Del miedo a la rebeldía

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Por Pineda Jaimes

A la FIFA le preocupa que los jugadores, actores principales de eso que llamamos futbol, se dediquen sólo a eso: a jugar y ni por equivocación se les ocurra pensar en política.

Sus códigos son tan estrictos que incluso les tiene prohibido levantarse la camiseta, una costumbre que los futbolistas poco a poco popularizaron para enviar mensajes inocentes para felicitar a sus hijos, a su esposa a sus padres, hasta que de repente les dio por usar su pecho o cabeza  como cartel político. Lo cual la FIFA prohibió.

Pero, pese a los gruñidos de la FIFA, siempre ha existido alguien a quien el máximo organismo del futbol mundial no ha podido controlar.

Política y futbol, binomio indisoluble, en cuanto a que uno y otro se han usado aunque no necesariamente se necesiten. ¿Desde cuándo el futbol dejó de ser un deporte, para convertirse en el negocio que mueve miles de millones de dólares?, ¿tiene el futbol un compromiso social?

La política siempre se ha inmiscuido en el futbol. ¿Alguien podría decir lo contrario? En 1978 en Argentina, la entonces dictadura militar (1976-1983) usó el Mundial de Futbol para tratar de limpiar su cara y que el mundo pasara por alto las atrocidades de uno de los gobiernos más genocidas que se recuerde en la historia. La consigna era simple, que los gritos de gol del Monumental –el principal estadio del país sudamericano- ahogaran los gritos de dolor de los torturados en la Escuela de Mecánica de la Armada (la temible ESMA) donde hoy se sabe que el placer por la tortura, era parte de la vida cotidiana.

A tal grado se usó al futbol, que hoy sabemos de la “visita” que “amablemente” realizaran integrantes de la Junta Militar encabezados por el general Jorge Rafael Videla, comandante general del Ejército y sus compinches; el almirante Emilio Eduardo Massera, comandante general de la Armada; y el brigadier general Orlando Ramón Agosti, comandante general de la Fuerza Aérea. Desde luego que ninguno de ellos se asumía como golpista, ni mucho menos aceptaban ser una Junta Militar que encabezaba una dictadura. No, ellos se hacían llamar parte del pomposamente llamado Proceso de Reorganización Nacional, al que se le acusó y condenó por desaparecer a más de 30 mil argentinos.

Argentina necesitaba ganar al Perú por cuatro goles o más para pasar a la final, que luego sabríamos, sería contra Holanda. Lo que sucedió en el vestidor del estadio de Rosario ese 1976 todo mundo lo sabe. Al medio tiempo de ese partido, la Junta Militar encabezada por Videla, no dudó ni tantito en bajar al vestidor contrario y saludar de mano a todos y cada uno de los futbolistas peruanos. Sin más. No era necesario. Lo que siguió es historia. Argentina no sólo metió esos cuatro goles, sino terminó con seis en total a su favor.

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¿Qué sucedió en vestuario? Héctor Chumpitaz, aquel férreo defensor peruano lo cuenta:

“No nos presionó ni nos dijo nada fuera de la común… pero Videla tenía una forma extraña de mirar, muy penetrante, y te daba un apretón de manos que dolía. Entonces estaba en el aire todo el rumor (sic) de que desaparecía personas aventándolas de un avión al mar”, dijo Chumpitaz en una de las múltiples entrevistas que otorgó años más tarde, una de ellas reproducida por el periódico mexicano Excélsior el pasado 8 de abril.

Hoy sabemos que no eran rumores. Los testimonios y versiones que han ofrecido los sobrevivientes de la dictadura argentina dan cuenta de ello. De que se hacía eso y muchísimo más. Quien condensa muy bien ese momento y acierta en eso de fundir futbol y política, es el que fuera uno de los más finos mediocampistas que recuerde el futbol mundial, Osvaldo Ardiles, quien luego dirigiera en Inglaterra:

“Duele saber que fuimos un elemento de distracción. Mientras nosotros hacíamos y gritábamos los goles, afuera había torturados y desaparecidos”, afirmó Ardiles en la misma entrevista a Excélsior.

Y efectivamente, mientras en las canchas, Argentina avanzaba, en la ya mítica Plaza de Mayo, cientos, miles de madres, clamaban e imploraban por sus hijos o hijas desaparecidos. Contrario a lo que dispone la FIFA y en un alarde de dignidad que al paso de los años lo ha engrandecido, Jan Jongbloed el arquero de la selección holandesa, apoyó a estas madres que clamaban justicia, en uno de sus múltiples mítines.

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Pero lo que sin duda fue el símbolo del compromiso político, fue la decisión de Johan Cruyff, el motor de la mítica Naranja Mecánica que encantara al mundo en el Mundial de 1974 de la mano de Rinus Michels. Cruyff, pese a ser llamado a la gloria, a ser la figura de la Copa del Mundo de 1976, decidió no jugar ese mundial, en protesta por las atrocidades de la Junta Militar argentina. Algo intolerable para la FIFA, que disfrazó la decisión de Cruyff con una y mil justificaciones para quitarle presión a la evidente decisión política que había tomado el futbolista holandés. Al paso del tiempo, queda claro que de todas las selecciones participantes en ese Mundial, sin duda era la Naranja Mecánica la que más información tenía de la situación política que existía en Argentina. Por eso y como pudieron, se negaron a caer al encanto de los militares, pero no por ello dejaron de tener miedo, aunque no lo confiesen abiertamente. No obstante, lo que sucedió en ese mundial está claro, tal y como lo narró en su momento el brillante mediocampista Johan Neeskens:

“Nunca tuvimos miedo, pero eran muy tramposos. Había mucha presión. Veía tensa a la gente, tensa en las tribunas, más que emocionada. […] No nos importaba Videla. […] Perdimos un duro partido y queríamos regresar pronto a casa, no era un buen ambiente”, según narró también a Excélsior.

A lo que se refería Neeskens, era a la polémica que se desató con los argentinos, quienes no quería dejar jugar en la final a Van de Kerkhof con su brazo enyesado, pese a que en la primera fase había jugado así sin ningún problema. El cortejo a los holandeses -¿o amedrentamiento?-, llegó a tal extremo, que noches previas a la final, la Junta Militar les ofreció una cena de gala en Palacio Nacional, a la que “amablemente” declinaron los holandeses. Creo que el, “queríamos regresar pronto a casa” de Neeskens, lo dice todo.

Hoy, a 38 años de distancia, Argentina ha cerrado ese capítulo sangriento de su historia y ahora da un paso al frente rebelándose ante la FIFA. El pasado 7 de junio  en La Plata, Argentina jugó un partido amistoso de preparación contra Eslovenia, y ahí, antes de iniciar el partido, los seleccionados saltaron a la cancha con una manta que con mayúsculas decía: “LAS MALVINAS SON ARGENTINAS”, en alusión a la guerra que sostuvieron contra el Reino Unido en 1982 por la posesión de estas islas que reivindican como suyas, mientras que los ingleses proclaman lo mismo. Las islas están en posesión de los ingleses desde 1833. Argentina finalmente perdió esa guerra, no ha podido recuperar las islas y paradójicamente, esa derrota fue el principio del fin de la Junta Militar, que diera paso a la democracia de la mano de Raúl Alfonsín en 1983. Sobra decir que por su manta, Argentina es investigada y seguramente será sancionada por la FIFA.

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Esto de sacar mantas y carteles no es nuevo. Ya antes lo había hecho el mítico futbolista brasileño Sócrates, un fino mediocampista perteneciente a una de las generaciones más brillantes de futbolistas que tuvieron su zenit en el Mundial de España en 1982 al lado de Falcao, Cerezo, Leandro y el gran Zico, donde pese a todo su fulgor, no pudieron ser campeones, al caer contra Italia, quien a la postre fue la campeona de esa Copa del Mundo.

Sócrates sin duda ha sido uno de los futbolistas más comprometidos con la lucha política. Lejos, muy lejos de asumir esa postura de que el futbol sólo es deporte. Nos enseñó que el futbol también es política, y cuando se hace inteligentemente, es un vehículo perfecto para mostrar las atrocidades que algunos gobiernos cometen en el mundo. El valor, la conciencia y su compromiso político, llegó a tal grado que en plena dictadura brasileña celebraba sus goles con el puño derecho en alto, en señal de protesta y como un llamado de atención para denunciar las salvajadas de los militares que ostentaban el poder y exigir democracia en su país. No sólo eso, para soponcio de la FIFA se declaró admirador de Fidel Castro y del propio Ché Guevara y por supuesto de John Lennon, un férreo defensor de la paz. Uno de los hijos de Sócrates se llama Fidel, en honor al cubano.

Sin rubor participó en cuanta actividad política pudo, y era llamado porque sentía que como uno de los futbolistas más populares del país, “era una obligación hacerlo”. Tan consciente estaba de su papel que así lo expresó alguna vez en una entrevista con la BBC de Londres en julio de 2010:

“La gente me dio el poder como un futbolista popular. Si la gente no tiene el poder de decir las cosas, entonces yo las digo por ellos. Si yo estuviera del otro lado, no del lado de la gente, no habría nadie que escuchara mis opiniones”, decía.

Fue médico, -de ahí su apodo de doctor Sócrates–  y siempre estuvo del lado de los pobres. Aún se recuerdan sus participaciones en muchos mítines políticos.

No estuvo exento de polémicas, pues tras anunciar que no dejaría Brasil, finalmente en 1984 “fichó” por la Fiorentina italiana, lo que molestó a la gente. Aunque su paso por la península italiana fue fugaz, todavía se recuerda su llegada a Florencia cuando un periodista le preguntó cuál era su personaje italiano favorito. Sin dudarlo un instante contestó: “Antonio Gramsci”. Más tarde diría que había aceptado la oferta de la Fiorentina para poder leer en su idioma original a Gramsci y a Maquiavelo.

Intenso, Sócrates prefería más a los libros que entrenar, confiaba en su talento. Pocos, muy pocos futbolistas tenían la inteligencia del gran brasileño, quien se inclinaba más por Marx, que ver videos de las selecciones contrarias. Apoyó al Partido de los Trabajadores de Lula en Brasil, pero nunca deseó ser político. Siempre a la izquierda. Su imagen contrastaría muy seriamente con la que tenemos hoy en día de los futbolistas, que al bajar o subir del camión que los lleva a los estadios donde jugarán, siempre viajan con sus inseparables audífonos de las más caras y populares marcas. Sócrates subía y bajaba de los camiones con sus libros en la mano, que no metió a una cancha en un partido oficial, simplemente porque no lo dejaron.

Futbolísticamente no pudo ser el cuarto capitán brasileño que alzara una Copa del Mundo en 1982, y al igual que le sucede a muchas estrellas, cuatro años después en México 86, pasó a la historia por fallar un penal en cuartos de final contra Francia. Así son los grandes y si no que le pregunten a Hugo Sánchez.

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Y como no podía ser de otra manera, justamente en México 86 volvió a meter en aprietos a la FIFA al entrenar con sus ya legendarias cintas que portaba en la cabeza con diversas leyendas. En ese mundial, Sócrates se solidarizó con nuestro país y saltó a las canchas con una cinta en la cabeza con la frase: “México sigue en pie”, en claro apoyo a la sociedad mexicana por el terremoto que un año atrás había devastado el Distrito Federal. En aquel tiempo la FIFA no sabía cómo reaccionar y Sócrates, un adelantado a su tiempo, sacó provecho de esta circunstancia, para escandalizar a los “fifos”, cuando en pleno mundial sacó otra de sus populares cintas con la inscripción: “People need justice”, con la que casi le da un infarto a los federativos futboleros que ya no sabían qué hacer con el rebelde brasileño, quien no conforme con ello, en el Corinthians, club de sus amores, se practicaba lo más cercano a una democracia directa en donde sus integrantes tomaban las decisiones de manera colegiada. ¡Dios! Algo letal e impensable hoy en el futbol mundial donde las marcas imponen su ley.

A tanto, la FIFA aprendió, y hoy lo mismo quiere prohibir que la gente grite en los estadios, que convertir en autómatas a los futbolistas. Por supuesto, la FIFA se siente más a gusto al ver que Cristiano Ronaldo está más interesado en verse muy guapo ante las cámaras y que su maquillaje no manche su albo traje con el Real Madrid, o que Neymar luzca en todo su esplendor la marca de sus calzones, a que anden protestando y exigiendo justicia o democracia. ¡Qué horror!

Como toda figura, y pese a su gran inteligencia, Sócrates nunca pudo ganar la más importante de todas las batallas que libró: la lucha contra sus dos grandes enemigos, el alcohol y el tabaco.

Como todo mito y leyenda que se precie de serlo, Sócrates murió muy joven, tal como él lo quiso: “en domingo y con el Corinthians campeón”, dicen que dijo alguna vez en una entrevista.

Y así, como si se tratara de la legendaria voz de Álvaro Mutis al narrar un episodio más de Los Intocables, la madrugada del domingo 4 de diciembre de 2011 a las 4:30 de la mañana, el gran Sócrates murió a los 57 años, sin saber que horas más tarde y como era su deseo, el equipo de sus amores, el Corinthians, se coronaría campeón del futbol brasileño.

Una vez más, Sócrates se salía con la suya.

Con el puño derecho en lo alto, como celebraba cada gol que anotaba en plena dictadura militar brasileña y todos los mundiales que jugó.

Desde luego, ante el coraje e impotencia de la FIFA, que años más tarde aprendería la lección: marcas y logos en lugar de puños y cintas.

Hasta mañana. Buen día y buena suerte.

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