Desangelamiento

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Por Luis Javier Valero Flores

Probablemente los candidatos del proceso electoral, que hoy culmina en su fase electiva, no son responsables del total de los factores que podrían llevar a la mayor parte de los electores chihuahuenses a no acudir a las urnas; sólo son corresponsables del desgaste sufrido por el sistema de partidos políticos que poseemos, sumido en una grave crisis. Las elecciones de mitad de sexenio la evidencia aún más pues el interés público disminuye ostensiblemente en ellas.

Aunado a lo anterior, quizá como en muy pocas ocasiones, lo ocurrido en los 35 días de la campaña electoral mostró las deficiencias del modelo electoral vigente, obsoleto a la luz de las necesidades de una sociedad que accedió a novísimas formas de comunicación, que no necesariamente implican una mayor calidad en la información.

Nada justificará que los ciudadanos no acudan a votar; es, para algunos, prueba de la profundidad del atraso político en que nos encontramos pues no se puede partir de la idea de que los partidos son malos, todos, y, por tanto, alejarse de los procesos electorales; aspecto importante, pero al fin y al cabo sólo una parte de la vida política a la que tanto, tantos, repudian, sin caer en la cuenta que esa debería ser la actividad principal de todos los ciudadanos pues se trata de la administración de la casa común . Nadie se debería desentender de tales asuntos pues es lo que les da la categoría de ciudadano, algo por lo que soñaron decenas y decenas de generaciones, en todos los rincones del planeta; algo a lo que hoy aspiran, por ejemplo, las masas populares movilizadas en Egipto y en todo el mundo árabe, en lucha -quizá sin saberlo- por convertir sus sociedades feudales, dirigidas por Estados religiosos, en modernas sociedades democráticas, en las que el protagonista sea el ciudadano.

Pero cuesta trabajo, para la mayoría de los ciudadanos, entender por qué no se refleja en el mejoramiento de sus estándares de vida la llegada de la plena competencia electoral, de los procesos electorales infinitamente mejores a los de dos décadas atrás, de la democracia electoral, como argumentan los políticos ¿Por qué, si ahora se respeta el voto y hay más partidos políticos, por qué las cosas no mejoran en la proporción que prometen?

Si hubiera que buscar un factor central para explicar el alejamiento creciente de los ciudadanos de los procesos electorales, ese sería la falta de congruencia de la clase política; sus promesas de campaña difieren, mucho, de sus actos de gobernantes.

Ahí es en donde tendrían que trabajar, si de veras quisieran recuperar la credibilidad perdida. Por eso las campañas, y sus principales actos, sólo atraen a los participantes, a los beneficiarios directos e indirectos, a los que se creen beneficiados de la obra de gobierno de algún partido, y masivamente a los aficionados a alguno de  los artistas presentados en los “actos políticos”, con lo que los partidos conceden la razón al viejo apotegma de “al pueblo, pan y circo”.

Deficiencia central de los procesos electorales es el modelo de comunicación social empleado. Si ya en la elección presidencial del 2006 se advirtió el hartazgo de una parte de la sociedad hacia la spotización de las campañas electorales, pues trataron al mensaje político como si se tratara de otra mercancía cualquiera, incluso el lenguaje usado por los candidatos hablaba de las propuestas “ofertadas”, en el de este año llegó al máximo, se repudian hasta los spots del IFE.

La reforma del 2008 prohibió la contratación de publicidad política en radio y televisión, pero dejó vivo el modelo, a través del tiempo del Estado, conducido por el IFE. Y este organismo es el súmmum de la incapacidad en materia de comunicación, o es el vivo reflejo de la sumisión de los órganos electorales a los poderes fácticos, que controlan la abrumadora mayoría de los medios de comunicación electrónicos.

En lugar de acudir a otras formas de comunicación, simplemente sustituyó los mensajes comerciales por los suyos, igualmente en spots. Tal modelo es el vigente en todo el país, en lugar de sustituirlo por el otorgamiento de tiempos a partidos y candidatos, para la presentación de sus propuestas, para la celebración de paneles de candidatos y dirigentes, de la realización de debates, etc. de tal modo que la ciudadanía pudiera acceder al mayor conocimiento de los programas partidarios y candidatos propuestos.

Dos de los debates realizados en la campaña se convirtieron en emblemáticos; uno, por la evidencia de todo lo malo de nuestro modelo electoral y el otro porque nos permitió atisbar a las ventajas de la urgente modernización de los procesos electorales.

En primer lugar, el debate de los candidatos a la alcaldía de Juárez fue el compendio de todo lo malo; mostró la subordinación de los órganos electorales -y por extensión del Estado mexicano- a los intereses de los concesionarios de radio y televisión.

La legislación deja al arbitrio de estos empresarios la posibilidad de que transmitan, o no, los debates organizados por los órganos electorales. En ese debate se llegó al inaudito extremo que ¡¡Había cortes comerciales!! ¡¡Peores que los del canal de las estrellas, pues su duración no fue menor a los 4 minutos cada uno!!

Lo anterior, sin tomar en cuenta el formato en el cual a uno le preguntaban una cosa, al otro, otra y así interminablemente, de ahí que el debate entre los candidatos a diputados, celebrado en Chihuahua capital, -el otro extremo emblemático- se convirtiera en una especie de bálsamo (para quienes tuvimos oportunidad de presenciarlo pues casi fue clandestino) ya que a todos los participantes les hicieron las mismas preguntas a lo largo de todo el debate, que por esa razón sí se convirtió en un verdadero debate.

Esa característica mostró a plenitud la carencia de recursos de la mayoría de los candidatos, no solo de este proceso electoral, y evidenció el atraso político de las estructuras partidarias que, por otro lado, mostraron su elevada dependencia de la estructura gubernamental y sus programas sociales, así como la alta permisividad para movilizar empleados y funcionarios en aras del cumplimiento de tareas político electorales.

De ahí que no se vaya a extrañar la caída del voto rural a favor del PAN y la consiguiente alza a favor del PRI.

Pero si hubiese una reforma electoral a realizar, esa es la referente al modo en que deben aparecer los logotipos de los partidos integrantes de una coalición. El ciudadano debe tener el derecho, no sólo a elegir al candidato de su preferencia, sino también al partido que pretende mantener vigente, porque, con su voto, de manera directa determina qué partidos deben recibir las prerrogativas señaladas por la legislación electoral.

Así, los ciudadanos no sólo eligen a los candidatos, también determinan el alcance de los recursos económicos que se les deben entregar a los partidos y, además, el número de diputados que deben alcanzar en el Congreso del Estado. Por ello, es impostergable cambiar la actual reforma que le deja a las cúpulas partidarias decidir de qué modo se reparten los votos y, por tanto, el número de diputados y monto de prerrogativas de cada partido coaligado, en lugar de que sean los ciudadanos, con sus votos, los que lo determinen.

Del mismo modo, en aras de modernizar el modelo electoral, deberá establecerse la obligatoriedad de celebrar por lo menos tres debates, radiodifundidos y televisados masivamente, con el formato de auténtico debate y no presentación de propuestas y otorgarle, de este modo, la máxima jerarquía que deberá poseer el órgano electoral en el control de los tiempos del Estado en los medios de comunicación.

¿A poco no sería mejor que, en lugar de escuchar y ver, cansinamente, decenas  o cientos de spots, éstos fueran sustituidos por un debate de candidatos, en un horario determinado?

¿Y establecer un mecanismo que audite las promesas de campaña y sancione el incumplimiento de ellas, en lugar de que, demagógicamente, los candidatos presenten sus propuestas ante notario público, sin que se derive, de este hecho, sanción alguna?

Reformas de este calibre son las que necesitamos para motivar la participación ciudadana, para no lamentarnos, al cierre del día, del elevado abstencionismo.

Las bendiciones de la UACH— Que alguien nos bendiga es una cosa que siempre deberá agradecerse, pero de ahí que la culminación de los noticieros en radio Uach se haga con un “Dios los bendiga” hay una gran distancia. No debe olvidarse, es una universidad pública, y como tal, están obligados a comportarse con pleno respeto a la laicidad vigente.

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