Del Maracanazo al Mineirazo

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Por Pineda Jaimes

¿Cómo puede afectar tanto un partido de futbol a una nación?

Eso mismo se preguntan hoy en día millones de personas en el mundo, que ven pasmados y no alcanzan a comprender las imágenes que ven en la televisión donde cientos de fanáticos brasileños incendian autobuses y causan disturbios en las principales ciudades del país, tras el amargo despertar de un sueño que acariciaron 64 años: borrar de sus mentes el llamado “Maracanazo”, cuando Uruguay los derrotó en la final del Mundial de Futbol de 1950 y ahora, varios años después, Alemania los despierta de su dulce sueño de una manera brusca y terrible con lo que ahora ya se conoce como el “Mineirazo”, que marcará a otra generación de brasileños.

¿Qué lleva a la gente a desatar su furia tras un partido de futbol? La respuesta quizá se tenga en la particular idiosincrasia del pueblo brasileño para quien este deporte es algo más que eso; se convierte en lo más parecido a una religión, a una forma de vida, a su historia misma.

Hace casi 10 años, Alex Bellos, excorresponsal de The Guardian y The Observer en Brasil, realizó un documental para la BBC de Londres que llamó: “Brazil Inside Out”, en donde penetra en el significado del futbol para los brasileños y lo complementó con un artículo para la revista mexicana Letras Libres (Octubre de 2003), donde Bellos hace un extraordinario recuento de los orígenes del futbol en Brasil, que lo lleva a entender lo que identifica como la “brasileñidad”, que es el adentrarse en la génesis y la vida misma de los habitantes de ese enorme país, que han tomado al balompié como un rasgo de identidad nacional.

Bellos hace un extenso recuento de los orígenes del futbol y Brasil, como un binomio indisoluble que nos lleva a entender por qué los brasileños aman tanto a este deporte y nos dice que es Sao Paulo donde podemos encontrar su cuna. Oficialmente el balompié llegó al país sudamericano en 1894 de la mano de Charles Millar, mientras que Oscar Cox hizo lo propio en Río de Janeiro. En sus inicios, nos dice Bellos, el futbol sólo era para la élite blanca y urbana y estaba prohibida para los negros. Esto nos lleva a entender la fundación en Río del Fluminense como un equipo de la clase alta. Rápidamente y como corresponde a toda sociedad, la clase baja y no urbana se organizó y fue así como se fundó su contraparte, el Flamengo, de ahí la rivalidad entre ambos equipos, aunque las diferencias de clase hoy ya no perduran por la propia dinámica del futbol, pero en el imaginario colectivo ahí quedan y de ahí que este encuentro sea un clásico dentro de la liga brasileña. Lo mismo sucedió con otro grande, el Corinthians fundado en Sao Paulo por un chofer, un zapatero, un albañil y dos pintores; un equipo pues nacido de la clase trabajadora. Conocer sus orígenes nos lleva a entender por qué ahí y no en otro lugar nació el movimiento que encabezó el gran Sócrates, la llamada “Democracia Corintiana” que a la par que daba poder a los jugadores del equipo, exigía elecciones democráticas en su país, en plena dictadura militar. Eso también nos ayuda a entender por qué el expresidente Lula Da Silva no podía ser “torcedor” de otro equipo que no fuera el Corinthians, al que le unen muchas cosas, como el hecho de que tuvieran que pasar más de 23 años, antes de que pudieran conquistar un título, mientras que Lula soportó tres fracasos electorales antes de ganar la presidencia de su país, desde donde maniobró, hasta que alcanzó para Brasil el Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.

Del Maracanazo al Mineirazo

En pocas palabras, el futbol es un factor de identidad nacional para los brasileños, que aun cuando los orígenes del balompié se tienen en la clase blanca y urbana, fueron los esclavos negros quienes rápidamente aprendieron este deporte y lo llegaron a dominar. No en balde casi la totalidad de sus mejores jugadores son de esta raza. El futbol es parte de la “brasileñidad”, identificada ésta como el mestizaje racional que tuvo este país, una mezcla europea y africana que llegó por medio de la esclavitud. Para Gilberto Freyre, un intelectual brasileño, este mestizaje dio una herencia positiva que él llama “el auténtico brasileño, definido por su astucia, picardía, extravagancia y espontaneidad”.

Dice Freyre que de esta manera se “creó una nueva imagen de identidad nacional que encontró en el futbol su metáfora más poderosa. El deporte también movilizaba entonces un patriotismo invisible. El futbol ayudó a construir la nación, carente de símbolos. El futbol construyó una identidad común. El futbol representaba la brasileñidad.” (Letras Libres, octubre de 2003).

Por eso es importante el futbol en Brasil, no sólo porque es parte de su identidad nacional, sino porque en la cancha se reproduce también el sistema opresor de clases, donde los dueños y los jefes de los equipos se convierten en la clase gobernante, mientras que los hinchas y los jugadores en la clase dominada. De ahí la pasión en los estadios brasileños, que se convierten en el último o primer reducto donde el valor de la libertad cobra otro significado.

Esta lucha se traslada al campo político, que ha hecho del futbol una de sus mejores armas. Lo hizo en su momento Getulio Vargas, lo hicieron los militares en la dictadura, y no escaparon de ellos los presidentes que dieron paso a la democracia en Brasil. Lo hizo Collor de Mello que era uno de los principales dirigentes de un equipo antes de llegar a la presidencia. Ni a ello escapó el sociólogo Henrique Cardoso, quizá el único mandatario brasileño que no era fanático del futbol, pero que no pudo huir a su embrujo y sabía de su importancia, a grado tal que nombró al mismísimo Pelé como su ministro de Deportes. Y por supuesto lo hizo Lula, una fanático del balompié que no sólo gustaba el balompié sino que eran conocidos los partidos que organizaba con su gabinete, y lo hace ahora Dilma Rousseff, quien como nadie le apostó a conseguir la sexta corona como un pasaporte mágico para su reelección en octubre próximo, lo cual, a la luz del fracaso de su selección se ve ya poco menos que imposible.

De ahí la frustración, de ahí el coraje e impotencia por no ganar el Mundial en su tierra. Brasil se ha gastado una millonada para lograrlo y fracasó, y de fea manera.

El futbol es un reducto de libertad y de identidad para los brasileños, por eso es más que un juego. Las lágrimas de sus aficionados nos remontan al dolor de los esclavos que llegaron a Brasil y que vieron en el futbol una oportunidad de escapar, aunque fuera por un momento, de las cadenas que los ataban.

Por eso dolió tanto la derrota ante Alemania, inconcebible para alguien que pensaba que podían alzar la sexta corona. Por eso dolió el “Maracanazo” de 1950, por eso dolió el “Mineirazo” de 2014. Por eso dolió tanto el 7 por 1, porque justamente el Scratch Du Oro, en ese partido se traicionó a sí mismo, traicionó sus orígenes, se olvidó de su “brasileñidad”.  Se olvidó de su astucia, de su picardía, su extravagancia y su espontaneidad, como diría Freyre. Simplemente se olvidó que era Brasil, digo yo.

Por eso, cuando los brasileños lloran, debemos creerles, porque para ellos el futbol es más que una pelota. Es parte de su vida, es el pueblo mismo.

Hasta mañana, buen día y buena suerte.

 

 

 

 

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