubo un aumento del extremismo en el mundo del islam ha sido la cobardía de los musulmanes moderados, quienes durante décadas optaron por no condenar las malas ideas y la retórica espantosa. Por temor a ser vistos simplemente como personas con una ideología débil, evitaron confrontar con el cáncer a plena vista. Ahora resulta claro que una dinámica similar ha estado en juego en el mundo del conservadurismo.
Se debería felicitar a Mitt Romney por realizar un discurso en el cual llamó a Donald Trump un farsante y un fraude. Pero ¿dónde se encontraba en el año 2012 cuando Trump estaba emprendiendo su campaña desagradable y totalmente falsa en la cual ponía en duda la ciudadanía estadounidense de Obama?
Al lado de Trump en Las Vegas, como E.J. Dionne Jr. nos recuerda en su libro Why the Right Went Wrong (Por qué la derecha salió mal). “Hay algunas cosas que uno simplemente no puede imaginar que sucederán en su vida”, dijo Romney con entusiasmo. “Contar con su aprobación es un encanto. Estoy tan honrado y complacido.” Y mientras generalmente huyó del “birtherism” (algo así como nacimentismo), Romney avivó el fuego más tarde ese año al bromear que “nunca nadie me pidió ver mi certificado de nacimiento”.
Siempre existieron los radicales en ambos lados del espectro político. Sin embargo, lo que resulta diferente en el movimiento conservador es que, desde 1990, algunos de sus miembros más distinguidos de su corriente han aceptado la retórica y las tácticas de los extremos. Un memorándum publicado esa década por el comité de apoyo político de Newt Gingrich, alentaba a los candidatos republicanos a utilizar una retórica salvaje contra sus opositores democráticos. Algunas de las palabras recomendadas fueron: “fracaso”, “patético”, “deshonra” e “incompetente”. En el último mes, Trump catalogó a Mitt Romney como un “candidato fallido”, a Jeb Bush como “patético”, al senador Lindsey Graham como “una deshonra” y al presidente Obama como “totalmente incompetente”. Tal vez leyó el memorándum.
Es grato observar cómo la revista política National Review se moviliza contra Trump y critica su “populismo de flotación libre” así como su desprecio por los detalles de su política pública. No obstante ¿dónde se encontraban los editores de la revista cuando Sarah Palin expuso totalmente estas mismas fuerzas hace ocho años? Animándola fuertemente. El editor de National Review la elogió por su “manera franca y combativa al hablar”. Y él estaba más cohibido que el editor de la revista The Weekly Standard, William Kristol, quien llamó a Palin su “ídola”.
Palin no sabía casi nada acerca de la política nacional e internacional pública pero ella casi celebraba esa ignorancia jugando con el anti-intelectualismo y anti-elitismo de las partes de la base conservadora. En vez de señalar que el conocimiento y la experiencia en realidad son cosas para admirar y adquirir, y no burlarse, los intelectuales conservadores rebosaban con admiración.
Robert Kagan, un escritor distinguido y columnista contribuidor en The Washington Post, declaró: “No tomo en cuenta esta visión de la élite de la política exterior de que solamente esta clase nombrada sepa todo acerca del mundo. No pienso generalmente que sean mejores jueces de la experiencia de la política exterior estadounidense que aquellos que tienen la experiencia de Palin”.
Las docenas de líderes de política exterior republicanos son muy valientes al firmar una carta abierta en la cual condenan a Trump públicamente y se rehúsan a apoyar su candidatura. Sin embargo, en la última década, recuerdo alguna de las conversaciones con algunos de estos individuos en la cual se negaban a aceptar que había algún problema dentro del Partido Republicano, y atribuían dicha crítica a los prejuicios mediáticos.
Todavía vemos esta negación, con la reclamación verdaderamente rara realizada por algunos en los medios de comunicación de que el ascenso de Trump en realidad es la culpa total de … Obama. La lógica es variada. Para algunos, se debe a que ha sido tan débil, la página editorial del Wall Street Journal opina: “La perogrullada más antigua en la política es que los demagogos prosperan en la ausencia de liderazgo”. (Confieso que nunca escuché acerca de esa “perogrullada” y me pregunté cómo eso explicaría el ascenso del padre Coughlin y de Huey Long durante el reino de Franklin Roosvelt, o de Joseph McCarthy bajo Dwight Eisenhower). Para otros, sin embargo, se debe a que Obama ha sido demasiado fuerte, al abusar al poder ejecutivo y elevarse a sí mismo al centro de la escena. Aparentemente, el tener a Oprah como compañera de escenario, conlleva a un populismo autoritario.
Aquí hay una explicación mucho más simple para Donald Trump. Los republicanos han alimentado al país con ideas acerca de la decadencia y traición. Han alentado a las fuerzas del anti intelectualismo, obstruccionismo y populismo. Han coqueteado con la intolerancia y el racismo. Trump meramente optó por aceptar todo desvergonzadamente, diciendo claramente qué estaban insinuando durante años. Al hacerlo, sacó la lotería.
El problema no es que los líderes republicanos deberían haber comenzado a condenar a Trump el año pasado sino que ellos deberían haber condenado las ideas y tácticas que conllevaron a su ascenso cuando ellas comenzaron a florecer en el último siglo.
Fuente: The Washington Post vía El Diario