Por José Cueli
Cada encuentro es rencuentro con mi Dulcinea irremediablemente perdida. Cada encuentro es como los vientos de febrero, llegan, acarician, pasan… Palpo, pálpito y tacto en las sombras. Viento en el viento. Llama en el fuego, y temblando en el aire un sonido alto. Sensible, como si la nota tomara forma de ternura y lejos cantara la vibra, noche que quería irse y el ritmo que no llegaba.
Mujer, misteriosa, laberíntica que busca la reapropiación siempre fugaz. Geometría que reúne la divinidad subterránea, el insecto acariciador de mucosas y la matriz que forma la vida en el marco de un aire vibrador y fuego encantador en oscuras humedades: lo secreto del ser. Cavidad completamente desnuda del espacio imaginario. Adivinanza de ternura inasible, inefable, imposible, ilocalizable de encanto indefinido y variable que se propaga en olas horizontales y sube desde los márgenes a la caricia visitadora.
Laberinto amoroso ligado a la palabra nunca quieta, cosquilleante cual navaja de peluquero en la nuca. Escalones que desde el piso descienden paso a paso cierto número de centímetros bajo el mar y abren camino acariciando el angosto canal, visitan los recovecos más oscuros y poco transitados, recordando a Dulcinea.
Misterio de difícil conceptualización, representado como margen, franja curva que rodea su cuerpo femenino, revoltura de hechos sin ligadura ni causa reconocible. Trazo tejido de seda, unidad que vigila márgenes en espacios preparados a recibir y repercutir en fina capa de mica El Block Maravilloso que deja huella morena, diferente, destinada a transmitir palabra, sensible vibración inscrita en ondas hormonales.
Mujer que te elevabas al sol y tienes formas que adquiere la luna de febrero. Mi piel baila una taquicardia a galope lento. Arritmia inserta en diálogo vivo interrumpible. Carnalidad íntima de secreto afín, respaldada por la tradición, tan venerable como oculta, que revuelve el inconsciente. Bulto mental que contiene el duende del cuerpo al soplo del aire. Ternura, inatrapable e inentendible, inconsciente, misteriosa y oscura, parcialmente alumbrada por la palabra y el asombro, al descubrir el espejo, que acaricia la piel sedosa, araña infinita.
Mi Dulcinea es huella de presencia imposible, equívoco y desesperación del amor, escritura deleznable, diosa antigua, virgen pagana, plegaria y encantamiento…, y por ello dice El Quijote a Sancho: “píntola en la imaginación como la deseo… y diga cada uno lo que quisiere”.
Quizá la amante no acuda nunca a la cita mas todo amor la recrea, la eleva, tras ese acto de fe en ella. Visión de la imposible presencia de la ausente. Tal es el amor de don Quijote por Dulcinea. Este acto de fe que crea y recrea al ser en su ausencia (Fort-Da Freudiano).
Fuente: La Jornada