Por Jorge Zepeda Patterson
Los ricos sacan su dinero del país, lo pobres su cuerpo si la migra gringa se los permite; y todos, prósperos o humildes, buscan los pliegues que ofrece el sistema para escapar de sus incongruencias.
Hace poco me comentó un extranjero que no entendía porque los mexicanos aceptaban sin rebelarse los abusos y la prepotencia de la autoridad, la desigualdad lacerante, la injusticia arbitraria. El europeo que me lo dijo interpretaba como sumisión resignada la ausencia de una explosión social o de una insubordinación generalizada.
Me costó explicarle que buena parte de los mexicanos no tiene necesidad de violentarse contra el sistema porque en buena medida viven fuera de él. En la práctica incurren en un desacato permanente ante el absurdo mundo institucional. ¿Cómo tomarse en serio el pago de impuestos cuando prácticamente todos los días de la semana hay un escándalo de corrupción? ¿o aceptar la exigencia de Hacienda de que sólo se pueden emitir facturas digitales cuando sabemos que sólo 40% de los mexicanos tienen acceso a internet? ¿cómo creer en la ley cuando todas las experiencias que hemos tenido frente al ministerio público han terminado en moralejas infernales?
En otras palabras, ¿cómo soportamos un sistema podrido?: Viviendo en lo posible por fuera de él. Los mexicanos le sacan el bulto a los monopolios comerciales comprando en el tianguis y recurriendo a la piratería en materia de aparatos, textiles, música o películas. Treinta millones de personas laboran en el sector informal, y según algunas estadísticas este sector sumergido ya es mayor que la economía formal, al menos en población ocupada. Las universidades patito compensan la imposibilidad de entrar en los cupos restringidos de la universidad pública o pagar las cuotas exorbitantes de las privadas. Y cuando ningún arreglo es posible para entenderse con la obstinada realidad, siempre queda el recurso de emigrar.
Durante décadas un promedio de 400 mil paisanos cruzaron anualmente la frontera norte, al grado de que un pedazo de la población mexicana ya no está con nosotros ni forma parte de la comunidad: la manera más radical de incurrir en el desacato (en los últimos años ha descendido y no por falta de ganas de los mexicanos sino por las deportaciones y el endurecimiento de la vigilancia en la frontera). Incluso la insurrección insurgente en situaciones límite es una expresión de pertenencia; se desea cambiar al sistema porque se quiere vivir en él. La emigración, por el contrario, y sobre todo cuando es definitiva como ha sido el caso de tantos millones, es una renuncia radical frente a un sistema que te excluye.
Y no sólo es un recurso de los pobres. Algunos ricos emigran a Miami, a San Antonio o a España frente a la imposibilidad de encontrar garantías a su fortuna o a sus personas. El grueso de ellos se queda en México, pero no así sus capitales. En lo que va del sexenio 30 mil millones de dólares han salido del país, hasta alcanzar un cantidad cercana a los 140 mil millones acumulados y eso sólo en depósitos bancarios y bursátiles (si se incluya acciones y activos físicos enviados al extranjero, la cifra dobla a las reservas internacionales que ascienden a 186 mil millones de dólares). Desde luego que los millonarios tienen mayor capacidad para oponerse a la arbitrariedad de los poderes: gracias a sus abogados caros son capaces de ampararse en contra de Hacienda o de hacerlos ganar disputas económicas frente actos arbitrarios de la autoridad. Sacar el dinero del país es el último de sus recursos y vaya que lo han utilizado.
Este martes leí que una fundación presidida por la esposa del coordinador del PAN en la Cámara de Diputados, Luis Alberto Villarreal, recibió siete millones de pesos del erario sin que haya comprobado obras ni actividades. Villarreal es el legislador acusado de exigir moches a condición de canalizar recursos del presupuesto a los ayuntamientos. Ni los moches, ni las “donaciones” a la esposa serán sancionados.
Se me dirá que la anterior es una infamia mayúscula, y que cualquier capricho de gobernador supera las veleidades de Villarreal. Lo cito simplemente porque es la inmundicia del día, en el marco de un rosario de corruptelas que no perdona fecha del calendario.
Los mexicanos vivimos en el desacato porque no hay forma de tomarse en serio un (des) orden institucional absurdo y arbitrario, y porque si lo hiciéramos tendríamos que tomar el fusil para modificarlo. Para bien o para mal, la economía informal, las fronteras de la ley, la emigración física o patrimonial, se han convertido en la otra forma de protesta social.
@jorgezepedap
Fuente: Sin Embargo