Porque estamos con los pobres contra la pobreza, la lucha contra el hambre y la injusticia es el mandato más urgente de la vida. Hay una forma de respuesta desde el voluntariado social al servicio de los más débiles y marginados.
Por José Carlos García Fajardo*
En 1985 la Asamblea de las Naciones Unidas designó el 5 de diciembre como un día internacional para celebrar el poder y el potencial de los voluntarios sociales. El voluntariado es una forma poderosa de involucrar a los ciudadanos para hacer frente a los desafíos en justicia, dignidad, educación, sanidad y respeto al medio ambiente. Cada uno puede aportar su tiempo, sus conocimientos y su experiencia mediante actividades voluntarias, y la combinación de todos los esfuerzos puede contribuir a lograr la paz y el desarrollo.
Los voluntarios sociales suponen un desafío, pero significa adquirir nuevas habilidades y realizar actividades gratificantes. Cada voluntario aporta sus conocimientos, a la vez que aprende a comprender mejor los problemas a los que se enfrentan los demás.
La pobreza es el mayor estigma de la humanidad. Y cuando casi nos habíamos acostumbrado, no sin dolor ni sin ira, a convivir con los pobres, surgió en las últimas décadas el concepto de los excluidos. Aquellos que no sabían que eran pobres, ni tan siquiera que eran seres humanos. En menos de una década ha surgido una nueva figura, la del perdedor radical.
El perdedor radical es un hombre al borde del precipicio, su vida no vale nada porque se siente desposeído de una pretendida superioridad ancestral cuya razón no comprende. Es una bomba humana que puede estallar en un acceso de locura destructiva como el amok malayo. De repente, leemos en los periódicos que un joven se lanza a matar con una escopeta a sus compañeros de colegio, o un padre de familia a su esposa e hijos y hasta a su propia madre anciana para finalmente darse muerte a sí mismo. Otras veces, toman como rehenes a seres inocentes sin pedir nada a cambio sino para inmolarse con ellos.
A diferencia del fracasado, al que sólo le queda resignarse y claudicar; o de la víctima que reclama satisfacción, el perdedor radical se aparta de los demás, se vuelve invisible, alimenta su quimera, concentra sus frágiles energías y aguarda su hora. Sufre, pierde el sentido de la realidad y se siente incomprendido y amenazado. Mientras está sólo es un durmiente.
No se trata de casos aislados, su número crece en la medida en que nuestra sociedad se ha hecho opulenta y excluyente. Derechos humanos para todos, bienestar, reivindicaciones, expectativas de igualdad, consumismo y la lucha despiadada por convertirse en ganadores, pues son los únicos que la sociedad respeta. Al mismo tiempo, los medios de comunicación han exhibido la tremenda desigualdad entre los habitantes del planeta. La decepción de muchos acompaña al progreso de los elegidos. Al no poder identificar a los responsables de su situación y de la de sus deudos, llega a fundir la destrucción con su autodestrucción matando.
Porque estamos con los pobres contra la pobreza, la lucha contra el hambre y la injusticia es el mandato más urgente de la vida. Hay una forma de respuesta desde el voluntariado social al servicio de los más débiles y marginados. Con palabras de Frei Betto, ser voluntario social es sumar esfuerzos, entrar por la puerta de la compasión y repartir lo que ningún mercado ofrece: cariño, apoyo, talento, complicidad, a fin de dar la vez a quien enmudeció la opresión y la voz a quien la injusticia marginó.
El voluntario social rescata mi propia autoestima, rediseña mi rostro humano, despliega las fibras anquilosadas de mi pereza, me inserta en la dinámica social, me hace cercano a las multitudes empobrecidas. Ser voluntario es saberse solidario, alzarse con pasión frente a la injusticia y aportar propuestas alternativas. La solidaridad es hacer propias las miserias ajenas. Saberse tú y actuar como nosotros. Alejo de mí el asistencialismo que crea dependencias.
“Voluntario, soy multitud. Solidario, soy trabajo compartido. Sumando con todos aquellos que tienen hambre y sed de justicia”. Me niego a acatar cualquier fractura que niegue a la familia humana el derecho a la fraternidad, para dar las manos a quienes asumen que la felicidad que brota de la justicia y de la solidaridad es el artículo único de la declaración de los Derechos Humanos.
* José Carlos García Fajardo. Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
fajardoccs@solidarios.org.es
Twitter: @CCS_Solidarios