A Esperanza Aguirre nunca le han gustado las medias tintas y ella llevaba un tiempo a medio gas. «En mi gobierno no existe la palabra intentar. Las cosas se hacen o no se hacen», suele decir a sus colaboradores. Ahora se ha aplicado su propia medicina. Ayer anunció que se va de la primera fila. Osea, que se va. Porque ella nunca ha sido de otra fila que no sea la primera.
Dio motivos. Muchos. Sin embargo ayer todo el mundo buscaba algo más. Porque se trata de Aguirre, la superviviente del accidente de helicóptero, de la oleada más terrible de atentados que ha sufrido Bombay y de un cáncer de mama. La gran especulación. Según explicó ayer, está «presuntamente curada» del tumor que le fue extirpado en febrero de 2011 y a la espera de una revisión el 25 de septiembre.
El cáncer no es en sí la razón de su salida, pero sí ha influido. Aguirre siguió siendo presidenta de la Comunidad desde el Gregorio Marañón, donde fue operada, y en su convalencencia. Fue al salir cuando dejó de ser la misma. Bajó el ritmo y la intensidad. Empezó a sentir la necesidad de anteponer su vida familiar a la política. Una novedad. Sus tres nietos y su marido reclamaban más de ella; además, en este tiempo, ha visto cómo otros tumores han acabado con la vida de personas muy cercanas a ella. «Puedo decir que los acontecimientos personales de los últimos años de mi vida, uno de ellos esta enfermedad, han influido. Quiero vivir más cerca de los míos», fueron sus palabras.
Aseguró que nunca quiso ser una profesional de la política. No obstante, a nadie se le escapa que su retirada –después de 30 años– llega después el último tren que le quedaba para volver a la política nacional. Durante los ocho años de socialismo en La Moncloa, se convirtió, con una próspera Comunidad de Madrid como estandarte, en la verdera oposición a Zapatero. Un papel que terminó el pasado 20 de noviembre, con el triunfo del PP de Mariano Rajoy. Su techo político.
Asumida y digerida su única derrota política, Aguirre ha aguantado hasta «consolidar» el proyecto que le encomendó en mayo de 2003 José María Aznar, su mentor. «Soy una persona que en un momento dado pensó que podía dar una visión y formas liberales de la política». Pero ahora, explicó, «he llegado a la conclusión de que es el momento adecuado para dejarlo». Y al estilo Aguirre, sin términos medios, anunció que deja su escaño en la Asamblea, su cargo de presidenta de la Comunidad Autónoma y, próximamente, la presidencia del PP de Madrid, que ganó en 2004.
Se va dejando las cosas bien atadas, después de ganar sus terceras elecciones con una mayoría absoluta abrumadora y habiendo traído Eurovegas a Madrid. Y con un «único heredero». «No me gustan las bicefalias», dijo. Tanto en el Gobierno de la Comunidad de Madrid como en el PP, Ignacio González, ocupará su puesto. Con él forma un tándem perfecto desde que en 2004 le «fichara» siendo éste secretario de Estado de Extranjería e Inmigración. «Los madrileños no van a notar una gran diferencia, sino al revés», aseguró sobre el futuro. Del pasado apenas quiso hablar. Las lágrimas le impidieron pensar siquiera en lo que deja atrás. Sí acertó a asegurar que echará de menos las preguntas «más incisivas» de los periodistas o levantarse a las 6:30 de la mañana con tres emisoras a la vez. Se va –dice – con el orgullo de haber implantado el bilingüismo y con varias «meteduras de pata» como peor recuerdo. Aunque se despidió asegurando que seguirá a disposición del partido también sentenció: «No hay vuelta atrás».
Fuente: LaRazón.es