Por Arnaldo Córdova
Cuando ahora los priístas quieren negar su propia historia, su propio pasado, siempre recurren a las más desvergonzadas descalificaciones. Cuando empezaron a dudar de los principios y de la herencia ideológica y política de la Revolución Mexicana, allá por los últimos años 70 y 80, comenzaron a hablar de un agotamiento del sistema, pero nunca llegaron a embestir de frente contra esa herencia, negándola y repudiándola. Su desencanto con aquellos principios históricos era evidente, pero le mostraban respeto.
Aquella era una época en la que todavía tenía vigencia cierto orgullo de sus propias instituciones. Todo eso se acabó cuando Miguel de la Madrid llegó al poder, en medio de una crisis. Entonces los priístas se afanaron por desacreditar la economía mixta, el nacionalismo revolucionario y las políticas populares que habían signado todo el siglo XX mexicano. No hallaban cómo negarlos y se atrevían muy poco a hablar en contra de ellos. Pero sentían que esos principios ya no eran los suyos y que, más bien, les eran extraños.
La suya era una posición vergonzante: no negaban abiertamente sus orígenes revolucionarios, pero ya no los podían aceptar como propios. La veneración por la Constitución revolucionaria, de la que antes hacían gala, incluso tratándose de los políticos más pragmáticos y logreros, se les apagó de pronto y comenzaron a ver en ella una carta obsoleta, irreal y pasada de moda, exactamente como los porfiristas de los años 90 del siglo XIX veían la Constitución liberal de 1857.
Lo que ahora se les atraganta, en particular, es el contenido del artículo 27 constitucional que hace de la nación mexicana la propietaria original y originaria de su territorio y sus recursos. Desde hace mucho que desean modificarlo o, incluso, abrogarlo (desaparecerlo por completo) y en su contenido no ven más que eso: dogmas y falsos nacionalismos. Uno se pregunta por qué no lo han hecho, cambiar ese artículo, si ganas no les han faltado. Y la razón es obvia: porque tienen miedo de echarse en contra una opinión pública que, a pesar de todos los pesares, sigue creyendo en el viejo nacionalismo.
Desde De la Madrid y Salinas de Gortari la divisa ha sido privatizar los recursos naturales propiedad de la nación. A eso se tiene el cinismo de llamarle modernización. Manlio Fabio Beltrones afirma que se debe terminar con el falso debate de que se quiere entregar el petróleo a inversionistas particulares. Ni él ni sus mandantes han aclarado nunca qué entienden por asociar a los privados en la explotación petrolera.
Si van a seguir haciendo lo que hasta ahora, vale decir, mediante contratos múltiples, permitir esa explotación a los privados, entonces se trata de privatizar y no se puede negar. Ya los privados producen más de 40 por ciento de la energía eléctrica del país, cuando la Constitución no sólo no lo permite, sino que lo prohíbe terminantemente. ¿Qué extensión de las zonas petroleras terrestres y marítimas está ya en manos de particulares (todos ellos extranjeros)? Se están privatizando nuestros recursos y todavía se habla de asociar de nueva cuenta a los privados en la producción de hidrocarburos.
Si eso ya se está haciendo abiertamente, la cuestión es, entonces, ¿qué más es lo que se propone y mediante qué mecanismos? ¿Para qué una reforma energética, si los fines que persigue son los mismos que ya se están llevando a cabo? ¿Qué más quieren? Beltrones dice que no se trata de compartir la renta petrolera con empresas trasnacionales, sino deasociaciones de Pemex con empresas, donde se comparten utilidades, después de impuestos y derechos que se pagan como sucede en cualquier parte del mundo (La Jornada, 27/6/13).
Desde el punto de vista que se le quiera ver y bajo cualesquiera consideraciones que se quieran hacer, lo que estamos viendo ya es una paulatina privatización de los energéticos. Es exactamente lo que el líder priísta dice que será el contenido de la reforma. Y si así están las cosas, lo que cabe esperar de ella no es más que la legalización de una situación de facto que es, ya de por sí, privatizadora. Ni siquiera tendrían por qué ocuparse de un eventual cambio de la Constitución si, a pesar de ella, las cosas se están haciendo de esa manera.
Los priístas, empero, han encontrado en el presidente de su partido, César Camacho Quiroz, un gallito de pelea que carece de vergüenzas o respetos históricos (por mera ignorancia, no porque tenga alguna idea al respecto) y que piensa, decididamente, que no hay por qué tener miramientos con los dogmas y falsos nacionalismos. Para él: “… si hoy resulta que el artículo 27 constitucional se constituye [sic]en una camisa de fuerza, no seremos las personas quienes le rinden culto a la ley, culto a la norma [sic], sino la norma es la que tiene que ser eficaz [sic]para cumplirle a las personas”.
Sobre la tan cacareadamodernización, los priístas andan tan ayunos de ideas claras como en lo que se refiere a la privatización en curso. Recuerdo que en alguna ocasión se discutió el punto y muchos estuvieron de acuerdo en que los procesos privatizadores estaban llevando a una única perspectiva: convertir a Pemex, empresa nacional, en una no empresa o, más bien, en una administradora de contratos (la expresión es de Gershenson) con empresarios privados a los que se entregarían todos los procesos de explotación y aprovechamiento de nuestro petróleo. Pemex dejaría de estar encargado de la producción e inclusive de la comercialización de la misma.
El dinero de Pemex, mediante el presupuesto, se emplearía para pagar o financiar a los privados sus servicios. Eso sería una privatización en pleno. Aun si se supone que el petróleo se entregara a la empresa nacional, luego vendría su aprovechamiento manufacturero e industrial, que también harían los privados por cuenta de Pemex. Todo ello, mientras se mantiene el régimen fiscal de la empresa que es confiscatorio de sus recursos financieros. ¿Para qué invertir más por parte del Estado, si el dinero ahora lo pondrán los privados? En una situación así ni siquiera tendría Pemex necesidad de trabajadores para los procesos productivos, pues esos los pondrían los privados. ¿Y el sindicato y Romero Deschamps?
¡Ah!, pero no estaríamos privatizando, sino sólo haciendo participar a los privados en un proceso productivo para cuyo gasto el Estado no tiene recursos. Ya hasta los empresarios se declaran en contra de la privatización del petróleo y por el mantenimiento de la propiedad nacional del mismo. Eso sí, llaman a superar el mito de un nacionalismo ligado a un monopolio petrolero estancado por restricciones que lo asfixian. Hasta auguran que la reforma energética detonará inversiones por 300 mil millones de dólares en este sexenio(La Jornada, 26/6/13).
La pregunta quedará siempre en el aire: si las cosas están así y es lo que se quiere, ¿por qué no lo declaran abiertamente, de manera que todos podamos saber de qué se trata en verdad?
Fuente: La Jornada