Por Sanjuana Martínez
“Aquí el narco es una forma de vida, una empresa, pues”, me dice de entrada el taxista que ofreció a darme un narcotuour en Culiacán, Sinaloa, una especie de recorrido por la “Tierra del Chapo Guzmán” y por los lugares donde han sido acribillados los narcos jefes de la plaza, por las zonas de las balaceras más intensas o las viviendas de los grandes capos.
“Por aquí vive el Mayo Zambada (MZ)”, cuenta mientras se adentra en la Colonia Colinas de San Miguel, una de las más lujosas. “Mire los soldados, son los que lo cuidan, es como si tuviera guardia del Estado Mayor Presidencial”, dice con una sonora carcajada, mientras pasamos por auténticos búnkers vigilados por decenas de hombres armados, sofisticados sistemas de videograbadoras e improvisados retenes de guardias vestidos de vivil que se apropian de las calles para impedir el paso a punta de metralleta. Lo mismo sucede en nuestra siguiente parada: “Las Quintas”, otra de las colonias más ricas de la ciudad habitado por ilustres vecinos relacionados con la próspera empresa del narcotráfico.
De hecho, cuando alguno de ellos, como el Mayo Zambada suelen tener eventos, la zona es sitiada por militares o marinos que se encargan de resguardar la seguridad. Además de su ejército de sicarios, el MZ, tiene su ejército oficial. El Mayo es uno de los capos más discretos, con una personalidad aparentemente introvertida y con un perfil bajo manifiesto, alimentado por sus grandes amigos Ángel Félix Gallardo y Amado Carrillo. Es identificado como “El Padrino” por su supuesta generosidad y filantropía con sus paisanos.
El guía, explica que el narco en esta parte de México es una forma de vida, una cultura muy enraizada en el tejido social desde hace 50 años con el nacimiento de los llamados “gomeros”, dedicados a la extracción de la goma de amapola concentrados en la colonia Tierra Blanca; hombres que se regían por un código ético que incluía no matar mujeres ni niños. No hay nadie que no tenga un familiar, un amigo o un conocido metido en “el negocio”.
El recorrido incluye una visita a la casa del boxeador Julio César Chávez, cuyos vínculos con “personajes” del narcotráfico han quedado registrados en historias fotográficas ya publicadas.
El narcotour sigue ahora por las casas balaceadas de los “narquillos”, los plebes, hijos de los grandes capos; viviendas menos ostentosas, pero igualmente dignas de su personalidad. Pasamos por la colonia Burócratas, donde detuvieron a Alfredo Beltrán Leyva, el Mochomo, gracias a la delación de los suyos. En ese momento sucedió la escisión del cártel de Sinaloa y los Beltran Leyva.
El taxista guía me lleva ahora al Centro Comercial de la Avenida Universitarios. En el estacionamiento hace una parada, se baja y se acerca a un altar con flores naturales frescas: “Aquí mataron al Chapito Guzmán, Edgar Gúzman, el hijo del Chapo, pobrecito, tenía apenas 22 años. Él ni la debía”.
Pero si de muertos se trata, hay que ir al cementerio Jardines del Humaya, la última morada de ilustres capos como Arturo Beltrán Leyva en cuya lápida dejaron una cabeza humana. El panteón es una especie de colonia de impresionantes capillas. Al ingresar al lugar, destacan las lujosas construcciones de cantera y mármol de los mausoleos. Caminando por allí, puede uno ver las imponentes casas-tumba con teléfono, aire acondicionado, cámaras de vigilancia, piedras preciosas incrustadas en las lápidas; un derroche de riqueza y ostentación en el culto a la muerte.
Otra de las paradas obligadas es la calle Juárez, la zona financiera de la ciudad, una especie de centro neurálgico de lavado de dinero. Aquí abundan las casas de cambio improvisadas, identificadas por las sombrillas a la orilla de la calle. Las mujeres esculturales, con vestidos ceñidos son el gancho para vender o comprar dólares. Con calculadora en mano, mostrando sus atributos físicos, ofrecen el mejor tipo de cambio a los conductores de camionetonas y coches lujosos. Las operaciones financieras se hacen a la luz del día y frente a la policía. Algunos bajan bolsas negras de basura, llenas de billetes para concretar las transacciones.
Pero el ambiente de las calles de Culiacán huele a muerte. Cientos de asesinados con total impunidad en las calles donde abundan los cenotafios erigidos a los jóvenes sicarios o narcomenudistas. Uno de estos monumentos callejeros tiene la foto del difunto con pistola en mano. A mucha honra, la familia exhibe el poder del narco, el orgullo de ver convertido a su hijo en un “alzado contra el gobierno” y no en un delincuente. Estos jóvenes son en realidad eso, insurgentes que se defienden de la opresión de un Estado corrupto. La sociedad sinaloense, como muchas otras en México, ha quedado desarticulada y su tejido social dañado.
El narco se ha convertido en una actividad productiva. Aquí los vendedores de droga no son solo jóvenes, también son las amas de casa, los niños afuera de las escuelas. De hecho, el ideal de algunos niños estudiantes es llegar a convertirse en narcotraficante. Además, el crimen organizado ha penetrado en las esferas vitales de la actividad comercial y empresarial y por supuesto en las gubernamentales. La narcopolítica es una aplastante realidad.
La noche cae, el taxista se dispone a llevarme a la zona de discotecas done los narcojuniors se pasean por la ciudad con sus coches y camionetas de lujo. En realidad la moda de la ostentación se mezcla también con la discreción. Los hijos de los narcos estudian en las mejores escuelas de Culiacán, son socios de los clubes más elegantes, participan de la vida cotidiana como cualquier hijo de vecino, sin escolta, ni exhibición exagerada de riqueza.
La parafernalia del narco forma parte de la vida cotidiana de Sinaloa. Los narcocorridos se oyen en cualquier antro. Se enaltece a los grandes capos, se les victimiza, se les convierte en mártires, en próceres de la patria. Son el ideal a alcanzar. La imagen del capo con una mujer bella, una camionetona de lujo y con cadenas de oro al cuello, sigue seduciendo, aunque ya no es tan burda. Los culichis se han acostumbrado a las cuernos de chivo, bazucas, gatilleros, narquillos, buchones, plebitas o plebotas. En el imaginario colectivo de éxito, poder e ilegalidad, tiene un papel preponderante los narcocorridos, canciones populares que siempre han estado presente en el norte de México, pero que ahora cobran mayor trascendencia por convertir en ídolos y figuras épicas a los narcotraficantes, rodeándolos de una aura de héroes, bien vestidos, con camionetonas, armas, mujeres y lujosas mansiones.
La narcocultura ha penetrado en el mundo cotidiano de Sinaloa con sus propios símbolos y la presencia de los narcos ha influido significativamente en la evolución de la sociedad. El tour me lleva ahora por el Boulevard Francisco I. Madero, donde los músicos de las grandes y famosas bandas sinaloenses, reconocen que los mejores clientes son los narcos, los que pagan de forma inmediata sin regatear y dejan suculentas propinas. No solo amenizan sus fiestas y eventos diversos, también son contratados para tocar afuera de la capilla de Malverde, una especie de Iglesia que la jerarquía católica no le ha quedado más remedio que permitir por el fervor popular.
En esta especie de sacronarcosanto lugar las expresiones de gratitud a Malverde luego del paso exitoso de un cargamento, son generosas y ostentosas. Hasta aquí acuden agradecidos por la buena cosecha de enervantes. Traen hieleras llenas de cerveza y banda incluida. Las pachangas afuera son ciertamente conocidas y esperadas por vecinos y transeúntes en general.
Me despido del taxista, no sin antes, contratarlo para ir a Badiraguato. Está dispuesto y orgulloso de mostrarme los fueros del Chapo Guzmán en la sierra de Sinaloa, el gran territorio donde se produce la mejor marihuana del mundo y la amapola de la que se extrae el opio para elaborar la heroína.
Temprano acude a la cita. El camino a Badiraguato, cuna de narcotraficantes, es agradable y sin paradas significativas. Al llegar, los halcones toman nota de los forasteros. Aquí hablan hasta las paredes. Cualquier vendedor callejero es un informante. En este lugar nacieron los hermanos Beltrán Leyva, Rafael Caro Quintero, Ernesto Fonseca, Don Neto y Juan José Esparragoza Moreno, “El Azul”, entre otros ilustres traficantes de droga. Aquí los narcos son considerados también filántropos, gente sensible a las necesidades de los habitantes del pueblo. Badiraguato cuenta con 36.000 habitantes y esta compuesto por once sindicaturas y casi 500 pueblos. Solo el 10 por ciento de los caminos de la sierra está asfaltado. El pavimento termina en Tamiapa, el resto hay que hacerlo en avioneta, helicóptero, camionetas 4×4 o sencillamente subir en burro. Aquí los campesinos son secuestrados por los capos para obligarlos a trabajar. Es la ley de la selva y los fueros del Chapo Guzmán. La historia del Chapo inicia en La Tuna, para llegar hasta allí hacen falta ocho horas de camino de terracería.
El Chapo nació pobre, aunque ahora su nombre este incluido en la lista de multimillonarios de la revista Forbes y sea considerado una de las cien personas más influyentes del mundo, según el semanario Time, compartiendo créditos con Barack Obama o George Clooney, antes de ser detenido. La Tuna, es una pequeña comunidad, donde la casa natal del Chapo destaca no por ostentación de riqueza, sino por la fama adquirida por el fugitivo número uno de México. En esta zona viven algunos de sus familiares, incluida la madre María Consuelo Loera Pérez, una mujer muy católica que pasa temporadas en el lugar, según Valerio García Rocha, asesor de políticas públicas del ayuntamiento de Badiraguato, quien dice que es fácil identificarla vía satélite a través del sistema de Google Earth. La señora fue entrevistada por la periodista María Antonieta Collins de la cadena Univisión.
En esta zona, el Chapo es considerado por el Ayuntamiento como “hijo predilecto”, aquí abundan las leyendas sobre él. Todo mundo sabía donde estaba, menos la Procuraduría o la policía sinaoloense. Las historias sobre su generosidad con los pobladores son parte de la historia del pueblo. Las distintas facetas del Chapo también están mitificadas: el Chapo filántropo capaz de atender a los lugareños de la sierra para que le expliquen sus problemas y ayudarles económicamente; el Chapo empresario capaz de construir el más grande laboratorio de producción de drogas sintéticas para producir cristal, ice, éxtasis y otras más, dirigidas al mercado internacional; el Chapo hijo y padre, preocupado por los suyos, el Chapo esposo casado con la Emma Coronel a la edad de 19 años, una reina del concurso de belleza local; el Chapo enemigo, cruel y despiadado con los que le han traicionado….
El Chapo en sus muy distintas facetas de hombre omnipresente durante el sexenio de Felipe Calderón, el Chapo capturado o entregado, el Chapo testigo protegido, el Chapo capaz de continuar su emporio multinacional desde la cárcel, el Chapo inteligente que logró un acuerdo con el gobierno de Enrique Peña Nieto, el Chapo con sucesor listo… el Chapo quien convirtió la cultura del narco en un mismo tejido social para todos los sinaloenses.
Admiro a la gente de Sinaloa, la respeto y la entiendo. Quien se impresione por las manifestaciones celebradas en Culiacán a favor del Chapo Guzmán, no conoce o no entiende la realidad de Sinaloa, donde el narco es parte de la vida misma, donde el Estado claudicó hace décadas en sus deberes fundamentales de ofrecer seguridad y prosperidad a su población, donde las balas tienen destino y dueño, donde el que nada debe, si teme, porque el peligro es estar vivo.
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Fuente: Sin Embargo