Por Víctor M. Quintana S.*
Si el desborde de los ríos y los arroyos tiene al país en vilo, así de preocupante como él debe ser para los diversos gobiernos el desborde de la inconformidad popular. Si se hace necesario acudir a todas las medidas de protección civil, varios gobernantes deben pensar en diseñar mecanismos efectivos de protección política.
A la inconformidad del magisterio con las reformas a la administración de la educación se vino a sumar la inconformidad de amplios sectores de las capas medias y empresariales con el aumento de impuestos disfrazado de reforma hacendaria. A la manifestación en los espacios callejeros ha venido a sumarse la expresión de rechazo a las propuestas oficiales en los medios dominantes de comunicación.
Pero lo más fuerte sobrevino con las tragedias provocadas por las aguas, sobre todo en el estado de Guerrero. Dice la Escritura que Dios hace llover sobre buenos y malos, pero cuando la lluvia es mucha, los ricos y los corruptos no se afectan tanto y sacan provecho de ella, y los pobres se tornan más vulnerables y se vuelven más pobres. La verdad bíblica completada con la observación sociológica. En México, los desastres naturales, lo primero que sacan a flote no es la improvisación de la que continuamente nos autoflagelamos, sino la corrupción. La corrupción de las autoridades porque construyen o dan licencia para construir en zonas de riesgo y la corrupción de los constructores que edifican ahí o realizan obras de ingeniería y viviendas mal hechas, que se desbaratan a la primera tormenta.
Por eso la indignación, no sólo en Acapulco, sino en todo Guerrero y en las diversas partes del país por donde pasen tormentas develando los tsunamis de corrupción que las precedieron. El saqueo de tiendas y establecimientos comerciales no es “rapiña” como pretenden presentarlo los medios, es manifestación plebeya, espontánea, de la indignación, contra la rapiña, esa sí, sin comillas, de las autoridades sin escrúpulos y sus constructoras cómplices. Lo que se está viendo en las redes sociales, en los medios no encadenados, es la justa rabia que se está extendiendo por todos los rincones de la patria.
No sólo en la emergencia emerge, valga la redundancia, el hartazgo de la gente. También en las fiestas: en el abucheo y el desaire al Grito de Peña Nieto en el Zócalo, o al de César Duarte en el megabalcón del Palacio de Gobierno, o en el estadio de Parral, a pesar de que los mineros tienen toda la gestión de su paisano siendo campeones estatales. . Ni Juan Gabriel en México ni Julión Álvarez acá pudieron contener el fastidio ciudadano con la arrogancia e insensibilidad de los diferentes gobiernos.
En la agonía de su sexenio, al inaugurar el Campeonato Mundial de Futbol de 1970, Gustavo Díaz Ordaz, se llevó un fuerte abucheo en el Estadio Azteca. En el mismo lugar, 16 años después, también al inaugurar otro Mundial de Futbol, Miguel de la Madrid recibió el mismo tratamiento del respetable, luego de su pésima actuación en el amanecer del sismo del 19 de septiembre de 1985.
A Díaz Ordaz le importó poco el rechazo, pues ya iba de salida. Para De la Madrid fue un signo claro del estado de ánimo de la ciudadanía que se reflejó en las urnas en el verano de ese mismo año, con la insurgencia electoral en Chihuahua y en Durango, y dos años después, con la derrota, nunca reconocida de su candidato, Carlos Salinas de Gortari ante Cuauhtémoc Cárdenas.
Los gobernantes están siendo desbordados por los problemas que les quedan grandes, muy grandes; por la ira ciudadana que lo mismo se expresa en Metlatónoc, el municipio más pobre de la nación en la montaña de Guerrero, que en los clubes de empresarios. El dique del Pacto no ha aguantado ni siquiera la primera avenida de crítica y de inconformidad.
Parece que los gobernantes no saben escuchar las advertencias de la ira ciudadana; que no aprenden de la pedagogía de los abucheos. Hoy su arrogancia y su incompetencia los desbordan, mañana temprano será el repudio masivo de la ciudadanía.
* Víctor M. Quintana S. Doctor en ciencias políticas y dirigente